La Educación Sexual Integral transforma y salva vidas. Es una certeza que Ruth Chackiel construyó durante su larga trayectoria como docente, directora, secretaria y supervisora en el sistema educativo. Cuando se jubiló, en noviembre de 2024, tenía la intención de participar más activamente en la red XmásESI, pero se quebró el tobillo y tuvo que hacer reposo. Lo aprovechó bien: ESI, Derechos y Educación es el título del libro que publicó Letra Viva, con el subtítulo “Construyendo inclusión en las escuelas”.

“A mí no me gusta la palabra arma, pero creo que es un arma de defensa, y también de aclarar: ¿con qué estás peleando?”, dice Ruthy sobre un libro que en sus 175 páginas ofrece múltiples herramientas. La metáfora bélica viene a cuento de la guerra declarada contra la ESI. “Lo vivo de esa manera. Sé que mis compañeras de XmásESI lo están viviendo igual, y hay que dar la batalla, no nos queda otra”, sigue Ruthy, como le dicen.

Y la pelea es colectiva. “Porque creemos en la ESI, porque sabemos de tantas historias. Por eso en el libro están esos relatos de docentes que vivieron situaciones donde pudieron cambiarle la vida a un pibe, a una piba, a une pibe. Que pudieron poner palabra donde no las había, donde sólo había dolor, donde había sufrimiento. Entonces, ¿cómo no vamos a defender esta herramienta?

Relatos, teoría y militancia

El libro incluye fundamentos teóricos, dinámicas para aplicar en el aula, respuestas científicas a los mitos que circulan, una lectura crítica del rol de los medios de comunicación y también un capítulo dedicado a la tecnología, con los desafíos que presenta la Inteligencia Artificial frente a la ESI. El corazón del libro está en los capítulos 10 y 11, donde se relatan experiencias concretas: en primera persona y a través de otrxs docentes.

“En estos relatos, la teoría deja de ser un marco abstracto y se convierte en una fuerza tangible que genera cambios significativos en la forma en que las personas comprenden su identidad, sus derechos y sus relaciones con el mundo”, dice la autora.

“Me agarró como una desesperación por transmitir algo de todo lo que había aprendido en 36 años de laburar en escuelas. Pensaba que lo iba a hacer de otra forma, con talleres, cursos, pero no me podía mover”, cuenta Ruthy a Las12 sobre la fuerza que la impulsó a escribir.

La escritura no empezó desde una hoja en blanco, sino “desde muchos apuntes y materiales que había ido construyendo para una reunión de dires. Yo era supervisora, entonces tenía que organizar siempre mis reuniones, tenía armados mis PowerPoints, mis resúmenes”.

Una forma de encarar la escuela

Lo que sabe —y transmite en el libro— es que “la ESI no es un conjunto de actividades sueltas: es una forma de vida, una manera de encarar la escuela, que por supuesto plantea un montón de desafíos, situaciones nuevas todo el tiempo”.

Una de las distinciones clave que hace el libro es entre la Educación Sexual Integral y la educación emocional, la herramienta que los gobiernos nacional y porteño quieren imponer. “Uno de los principales riesgos de la instrumentación de la educación emocional es que, en muchos casos, se presenta como un reemplazo de la ESI, desplazando contenidos esenciales. Lo más preocupante de esta sustitución es que se deja de hablar sobre la sexualidad y no se la reconoce como una dimensión propia de todas las personas”, advierte.

Recetas que no alcanzan

En la entrevista, Ruthy sostiene que la educación emocional parte de la “idea de que hay que encasillarlo todo y darle una receta a cada situación, para que la maestra o el maestro se sientan cómodos con esa receta. Y así se dejan de mirar un montón de situaciones propias de un niño o una niña que tiene una determinada dificultad, que no se resuelve igual que la del compañero o la compañera de al lado”.

Sobre todo, la educación emocional se enfoca en lo individual y deja de lado la dimensión social y colectiva, el sistema de relaciones que las sostiene. Con recetas, uniformiza la experiencia humana.

“Tenemos muchas niñeces diversas, siempre las tuvimos, pero hoy las estamos mirando con más atención. Y tenemos que entender que ese estudiante que incomoda la supuesta homogeneidad del aula es un desafío para una maestra o un maestro”.

Para quienes se inician en las aulas, la formación docente no se trata de “acumular recetas”, sino de “ayudar a pensar una situación”, en un marco de escucha y respeto. “Claro que es difícil, mucho más difícil que aplicar una receta”.

Por eso, la ESI requiere el acompañamiento de las autoridades educativas. “Creo fervientemente que las conducciones tienen que acompañar, ya que la ESI no sólo se aplica en una situación concreta: es una mirada de la escuela”.

Mitos y prejuicios

Otro capítulo del libro está destinado a desmontar los mitos que circulan sobre la ESI y resuenan a diario en los medios. “Ese capítulo lo pensé en función de cosas que me fueron pasando como maestra, secretaria, vicedirectora, directora y supervisora. Son frases o cuestionamientos que surgieron desde las familias”, cuenta Ruthy.


A modo de enumeración, en el capítulo 4 se confrontan ideas erróneas con realidades. Algunos de los mitos desmontados: “la ESI sexualiza a los niños”, “la ESI es sólo para prevenir abusos”, “la ESI promueve una ideología”, “hablar de diversidad de género confunde a los niños”, “la ESI es innecesaria: la educación sexual es responsabilidad exclusiva de las familias” y “la ESI no respeta las particularidades culturales o religiosas”.

