Se sabe poco de la vida de Properzia pero se inventó mucho. Giorgio Vasari la incluyó en su libro Le Vite (Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos, la primera edición es 1550). Properzia aparece en la cuarta parte de ese canon que durante años fue la única fuente de información sobre el temprano Renacimiento italiano y el catálogo que imponía la autoría de cada una de las obras. 

Desde entonces Properzia es la primera escultora renacentista, la artista de Bolonia, la decoradora del altar mayor de Santa María del Baraccano, la primera mujer en esculpir cuerpos desnudos, la escultora de los huesitos (tallaba los carozos de las frutas: uno de cereza, otro de durazno y los convertía en dijes con incrustaciones de filigrana de plata) y una de las artistas renacentistas rescatadas por las lecturas y las investigaciones feministas del siglo XX. 

La Properzia de Vasari “mujer de intelecto caprichoso y gran habilidad”, es una mujer con desequilibrios amorosos, una mujer casada con amores no correspondidos, una artista (como otras) de “manos tiernas, pequeñas y blancas con vigoroso talento pero que no podían abandonar su naturaleza femenina y mucho menos arrebatar la palma de la supremacía”. Pero hay otra. Una que saltó los obstáculos que el género le imponía y que cuando su arte no dejaba duda de ninguna naturaleza tuvo que soportar a hombres como Amico Aspertini, un pintor (no fue el único) dedicado a difamarla ante un tribunal. ¿De qué se la acusó? Se la acusó de haber atacado el jardín de un vecino, de desfigurarle la cara a un artista, de tirarle pintura a otro mientras le arañaba los ojos y de ir armada con un cuchillo. ¿Cuántos eran de los que tenía que defenderse? ¿Cuántos los que decían que había heredado el temperamento criminal de su padre?

José y la mujer de Putifar (1520). Museo San Petronio. Bolonia

Las acusaciones daban vueltas por la Corte y el arte de Properzia, sus grabados y sus esculturas en mármol (el mármol era cosa de hombres) continuaban encendiendo la advertida envidia de los otros. Atacarla y difamarla les dio sus frutos a los malignos porque a pesar de haber reconstruido la fachada de la Basílica de San Petronio en Bolonia: José y la esposa de Potifas (obra en mármol, 1525-1526), “una creación moderna por la síntesis, por fusionar diferentes modelos -Rafael, Correggio, Miguel Ángel- alcanzando un estilo personal” (Irene Graziani), comenzaron a apartarla y dejaron de ofrecerle trabajo. 

Sin dinero ni obra exhibida poco más se supo de ella. Nada parecía detener las invenciones canjeables y la armonía somnífera del olvido organizado. Un documento en el Hospital di San Giobbe un año antes de su muerte dice que era una indigente y que estaba recuperándose de una sífilis. Después llegaron la peste y la muerte.