Si es lo mismo el que labura
noche y día como un buey
que el que vive de las minas,
que el que mata, que el que cura
o está fuera de la ley.
Enrique S. Discépolo, "Cambalache"
(hace demasiado tiempo ya).
Querido lector:
Quizás haya advertido usted un tono algo cínico en estas últimas columnas. Triste, sin duda. Elaborativo, espero. Preguntón, me gustaría. Depre, no todavía. El motivo de esta mescolanza es un tema diríamos que de salud: como ya expresé más de una vez, el médico me ha prohibido terminantemente la ingesta de sapo. Y me ha advertido que a veces viene disfrazado de gorila, de león, de pato, de gato o de falso pingüino, pero que en el fondo, en letra chica, una advertencia no octogonal dice: "Puede contener esencia de sapo".
El no poder tragar ninguno de estos platos me ha impedido, más de una vez, participar de eventos a los que quizás tampoco me hubiera gustado ir, pero una cosa es no querer, y otra, no poder.
En esta "soledad del no poder", el humor, la ironía y cierta acidez son la resultante del proceso digestivo para tanto sapo ingerido durante décadas, la manera que encontró mi metabolismo de defenderse y evitar que suba la "sapemia" a niveles excesivos y me transforme, como a tantos, en un "sapético tipo dos".
Para que sea más claro, hay dos clases de sapéticos: los "tipo uno", sapético "juvenil", que son los que nacieron con el celu, el tiktok y las redes puestas, y nadie les enseñó a diferenciar "sapo" de otra cosa; tienen "el sapo naturalizado", y si les sirven un sapo con chédar y kétchup, se lo tragan directamente, lo bajan con cerveza y siguen creyendo que la mayor felicidad es virtual. Los sapéticos "tipo dos" o "viejos sapéticos", supieron tener una hormona, la "sapetina", que alguna glándula inteligente liberaba a la sangre y cual acérrima defensora de la libertad (de pensamiento, no de mercado) producía una correcta sapólisis, y el sapo era excretado por intestino grueso, como merece.
También, y lo hemos advertido, hay negocios que te venden sapos prometiéndote que si los besás (o los votás), se convertirán en príncipes. ¡Mal destino para las dulces doncellas que a la hora de despertar se encontraron con el "¡grok!" en lugar del "¿qué deseo puedo cumplirle, mi bella dama?".
Así estábamos, mal pero acostumbrados, diría Fontanarrosa… Pero parece que en 2023, o más o menos por ahí, después de la pandemia de Covid, la ingesta de sapo de gran parte de la Humanidad, y en el país ni les digo, fue tremebunda, superó toda previsión estadística, se disfrazó de todo junto, y nuestras glándulas dijeron: "Ma sí, si querés seguir morfando, seguí, pero querido, ¡así no hay páncreas que aguante!" y se declararon agotadas, exoneradas, o técnicamente jubiladas, las más belicosas; y las más negociadoras dejaron de hacer horas extras por el mismo sueldo.
Mi organismo no fue la excepción, pero, qué sé yo, por cierto deseo de seguir en este mundo cruel pero único, me dije: "¡No me morfo un sapo más!". Así que le pido perdón, lector: cuando usted crea que estoy siendo cínico, en verdad estoy excretando el sapo que me quisieron hacer tragar.
Como esta "insapitud" me deja a veces solo, al menos en esa soledad interna que siempre nos corre (diría Moris), las series y películas suelen ser buenas compañeras momentáneas. Como gran parte de los argentinos y de los japoneses que están aprendiendo a jugar al truco, vi El Eternauta, y la verdad es que más allá de la serie, que está muy bien hecha, no puedo hacerme eco de eso de "el héroe colectivo" que se pregona a partir de ella (y no es culpa de quienes la hicieron, desde ya), porque me suena a "un sapo más", sobre todo a partir de ver que "el héroe que nos va a salvar de la invasión" quedó asociado a la publicidad masiva de una gran cadena de hamburguesas, causalmente multinacional, que incluso se ofrece como salvaguarda frente a la nevada malefactora.
Y como de series se trata, no puedo dejar de recordar una inmensa serie, también argentina, estrenada por la televisión pública (centenials, pregúntenles a sus abuelitos qué era), llamada Mordisquito.
Se estrenó en noviembre de 2023, dos días después de que se nos derrumbaran las expectativas y llovieran sapos en toda la república cual nevada eternáutica. Estaba protagonizada por el extraordinario Daniel Capablanca (como Discépolo) y el no menos maravilloso Carlos Portaluppi (como el ministro Raul Apold). Además de la posibilidad de escuchar las bellísimas voces de Lidia Borda y Alfredo Piro, entre otros, cantando esos "reality tangos" de Discépolo, la serie nos mostró una época y la triste pero necesaria soledad en la que cayó el gran Enrique Santos cuando tampoco quiso tragar sapos y les hablaba a quienes sí estaban dispuestos a hacerlo, aunque fuera "de a mordisquitos".
Diría que, a la hora de pensar, de debatir, de tener agenda propia, de parar de tragar sapos, los viejos (Discépolo, los jubilados, Freud, Chaplin, Evita) funcionan.
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “Como llegamos a esto?”: