Tres vidas, tres mujeres, tres anuncios de una realidad irremplazable, como decía una propaganda de sidra que de inmediato nos hace pensar en lo reemplazable por antonomasia, en lo supra reemplazable (como diría Pessoa) para acabar con la prolijidad de lo real.
Esas tres mujeres son Anna, Melancta y Lena y las tres viven obedeciendo. Le obedecen a su patrona y a la perseverante sumisión que la sociedad espera de ellas. ¿Cómo muestran la herida del amor idealizado estas tres criadas? ¿A quién? ¿Cómo se reemplaza cualquier anhelo de pálpito, de composición histórica en el escenario de los días con la voz en vilo? ¿Cómo van a lograrlo? En estos tres relatos independientes (podríamos pensar en tres novelas cortas) publicados por primera vez en 1909, Gertrude Stein (Estados Unidos, 1874 -Francia, 1946) elige narrar de corrido a su buena manera, sin detenerse en marcas que la gramática anhela ni en puntuaciones y repitiendo lo que escribió unos renglones atrás, un acertado contrapunto que refuerza en simulación suprema la voz de sus protagonistas habituadas a decir sí sin querer decirlo. Aunque las tres historias no tienen vínculo ni parentesco, comparten las obstinaciones y los prejuicios de la sociedad estadounidense de principios de siglo XX con sus poderes y sus hombres (cada historia tiene los suyos y todos cumplen con rol de intervenir en las decisiones de cada una de las mujeres), en una ficticia Bridgepoint, inspirada en Baltimore, ciudad en la que Stein vivió.
Flaubert y su Félicité (la criada de Un corazón sencillo (1877) que se levantaba al amanecer, limpiaba las cacerolas como nadie y recogía con el dedo las migas del pan caídas sobre la mesa) también se suman y renacen en la inspiración. La narradora describe a las tres mujeres así: “Anna era una alemana buena, pequeña y sobria, de unos cuarenta años”, “Melancta era una negra elegante, de tez bronce clara, inteligente y atractiva, que nunca se quejaba de lo que le ocurría y que desconocía realmente la maldad” y “Lena era paciente, amable, dulce y alemana”, y mientras lo hace (la repetición no deja de ser esa gota que perfora todas las paciencias), les da sentencia a los atributos como lastre.
Una prudencia horrenda que asfixia sin descanso, una confianza agobiante que le sirve para describir esa realidad irremplazable. Una impronta verbal que literariamente se celebra y que si Stendhal leyera usaría para desafiar a Mérimée en simetría remota: "Déjese de afinar la puntería. Ya está en el campo de batalla". Un control intencional y provocador de las palabras para que perdamos la calma mientraslas leemos.
Tres vidas
Gertrude Stein
Traducción: Gabriela Raya
Palmeras Salvajes
257 páginas