Desvela pensar que en estos días de invierno hay gente a la intemperie. Mueren en la Argentina -más de 130 en 2024- sobre el piso, sin más abrigo que unos trapos manoteados a un contenedor. Quien no tienen casa cae en picada a otro mundo. Deja de seguir las costumbres aprendidas y penetra en una sordidez desconocida.

El momento más álgido es la noche. De día existe posibilidad de deambular por las calles sin demasiados sobresaltos. Pero la noche es inexorable. Se está en una trinchera con varios focos de ataque. El frío, el hambre, la sed, la discriminación, la lluvia y -frecuentemente- alteraciones mentales y alcoholismo u otras adicciones. Los conflictos de las personas en situación de calle son pluri direccionales y requieren urgentes soluciones integrales.

Pero no corren buenos vientos para el altruismo. Circunstancias sociales, económicas, educativas y políticas caen sobre este sector comunitario arrojado a la calle. Sus derechos desaparecen como gotas de agua sobre rocas calientes. La sociedad y el Estado les convierten en parias. Se asemejan a los muertos vivos o “musulmanes” que Primo Levi veía en el campo de exterminio nazi. Un montón de huesos arrastrándose en busca de comida, pernoctando y muriendo sobre la nieve de Polonia, como zombis. También les sin techo en la Argentina devienen zombis.

Por esas esas ciudades, en 2025, deambulan cada vez más gente excluida del dispositivo productivo. Y no es que no haya leyes y reglas para contener y prestarles ayuda, es que de nada sirven las normativas si no se cumplen o son solo paliativos. Y no es que no existan refugios -Centros de Inclusión Social- pero también hay peligros e inseguridad. Al refugio no voy porque te dormís y capaz que te roban lo poco que tenés, dice frecuentemente la gente en situación de calle. Para estas personas se han roto los lazos sociales. De todos modos, aproximadamente el 70% de les indigentes frecuenta paradores, aunque a veces de forma intermitente. Se estima que un 30% duerme en la calle. Los resultados de las estadísticas son pocos fiables porque el oficialismo los achica y otros análisis los agranda, sin coincidir en sus números.

En el censo 2022 se registraron 5.705 personas sin techo en el país, actualmente se estima que bordean las 10.000.

Pulgas, pungas, poca comida, se escucha en los corrillos de quienes usan los refugios. Jorge Colás los muestra en su documental “Parador Retiro” (2008) donde filma costumbres y relatos de ese refugio para varones. Una especie de tutti fruti humano. También hay solidaridad y cierto arraigo, sin faltar, por supuesto, rencillas, rencores y amores.

Acá hay sarna y no hay agua, se queja un refugiado, en el documental. Esto es jamón del medio, replica otro que -seguramente- tiene en mente la angustia de dormir en la calle. La cámara sigue las derivas de la gente caída del sistema, las filas para entrar al parador, las chanzas y las quejas. También la incertidumbre por el día siguiente. En ese conjunto de formas de vida atípicas circulan jóvenes recién llegados de provincias o países vecinos, pobres crónicos, ancianos, drogadictos, discapacitados, marginales, gente desocupada. Pero ese testimonio fílmico aconteció hace casi veinte años. Hoy aumentó el número de gente en situación de calle. Se suman personas que ayer no más pertenecían a clases medias o populares a las que nunca les había faltado albergue.

A la ausencia de vivienda se agregan otros factores: desempleo y ausencia de recursos frente a una inflación que no baja y un costo de vida que sube. Asimismo hay conflictividades vinculares, rupturas familiares, violencia doméstica, exclusiones, problemáticas de salud, inconvenientes asistenciales, dificultades para entrar en el sistema de salud, alimentación e higiene, sumados a los prejuicios colectivos como obstáculos para la inclusión y la búsqueda de ayuda.

Esas vidas a la intemperie tienen mayor exposición a enfermedades, desnutrición, alteraciones condutales, adiciones, violencia y riesgos catastróficos. Existen pandillas que hacen rondas nocturnas para molestar y hasta asesinar a quienes tiemblan de frío tratando de dormir en la calle.

El último censo popular de personas en situación de calle revela que un gran porcentaje de la gente encuestada había sufrido agresiones y violencia por parte de las fuerzas de seguridad o de quienes les asisten en los paradores. Unos son estatales, otros de organizaciones no gubernamentales que brindan servicios solidarios. Les habitantes del asfalto no se quejan tanto, en cambio, de sus pares en las derivas nocturnas o de la indiferencia de quienes tienen techo. Reconocen que también hay gente amistosa.

Cuando realizan tareas son precarias: limpiar vidrios, repartir volantes, pedir limosna. Las mujeres y las niñeces son víctimas de maltratos y violaciones. Suelen dormir de día y en lugares transitados para preservarse de los abusos nocturnos.

No pueden utilizar los medios de transporte por falta de dinero. Caminan del refugio o la vereda hacia algún lugar que provea desayunos, caminan luego por el almuerzo y, como Don Quijote recorriendo siempre los mismos lugares de La Mancha, repiten cada día los circuitos del hambre, de la humillación, del frío.

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Entre la gente de la calle (donde ahora abundan vejeces) las mujeres, niñeces y disidencias sexuales son las más vulnerables. Alrededor del 40% de las mujeres en situación de calle se prostituyen, sin dejar de ser víctimas de abusos y de burlas. Un porcentaje similar (aunque más alto en los varones) consumen sustancias tóxicas de la peor calidad. El paco, “la droga de los pobres”, fulminante y mortal, les ayuda a obnubilar esa vida a la intemperie. Es barata, produce rápida adicción y locura, también desesperación. El paco es político. Se comenzó a consumir en el estallido de 2001. Hoy, con el malestar social creciente, se agrava. ¿Cómo se lograría integrar a esas personas a la comunidad? Además de los refugios estatales existen asociaciones no gubernamentales y personas solidarias que ayudan, pero la situación reclama una solución estatal integral, trato humano, respeto jurídico-policial y políticas sociales y laborales. ¿Una utopía irrealizable? No. Un mundo mejor que deseamos recuperar sin volver al pasado, apostando a un porvenir mejor, sin penas, sin olvidos, sin odiadores, ni gente con lágrimas escarchadas en sus ojos marchitos.

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