Durante los tiempos más oscuros de nuestra historia, el propósito político de la derecha se llevó a cabo con las urnas “bien guardadas” y al amparo de sectores poderosos y corporativos que supieron sustentar sus iniciativas de desmantelamiento socio-económico y desigualdad social. Hoy, como en otros períodos de “democracia precarizada”, esa misma derecha se consagra contando votos conquistados con la inestimable colaboración de los medios de comunicación masiva, erigidos, ya es sabido, como uno de los actores de poder fáctico más influyentes.  

En una lógica de construcción pseudo-publicitaria, la actual administración es instituida como guardiana y hasta motorizadora de derechos civiles, organizadora del bien público y ordenadora de desequilibrios políticos y económicos endilgados a la óptica “estatista”.

Siguiendo esa línea, su estrategia comunicacional es diagramada sigilosamente y echada a rodar a partir de operaciones informativas, financieras y judiciales con el fin de generar una nueva máscara para la derecha. Por esta razón, surgen diferentes preguntas que ponen el foco en la figura actual que se construye de esta perspectiva ideológica y sus opciones de reconfiguración ¿Cuál es la novedad que incorpora? ¿Qué variación intrínseca exponen sus decisiones? ¿Por qué se la vincula a una concepción democrática de nuevo tiempo? 

Al considerar este aspecto, los análisis socio-políticos que nombran al gobierno como la “nueva derecha” o la “derecha democrática” se multiplican y se amplifican en el rango mediático. Esa apuesta discursiva se basa en la valorización de una estética descontracturada y moderna que, con raigambre liberal, construye una idea de diálogo y respeto por los partidos opositores. Así, la incorporación de modalidades al renombrar y la generación de discusiones “renovadas” contribuyen a legitimar aún más la idiosincrasia política de Cambiemos. 

Esta presentación de aparente novedad es narrada por los medios hegemónicos como un desafío y ocluye un modo de reformular el conservadurismo de las oligarquías y corporaciones históricamente gobernantes. 

Sin embargo, ni los nombres propios que integran la alianza han cambiado (Triaca, Pinedo, Massot, Braun, Bullrich, entre otros) ni tampoco ofrecen una cosmovisión inédita: el modelo económico no es diferente, la complicidad mediática está a la orden del día, la connivencia del poder judicial está alineada, y las prácticas de disciplinamiento y represión de las movilizaciones populares se han desatado sin ningún prurito. 

En este sentido, la historia guiña un ojo y revela, por ejemplo, que cuando Carlos Zannini era un preso de la dictadura, el ministro de Justicia se llamaba Alberto Rodríguez Varela. Y hoy, su hijo, Enrique Rodríguez Varela, secretario del juez Claudio Bonadio, firmó nuevamente su detención.

A esta altura, sería inocente concebir esto como coincidencias en el país presidido por Mauricio Macri. Hoy como ayer, especulación y concentración económica forjan un proyecto pretendidamente duradero e inclinan la balanza en la que se pesan capital y trabajo, insistentemente, para el mismo lado. 

La derecha es un sustantivo que, en la esfera política, genera polémicas cuando se presenta acompañado por el adjetivo “democrática”. Sabe camuflarse bien atendiendo las reglas legales de la democracia procedimental, más no las legítimas conquistas del orden definitivo y definitorio de ésta: el gobierno del pueblo.

No obstante, si consideramos las reflexiones de Alexis de Tocqueville, existen tantas democracias como tipos de sociedad y, por ende, pueden corresponderle distintos tipos de gobierno. Si esta es una sociedad a la que busca performarse como una suma de individualidades que persiguen su propio interés y se autopercibe como merecedora de sus logros y fracasos; le valdría este tipo de institucionalidad que invita a la ciudadanía a inmiscuirse en sus asuntos privados y a delegar el poder a sus representantes envestidos en una auto-proclamada eficiencia.

Sobre este mismo suelo, entonces, ¿qué hemos encontrado? La profundidad de las decisiones políticas son similares a las implementadas en otros períodos liderados por las oligarquías. Podemos identificar novedades estéticas propias de nuestro tiempo, pero al transitar los mismos viejos miedos nos vemos obligados a preguntarnos ¿Qué hay de nuevo, viejo? La respuesta es desesperante y hasta exige un grito de alarma deseante: democracia popular, ojalá estuvieras aquí.

 

Florencia Galzerano: Licenciada en Comunicación Social, docente e investigadora. @florgalz

Cristian Secul Giusti: Doctor en Comunicación, docente e investigador. @cristianseculg