El año nuevo que nunca llegó 7 puntos
Anul Nou care n-a fost, Rumania, 2024
Dirección y guion: Bogdan Mureşanu.
Fotografía: Boroka Biro, Tudor Platon.
Montaje: Vanja Kovacevic, Mircea Lacatus.
Intérpretes: Adrian Vancica, Iulian Postelnicu, Emilia Dobrin, Nicoleta Hancu, Andrei Miercure, Mihai Calin.
Duración: 138 minutos.
Estreno: en salas únicamente.
“Toda la Nación sigue al único hombre que encarna el símbolo viviente del amor por éste país”. La frase –de un servilismo engolado- es sencilla, pero los directivos de la televisión rumana repasan en el monitor una y otra vez ese primer plano de la actriz que la pronuncia con un entusiasmo apenas profesional. Lo que los preocupa no es la impostación de la voz ni el triste decorado navideño de cartón pintado que asoma por detrás del coro estereotipadamente proletario que secunda a la protagonista. El problema es que la actriz en cuestión, emblema de la cultura nacional y responsable del mensaje televisado de Año Nuevo, acaba de escapar del país y hay que reemplazarla.
Corren los últimos días de diciembre de 1989 en Rumania, el régimen de Nicolae Ceaușescu se está derrumbando en silencio, pero nadie sabe qué está pasando realmente. Y los ejecutivos de la Televiziunea Română (TVR) no son los únicos en problemas. Concebida a la manera de una sinfonía coral, El año nuevo que nunca llegó –opera prima del rumano Bogdan Mureşanu premiada en el Festival de Venecia- se ocupa simultáneamente de una infinidad de personajes que atraviesan ese momento histórico sin tener plena conciencia de la ola que los está arrastrando.
No es la primera vez que el cine rumano se ocupa de esa circunstancia. En 2006, Bucarest 12:08, del por entonces también debutante Corneliu Porumboiu, daba cuenta de aquellas jornadas a partir de los confusos recuerdos de un grupo de pueblerinos que en un estudio de una emisora de TV local se arrogaban un protagonismo que difícilmente habrían podido tener. Con algo del humor absurdo que desde entonces fue la marca distintiva de Porumboiu –con films notables como Policía, adjetivo (2009) y El tesoro (2015)- ahora Mureşanu encara aquellos días de furia con una ambición mayor, entrecruzando personajes y circunstancias muy diversas pero que inexorablemente van a confluir en un mismo punto de aquella encrucijada histórica.
Hay sin duda un manejo muy afilado del montaje, que va logrando enhebrar las tribulaciones de los directivos de la TVR con las de un gris agente de la Securitate más preocupado por la mudanza de su madre que por las pequeñas delaciones de sus informantes; o el dilema moral de una actriz teatral que se niega a ser la reemplazante de su colega fugada con la justificada preocupación de un trabajador estatal que descubre que su hijo de siete años le ha enviado a Papá Noel una carta en la que le pide –según los deseos más secretos de su padre- la muerte del “tío Nic”, como se lo llamaba a Ceaușescu entre susurros.
No todas las historias, sin embargo, funcionan siempre igual de bien. La del hijo del director de TV, por ejemplo, no tiene el volumen dramático que alcanzan otras. El muchacho no está convencido de fugarse, pero su compañero en la aventura lo convence con la certeza de que “nada va a cambiar acá en los próximos 30 años”. El guion del propio director Mureşanu a veces puede llegar a ser excesivamente literal y programático, lo que lleva a la película a perder la sutileza de sentidos que tiene el cine de su antecesor Porumboiu. A su vez, el leitmotiv musical, tomado del Bolero de Ravel -que va asomando aquí y allá hasta crecer para que su apoteósico final coincida con el clímax de la película-, tiene una fuerza innegable, pero también resulta algo forzado y quizás extemporáneo.
Se diría que los mejores momentos de El año nuevo que nunca llegó están en sus pliegues, en los apuntes aparentemente menores, pero que van dando cuenta del clima de época: las suspicacias ante la certeza de que cualquiera, aún la persona más cercana, puede ser un delator; los pequeños favores con que unos y otros trafican e intentan comprarse mutuamente; la atmósfera asfixiante que va ahogando a unos y a otros y que el director acentúa con una puesta en escena que privilegia las escenas de interiores, los tonos pardos, los planos cerrados y una nerviosa cámara en mano.
Una sugerencia: conviene tener paciencia y no levantarse de la butaca apenas aparecen los títulos finales, porque las imágenes que asoman allí son las reales del mediodía del 22 de diciembre de 1989. Es un gran documento de época en el que se puede apreciar el momento exacto en que una parte de la multitud reunida frente al Comité Central del PCR se rebela contra las palabras de un atónito Ceaușescu y se enciende la chispa de una revolución que había comenzado unos días antes en la ciudad de Timişoara y que acabó por arrasar el centro político y social de Bucarest. Esa estupenda coda documental es la que corona todo el esfuerzo de El año nuevo que nunca llegó.