En algo hay que creer o a algún dios hay que rezarle. Esto es lo que parecería estar insinuando Lola Orge Benech en su actual exposición, recientemente inaugurada en la galería Selvanegra. El trabajo de la artista, en esta ocasión, presenta una revisión de la pintura religiosa en conversación con una iconografía patria y peronista que, al igual que cualquier cruz o biblia, está cargada de misticismo y fe. En la muestra conviven un puñado de pinturas con una serie de collages creados a partir de tapas y contratapas de libros usados, monedas, pedazos de balas e imágenes religiosas. Todo está puesto al servicio del misticismo y del entendimiento del mundo, pero desde una perspectiva casi psicomágica. Lo que trae la artista en esta oportunidad son formas de entender algunas problemáticas del presente a través de íconos y símbolos extemporáneos. Una pintora religiosa de 25 años irrumpe en la ciudad.
Este interés por el mundo de lo oculto, la fe y ciertos guiños hacia la estética peronista han aparecido con anterioridad en su trabajo. Ya en “Apocalipsis fractal”, una obra de 2024, aparecía la misma imaginería que hay en las pinturas de esta muestra. El trabajo con elementos que pueden ser catalogados como descarte, que aparecen en los collages (pedazos de libros usados, recortes de revistas, pedazos de cortezas de árbol), también forma parte de una manera de crear que empieza a ser una constante en su obra. Previamente, estas características aparecieron en otras exposiciones que realizó, como El problema de la unión de los opuestos y Los doce y Saturno, ambas ocurridas en Selvanegra. Nueva devotio moderna es el título de esta exposición, que cuenta con la curaduría de Nahuel Risso, y que es su tercera muestra individual en esta galería.
Solo para reponer un poco de información eclesiástica y dar algo de contexto, la llamada devotio moderna fue una corriente espiritual de la Baja Edad Media, que se manifestó hacia finales del siglo XIV en un territorio ubicado en los Países Bajos. El fundador de esta corriente fue un diácono llamado Geert Groote, quien promovía una vida más simple, sencilla, que diera lugar a la espiritualidad interior y que, sobre todo, intentara imitar la vida de Cristo, es decir, apuntar a tener una vida humilde, dedicada al servicio y la espiritualidad. El trasfondo en el cual se originó este movimiento –que nunca fue una orden religiosa formal y constituida, sino más bien una corriente paralela a la doctrina oficial– era uno donde la iglesia empezaba a levantarse como una institución permeable a la corrupción y alejada de los valores y doctrinas que supuestamente defendía. Este punto de partida le sirve a Orge Benech para imaginar un nuevo credo ficticio que contemple, en su iconografía, desde las manos de Perón hasta los drones que sobrevuelan las ciudades.
ACTOS DE FE
Durante muchos siglos, la relevancia o pertinencia de la pintura religiosa estuvo centrada en la función de la imagen que contenían las obras y no tanto en su valor estético o conceptual. Es decir, si un ángel, un santo, Jesús, María o José estaban bien pintados, esculpidos o retratados, era algo secundario en tanto la imagen religiosa cumpliera la función para la que había sido creada; la eficacia de las obras religiosas es central para pensar cualquier tipo de imagen que orbite en ese espectro. Si la función es primordial, las obras se igualan, quedan todas al mismo nivel de relevancia y, forzando un poco todo, las pinturas de la Capilla Sixtina son igual de importantes que las imágenes que alguien encuentra en la iglesia de San Ignacio de Loyola en San Telmo. En América Latina, esta idea fue central para el desarrollo de la pintura religiosa, sobre todo durante la época colonial; los trabajos creados en los talleres de las principales ciudades latinoamericanas fueron cruciales para llevar a cabo una dominación efectiva por parte de los españoles, que adoctrinaron y evangelizaron a cientos de miles de personas, pertenecientes a pueblos originarios, a través de la imagen. En este sentido, colocar la función por sobre la imagen en sí, por encima de su realización, generó un corpus de obras propias de esta tierra –lo cual iría en contra del presupuesto que desde este lugar olvidado del mundo solo se copia lo que se hace en Europa– ya que en muchas ocasiones se priorizó, por sobre la mimesis, que las pinturas tuvieran una función pedagógica y que los habitantes del suelo latinoamericano pudieran entender ideas realmente complejas de la fe cristiana, como el misterio de la Santísima Trinidad, algo que solo se entiende si no se piensa.
