Desde Macao    

El cine argentino juega de local en el International Film Festival and Awards Macao (Iffam). La muestra macaense es una de las más jóvenes del calendario cinematográfico internacional, tiene apenas dos ediciones y el año pasado terminó su edición bautismal con el premio mayor para El invierno, opera prima de Emiliano Torres, rodada en el extremo sur de la Patagonia. En la ceremonia de clausura de la segunda edición, que tuvo lugar en la noche del jueves, el jurado presidido por el cineasta francés Laurent Cantet, ratificó el talento del nuevo cine argentino: Temporada de caza, primer largometraje de Natalia Garagiola, fue premiado como la mejor película de la competencia oficial. El jurado eligió el film de Garagiola –estrenado en Buenos Aires en septiembre pasado en la Sala Leopoldo Lugones– “por la fluidez de su estilo y de su construcción, la precisión de su puesta en escena y la calidad de sus actuaciones” señaló Cantet. Para su compañero de jurado, el escritor británico Lawrence Osborne –considerado por el Sunday Times “el nuevo Graham Greene” por su novela The Ballad of a Small Player, ambientada aquí en los casinos de Macao– “la película argentina trata temas difíciles y delicados: el duelo por la muerte de la madre, la reconciliación entre un padre y un hijo distanciados y la soledad de su joven protagonista”. Para Osborne, “hay frescura y originalidad en Temporada de caza”, que curiosamente también fue rodada –como la ganadora del año pasado, El invierno– en los hostiles paisajes nevados de la Patagonia. 

El premio mayor de Macao a Temporada de caza -que ya en su estreno internacional en la Mostra de Venecia, en agosto pasado, había ganado la Semana de la Crítica– coincide, paradójicamente, con el estado de alerta y movilización que vive en Buenos Aires el cine argentino. La Asamblea Audiovisual, que expresa a amplios sectores del cine independiente, acaba de salir en defensa de la producción local de bajo y mediano presupuesto, que sería la más afectada por la decisión del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) de no otorgar créditos para la producción el año próximo, dando lugar a lo que anuncia como “régimen especial de anticipo de subsidios”, a través de bancos en lugar del Incaa mismo, que por ley es el organismo natural de fomento. Películas como Temporada de caza, reconocidas internacionalmente, serían las primeras afectadas, en detrimento de aquellas sostenidas por las dos o tres grandes compañías productoras locales, asociadas a la televisión. Mientras tanto, el premio en metálico de Macao (60 mil dólares, todo un incentivo para venir a competir a un festival todavía en ciernes) le servirá a Garagiola y a sus productores de Rei Cine para impulsar el nuevo proyecto de la directora, que ya está culminando su fase de escritura, como adelantó aquí en esta ex colonia portuguesa, que desde 1999 es una “región administrativa especial” de la República Popular China.

Un repaso de esta segunda edición el Iffam no puede dejar de señalar una película excepcional, que todavía no se conoce en Argentina (competirá en el próximo Bafici) y que estuvo en Macao fuera de concurso: la brasileña As boas maneiras, de Juliana Rojas y Marco Dutra. La dupla paulista ya había sorprendido con su opera prima, Trabalhar cansa, exhibida en el Festival de Cannes 2011, pero ahora con su segundo largo da un salto de proporciones y consigue uno de los mejores films latinoamericanos del año. Estrenado en agosto pasado en el Festival de Locarno, donde ganó el Premio Especial del Jurado (presidido por Olivier Assayas), Los buenos modales arrasó luego no sólo en el Festival de Rio de Janeiro sino también en el de Sitges, dedicado al cine fantástico. Porque As boas maneiras es precisamente eso, un film del género fantástico como hace tiempo no se veía, no sólo pleno de referencias cinematográficas y literarias sino también con una perspectiva de crítica social que la convierte en una película fuertemente política. 

Aunque de una gran complejidad conceptual, el film de Rojas y Dutra se puede sintetizar contando lo esencial, sin peligro de revelar sus misterios. Una muchacha negra, típica exponente de la llamada clase prestadora de servicios en una sociedad tan segmentada como la paulista, comienza a trabajar para una mujer joven blanca y acaudalada, que lleva su embarazo en una extraña, inquietante soledad, sin pareja, familiares o amigos a la vista. Algo se está gestando y no es precisamente un niño como cualquier otro. A partir de allí, As boas maneiras abandona los trajinados códigos del cine de terror para adentrarse en cambio, con una libertad absoluta, en una fábula en la que cabe tanto el relato popular (a la manera de Nazareno Cruz y el lobo, de Leonardo Favio) y la estética kitsch de Walt Disney; el cine musical de Jacques Demy y la mitología teratológica de los estudios Universal de los años 30 y 40. 

Todo este cosmos referencial, que por su sola enumeración puede hacer pensar en un pastiche, resulta sin embargo en manos de sus directores de una rara, impactante homogeneidad, como si toda esa genealogía hubiera existido para terminar decantando finalmente en As boas maneiras. Con una concepción visual deslumbrante, mérito del director de fotografía portugués Rui Poças (colaborador habitual de Miguel Gomes y João Pedro Rodrigues), el film consigue en color una atmósfera que logra evocar la permanente amenaza latente de los films en blanco y negro de ese maestro del fantástico que fue, y sigue siendo, Jacques Tourneur. Como en el cine de Tourner o el de James Whale, la película de Rojas y Dutra va cobrando poco a poco una fuerza trágica, cuando aquellos que son diferentes –por el color de su piel, por su condición social, por su elección sexual y también por su naturaleza fuera de regla– no tienen más remedio que terminar enfrentándose a los feroces representantes de la civilidad y las buenas maneras, una turba enardecida que no duda en cargar con picos y antorchas contra aquello que no comprenden y amenaza el orden de la llamada normalidad.