Desarmar estas ideas, explica, “implica mostrarles a las familias cómo se trabaja tanto en el nivel inicial como en el primario y la secundaria”.

Sabe que esos mitos y prejuicios son el origen de muchas censuras. “Nos vienen pasando cosas muy duras en este último tiempo, como la prohibición de algunas literaturas. Ahora me viene a la cabeza Cometierra (de Dolores Reyes)”.

Hay todo un capítulo del libro dedicado a los medios de comunicación que amplifican esos mitos y prejuicios, sin conocer la ESI ni saber cómo se trabaja en las escuelas. 

Una mirada que transforma

Para la autora, es importante recordar que la ESI va más allá de su capacidad para develar abusos contra las infancias. “La ESI es un montón de cosas. Cuando hablamos de convivencia, también hablamos de ESI. Tener mirada de ESI te plantea un panorama distinto en una institución. Me parece interesante pensar que la ESI es mucho más que hablar de lenguaje inclusivo o de los abusos, que son quizás las cosas que más resquemor generan en las familias”.

El libro está escrito en lenguaje inclusivo, con la “e”, una de las primeras prohibiciones del gobierno nacional en las comunicaciones oficiales, también vetada por el gobierno de la Ciudad. “El lenguaje inclusivo, en un punto, es usar la ‘e’ —les estudiantes, por ejemplo—, pero también es decir las chicas y los chicos. Eso también es lenguaje inclusivo. Y hay otro lenguaje inclusivo que es el que yo trato de trabajar más, porque es el que menos incomodidad genera: buscar palabras neutras. Pero es una tarea que lleva su tiempo. Entiendo que el lenguaje construye subjetividad y por eso me interesa abordarlo, pero no me quiero quedar ahí. Me importa más que las familias tengan mayor apertura y puedan pensar sobre el tema, repensar o reevaluar. A veces hay mucho enojo de las familias hacia la escuela”.

Ese enojo no es inocente: viene de la mano de los embates de los sectores que se oponen al poder transformador de la ESI. Un poder transformador que es colectivo, con impacto profundo en las vidas individuales.

Una historia para rescatar

Además de las historias que aparecen en el libro, Ruthy cuenta una experiencia que vivió hace más de diez años. Era directora de una escuela pequeña, en Paternal, donde había una maestra excelente.

“No voy a decir su nombre, ya está jubilada. Armaba unos proyectos maravillosos, y la pusimos en 7°, porque tenía mucho contenido y le tocaba dar lo que en ese momento era Ciencias Naturales y Prácticas del Lenguaje”, recuerda.

Ella decía que no iba a dar ESI porque no estaba de acuerdo, que era meterse en las casas de las familias, en cuestiones privadas, y que consideraba que los homosexuales eran unos enfermos”. Dicho así parece una discusión, pero no lo fue.

“No me lo dijo mal. Fue en una charla en la que yo le exigía amorosamente que tenía que dar ESI, que había contenidos que debía abordar, y ella me explicaba por qué prefería no hacerlo: porque no quería decir algo en contra de la ley, pero tampoco podía trabajar a favor de algo en lo que no creía”.

Al principio, Ruthy se enojó. No podía aceptarlo. Pero tuvo una estrategia: le acercó materiales, la invitó a conversar y un día le planteó que ella, como directora, iba a entrar en la asamblea del aula. “Era una escuela muy chiquita, entonces los chicos me conocían. Armamos la ronda, empezamos a pensar cómo trabajar en una asamblea, que es un espacio democrático que hay que aprender a usar”.

En ese ámbito, planteó un caso hipotético que había ocurrido en otra escuela, y les preguntó a les niñes qué hubieran hecho. “La mitad de las veces que hice asambleas, alguna situación de abuso salía a la luz. Mirá si son necesarios esos espacios”, interrumpe.

“Y eso fue lo que nos pasó en esa asamblea, donde una nena dijo lo que le estaba pasando, que era similar a lo que nosotros contábamos de otra escuela, de otra nena, de otra situación”.

Siguió entrando a las asambleas. “Lo interesante fue que, de a poco, ella fue tomando la clase cada vez que hacíamos esas asambleas, que eran una vez por semana. Hubo muchas situaciones que se pudieron denunciar en ese séptimo grado”, relata.

Cuando terminó el año, la maestra se acercó. “Te quiero pedir disculpas. Creo que había un montón de cosas que yo desconocía. Leí mucho de lo que me mandaste y hoy ya no soy la misma persona, no pienso lo mismo”, le dijo.

Para Ruthy, que aclara que la docente —hoy jubilada— sigue siendo una persona religiosa pero pudo superar sus prejuicios, esa única anécdota (y hay muchísimas en el libro) justifica haberse abrazado a la ESI. “Fue muy emocionante. Todavía hoy nos encontramos, nos abrazamos, nos acordamos de aquello”.

ESI, Derechos y Educación. Construyendo inclusión en las escuelas, de Ruth Chackiel, publicado por Letra Viva, se presentará mañana, sábado 5 de julio, a las 18.30, en San Abasto Subterráneo Cultural (Sánchez de Bustamante 632, CABA). Participarán Gabriela Insúa, Livia García Labandal y Silvia Vilches, con un final musical del coro Americanto, dirigido por Fernando Martorell.