DESPUÉS, LA NIEBLA 7 puntos

(Argentina, 2024)

Dirección y guion: Martín Sappia.

Duración: 114 minutos.

Intérpretes: Pablo Limarzi, Carolina Baitella, Ana Ruiz, Carlos Lima, Cecilia Curtino, Mara Santucho.

Estreno en Cine Gaumont.

La experiencia hace al oficio. El cordobés Martín Sappia cortó y cosió planos y secuencias en varias docenas de películas antes de ponerse en el rol de director con su ópera prima, el documental Un cuerpo estalló en mil pedazos, estrenado hacia finales de 2021. Después, la niebla, su segundo largo y primero en el terreno de la ficción, lo encuentra abordando un relato que, detrás de una apariencia de tonos minimalistas, por momentos microscópicos, esconde no pocas ambiciones. De las posibles fuentes que el film parece beber, siempre de manera indirecta y tal vez incluso inconsciente, pueden señalarse aquellas que llevan las marcas del iraní Abbas Kiarostami y el argentino Lisandro Alonso, entre otros autores rabiosamente modernos. Pero Sappia no imita ni, mucho menos, se propone como descendiente: su poética es lo suficientemente personal como para que las casi dos horas de duración del film puedan destacarse precisamente por su singularidad.

A grandes rasgos, la de Después, la niebla es la historia de César (Pablo Limarzi), un hombre que ya ha pasado los sesenta años y que la película presenta en sus acciones más cotidianas. Sereno en una fábrica que parece especializarse en la fabricación de recipientes de plástico, el hombre pasea con su linterna iluminando la oscuridad de los diversos espacios del galpón, en algún lugar de las afueras de Córdoba ciudad. César, además, vive allí, y es posible imaginar que las rejas que separan esa propiedad (un hogar y una cárcel autoimpuesta) de la calle son una frontera que hace rato no se cruza, salvo excepciones. Excepcional es entonces lo que ocurre a los treinta minutos de proyección, cuando una carta de su hermana detallando causas y consecuencias de la venta de una finca lo empujan a dejar esa suerte de útero artificial confortablemente rutinario. Así, el film abandona el tono descriptivo que había abrazado con fiereza para abrirse al espacio exterior, a un recorrido geográfico que no es otra cosa que un reflejo de los cambios internos del protagonista. Y viceversa.

César deja atrás los espacios urbanos y emprende un derrotero a pie que –como se adivina en los tramos finales– tiene algo de acto de fe. No es casual que durante los títulos de cierre se cite el nombre de Werner Herzog, el realizador alemán que, en la vida real, decidió caminar desde Múnich hasta París para “salvar la vida” de su admirada Lotte Eisner. A veces en la más profunda soledad, otras tantas en compañía de algún ser humano que se topa en el camino, el héroe duerme a la intemperie, recoge yuyos y hojas y observa con atención la naturaleza que lo rodea. A medida que se acerca a su objetivo –un lugar con algo de sagrado, pero sólo a título personal–, César parece ansiar cada vez más la reconquista de algo inasible que sin duda ha perdido de vista. Un olvido que esa carta íntima y, por momentos, desgarrada ha recuperado y vuelto a poner delante de sus ojos. Como esas antiguas fotografías de los trabajadores de un dique cercano, construido varias generaciones atrás, testigos inmóviles de un pasado que apenas si logra resistirse a quedar sepultado.

Hay algo de trance en Después, la niebla, creación sostenida sobre un guion y actuaciones precisos, además del notable trabajo fotográfico de Ezequiel Salinas. Un trance que es mitad diurno, mitad nocturno, y que hace de los encuentros humanos (y la confianza depositada en esos extraños del camino) verdaderos escalones emocionales de un tránsito de redescubrimiento. Así se trate de una especialista en botánica con afición por los dibujos a mano alzada o la cuidadora de una escuela en vías de extinción edilicia, aunque por allí también andan los carceleros de las nuevas propiedades privadas. Rigurosa en término estéticos, la película de Martín Sappia es dueña de una misteriosa belleza que se va haciendo aún más evidente cuando el andar termina delimitando los trazos del camino, su principio y fin.