Volver a Buenos Aires, donde vivió entre 2003 y 2006, es reencontrarse con lo que él define como su “familia molecular”: amigos y amigas y las editoriales independientes que publicaron sus libros casi sin conocerlo. La luna en cuarto creciente que dibuja la sonrisa en su cara se proyecta sobre Villa Crespo, el barrio de sus amores que con su modesta mística venció los intentos de poetas porteños para convertirlo en hincha de Independiente, Boca, River o San Lorenzo. Por lealtad geográfica a las calles que caminó durante cuatro años devino hincha de Atlanta. El costarricense Luis Chaves inauguró la Residencia de Escritores Malba (REM) de este año. Llegó para terminar de escribir la novela Zapote, un proyecto que lo viene acompañando hace muchos años.
Recordar, según la etimología de esta palabra que proviene del latín, es volver a pasar por el corazón. Chaves (San José, 1969) tiene el corazón dividido entre Zapote y Buenos Aires. El poeta y narrador costarricense publicó la novela Salvapantallas y la crónica Vamos a tocar el agua, un texto que surgió después de obtener la prestigiosa beca DAAD y que da cuenta de su experiencia Berlín, ciudad en la que vivió de enero de 2015 a enero del 2016 con su esposa y sus dos hijas. La Residencia de Escritores Malba le permitió “sacar un poco ese ruido de la vida cotidiana que todos tenemos”, aunque de una forma “acotada”, aclara, porque estuvo dando clases virtuales para la universidad en la que trabaja. “Empezar a dar clases me ayudó porque las primeras dos semanas aquí no tenía horario y además conozco mucha gente, tengo vínculos, porque me han publicado. Entonces estaba disperso. Luego me di cuenta de que un poquito de rutina me hizo bien”, reconoce.
“Una persona muy cercana me dijo el otro día que yo no estaba visitando Buenos Aires, me dijo que yo estaba regresando. No sé exactamente qué significa regresar, pero sí sé que no es lo mismo que venir de visita”, dice Chaves, primer escritor que inauguró el nuevo departamento donde se alojan los que han obtenido la residencia de escritura, que está cerca del museo Malba. “Es muy cómodo y bellísimo, pero no tengo ningún amigo que viva cerca”. Sonríe porque entiende que la fauna que habita Barrio Parque es una pequeña élite. “Zapote es una novela que me viene acompañando hace mucho tiempo; en el medio publiqué otros libros y fue cambiando de forma”, revela el escritor y agrega que zapote es una fruta que por fuera tiene un "color pardo un poco desteñido” y por dentro es “casi de neón”, con una textura similar al melón.
La historia de Zapote no tiene que ver con el fruto, sino con una zona homónima de San José, un distrito donde está la casa de su madre, que el escritor heredó cuando ella murió. “En otra época de Costa Rica, el gobierno le daba casas a las familias carenciadas; eran las viviendas populares. En esa casa que le dieron a mi abuela materna se crio mi mamá y yo viví desde los 8 años. A esa casa volví como a los 25 años; fui muy afortunado porque en este momento poca gente puede acceder a comprar una vivienda en San José; ser dueño de una casa no es como antes, cuando al Estado le parecía importante que la gente tuviera casa por muchísimas razones, para evitar un montón de problemas. Viví en esa casa también con la mamá de mis hijas, pero en un momento nos quedó chica y ahora está alquilada. Pero sigue siendo nuestra”, repasa.
Zapote, la novela, es una ficción que combina materiales autobiográficos. “La protagonista es la casa; hay un narrador en primera persona y otro en tercera, que van dando cuenta de la transformación estructural del barrio y del país también. Los que recibían las viviendas populares a fines de los años cuarenta no tenían auto. El auto era para otra clase social”, precisa el escritor. No habrá fotos en la novela, pero sí incluirá el recorte de un diario de 1947 con el anuncio de que en el Parque Central se sortearían un puñado de casas en Zapote. “Mi abuela no ganó en el primer sorteo, pero sí en el segundo, y esa casa fue la primera casa que tuvieron en la familia de mi abuela materna, de apellido Campos. Mi abuelo materno trabajó para una imprenta y también en la librería Lehmann, él hacía sobres para los Lehmann. Mi abuela cosía mucho, no sé si arreglaba ropa para otros, pero me acuerdo verla pedaleando en la máquina. El sonido de la máquina Singer era como un mantra para mí. Siempre digo que la máquina de coser de mi abuela fue la primera máquina de escribir que escuché”, compara Chaves.
Del pasado al futuro, la novela Zapote termina en 2050. “Hay poemas que escribí y publiqué que tienen que ver con esa casa de la infancia. Hay un Cas (un árbol de la familia de la guayaba) en la casa que menciono en muchos poemas. Lo sembraron en el 47 y ahí está todavía. Alrededor de ese árbol jugó mi mamá, jugué yo y jugaron mis hijas”, enumera el escritor las tres generaciones unidas en la órbita sentimental del Cas. “Uno siempre está escribiendo un poco de lo mismo, dos o tres temas; en poesía esos temas van hacia la búsqueda de una identidad y un cuestionamiento de quiénes somos. Tal vez explicado suena peor de lo que queda escrito”, bromea el escritor. “Si estoy haciendo esto es porque me gusta, nadie me está obligando, nadie está esperando que escriba de una forma. Probar otra respiración, otra puntuación, no es una ridiculez. Eso determina la forma y esa forma determina el fondo también”.
Los Amigos de lo Ajeno fue una revista dirigida por Chaves y la poeta argentina Ana Wajszczuk; entre 1998 y 2005 por sus páginas circularon los poetas más significativos de Hispanoamérica. En la librería Naesqui de Villa Ortúzar el escritor costarricense y Wajszczuk se juntaron para una lectura de poesía que congregó a seis poetas icónicos publicados en la revista: Gabriela Bejerman, Fabián Casas, Washington Cucurto, Daniel Durand, Santiago Llach y Laura Wittner. “La escritura es un oficio, no es una carrera; no existe el título de escritor o escritora. Los gringos inventaron la creative writing, la escritura creativa, pero eso porque los gringos necesitan convertir todo en un negocio. Luego se copió en España y en todos lados. Yo prefiero un pensamiento artesanal porque no soy un académico. Yo creo en lo intuitivo aplicado a la escritura. Me gusta la idea de oficio para la escritura porque incluso es percibido como algo menor que una carrera o una profesión”, concluye Chaves.