La tierra no puede comer todo el año. 

El sol empieza a regresar de a poquito, luego de la noche más larga vuelve rayo por rayo. Recordamos el sol en nosotros. 

El fuego es reunión. Calentarnos, compartir el pan, tomar bebidas espirituosas, tabaco, abrigarnos con los tejidos. 

Abrazar a los que menos tienen, acompañar a los que más necesitan. Tiempo de cuidar a los viejos y a los enfermos. Tiempo de memoria, de recordar con ellos. De contar cuentos de miedo y de los tiempos de antes. 

Las mingas de trabajo comunitario para fortalecer los techos, encerrar y alimentar los animales. Mirar el cielo. Limpiar las acequias. Dejar descansar la tierra. Prender fuegos para matar los bichos y enfermedades en los campos de siembra. 

Más que celebrar es una tarea comunitaria. 

Es un cierre de ciclo. 

Recoger todo aquello que ya no sirve. 

Es despedir las semillas que no brotaron y se secaron. 

Sacar las reservas de comida. Tirar la que se puso fea, y los hábitos que ya no sirven. Limpiar la casa, sacar lo estancado. 

Con todo eso se enciende fuego que renueve, que deje espacio. 

Se sahuma. 

Se lava el cuerpo. Se corta el pelo. Se saca la ropa vieja. 

Se honra la oscuridad, el vacío, la sombra. El Aya es el espíritu de lo oscuro, de lo inesperado, el conflicto, la agresión, el miedo. Todo eso que aparece para dar firmeza a nuestros pasos. 

Se lo integra. Se lo acepta. Se agradece. Dentro de uno mismo sobre todo, también en el territorio. 

Honramos esos lugares donde el sol no llega, donde hay pantanos, humedales, raíces, olores, animales nocturnos. 

Todo lo que nutre. 

Se camina el territorio por los lugares escarpados, secos, las hondonadas bajas. Para llegar a lo más alto y mirar como lo hace el cóndor. 

Allí, en la larga noche, se espera al sol. 

En comunidad interespecie. La tonada se hace larga y arribeña, las cañas de las quenas y sikus se dejan escuchar. Las cajas retumban más grave. 

También es el descanso, quietud. Observar en todo ese desorden la maravilla de lo que no podemos acomodar a nuestro gusto.

En la salud las prácticas son desparasitar, ayunar, alimentarse, dormir más... recibir el invierno en las cuerpas. Apretarse con fajas y trenzas, tejer, bordar. 

Es el tiempo de recambio de autoridades comunitarias en muchos lugares donde se rotan anualmente. Allí donde no hay elecciones, pero si hay autoridades, existen muchos roles de servicio comunal. Cada familia va rotando y ocupando cada uno de ellos al menos una vez. En dualidad, hombre y mujer juntos, se ocupan de tareas durante un ciclo solar. El Inti Raymi es tiempo de rendir cuentas y entregar el mandato ordenado para la siguiente autoridad. 

Siguiendo esta lógica cósmica podríamos trasladar esta sabiduría a Tucumán y muchas otras ciudades. 

El Inti Raymi sería el tiempo de limpiar las calles y arreglar las cloacas. Somos los únicos seres que generamos residuos que no volvemos a integrar. En todo sentido. Nuestras sociedades utilizaban este tiempo para gestionar nuestra propia mierda. Y culturalmente, hoy no la sabemos controlar. 

El Inti Raymi comunitario en este territorio urbano se podría honrar dando lugar al hermano que vive en la calle, arreglando las casas de quienes pasan frío… retomando tareas que hemos delegado en un Estado que ha demostrado que no puede asumirlas. Los ciclos se repiten anualmente. Pero cada uno de ellos se transita de manera única. En el contexto actual, lo sagrado de nuestro fuego reside en su poder de transformar.

Nosotros estamos en un territorio que transita un ciclo andino. Compartimos desde Colombia hasta aquí la misma ritualidad. 

Son años de investigación social, política, biológica, es una ciencia propia diseñada para seguirle el ritmo al latido de este territorio. 

La ritualidad es ciencia centrada en la vida. Integra el sentir, el pensar y el hacer entre diferentes especies en el mismo espacio tiempo. 

No vamos a dejar perder esa sabiduría del Todo, hay que transmitirla, comprenderla, hay que ponerla en práctica. 

Me aferro a esos saberes y haceres como la única posibilidad de reexistencia colectiva de nuestra humanidad. 

Que se enciendan los nuevos fuegos para quemar lo que ya no nos sirve. Que arda el sistema opresor. El futuro se lee en las cenizas.

*Nina Lou, es una mujer del Pueblo Diaguita. Trabajadora social. Forma parte de grupos de revitalización de música ancestral y es activista por los derechos de la Madre Tierra y de los pueblos originarios.