De esa cosmovisión a hoy pasaron unos cuantos siglos. Entonces ¿se puede usar esa lógica para pensar estas pinturas religiosas que presenta Orge Benech en Selvanegra? Si estas obras tuvieran una función, ¿cuál sería? En la disputa entre heteronomía y autonomía, al menos en el campo del arte, la autonomía ganó la batalla por knockout. Por lo tanto, no tendría sentido pensar qué función cumplen las pinturas de esta artista hoy en día, ya que solo se sirven para sí mismas; existen única y exclusivamente para ser lo que son, cuatro telas embastadas y colgadas de una pared. Sin embargo, estas obras parecen tener algo para señalar o advertir, así como hace tres siglos las pinturas trataban de resolver el misterio de la Santísima Trinidad.
Esta “nueva” devotio moderna mira hacia el posthumanismo y la posibilidad de matar a la muerte, se adentra hacia el mundo bélico donde los drones disparan misiles. La religión pagana de la artista es casi opuesta a la devotio moderna original. Si en aquel entonces se pregonaba una defensa de la vida interior y una imitación de Cristo, esta reactualización de esa práctica parece estar en sintonía con los aspectos bajos y agresivos del mundo de hoy. Las pinturas religiosas de esta artista abandonan las reglas de ese movimiento que citan. Es más, no hay nada de humildad ni de mundo interior en estas obras que parecen entrometerse en la agenda de temas internacionales y en una vida pública y globalizada. Pero lo más curioso de todo es que no es posible saber a qué Dios le rezan los feligreses de esta corriente. O siquiera si existe un Dios.
MÍSTICA JUSTICIALISTA
El interés de Orge Benech por la cultura peronista –y el misticismo que la rodea– ya ha aparecido con anterioridad en su obra. Hace no mucho tiempo, trabajó con la historia de las manos de Perón y ahora la iconografía justicialista vuelve a aparecer en forma de collage. Solo la mística que hay alrededor de esto podría establecer una relación entre las pinturas religiosas y estas otras obras, formalmente muy diferentes. Numerosas historias y producciones han repasado los aspectos filo ocultistas del peronismo; en La novela de Perón, Tomás Eloy Martínez dedica unas cuantas páginas a las elucubraciones que se realizaron sobre la disposición del cuerpo de Evita en Puerta de Hierro. Basándose en testimonios y leyendas sobre esto, el autor escribió que Isabelita, por sugerencia del brujo López Rega, dormía con el cadáver de Evita al lado de su cama, o incluso en la misma habitación. Otras versiones indicaban que el cadáver de Eva estaba justo debajo de la cama de Isabelita, para garantizar que algo de su espíritu y su carisma pudiera ser transferido hacia la nueva e insulsa esposa del General. Si bien el relato de Tomás Eloy está enmarcado dentro de la ficción, por lo tanto no tiene por qué ser pensado como una verdad, las prácticas espiritistas de López Rega fueron ampliamente comentadas y documentadas, como así también su obsesión por querer que la figura anodina de Isabelita tuviera un poco, tan solo un poco, de la mística que tuvo Evita.
La historia justicialista es una historia en la cual la obsesión por “la mística” y los cuerpos es fundamental. Amigos y enemigos de este movimiento político han caído en eso: fueron los militares los que secuestraron el cuerpo de Eva de la central de la CGT, no los sindicalistas o militantes. Esta fijación es compartida con la Iglesia, que cuelga a Cristo crucificado en todos lados, que invita a cada creyente a comer y beber de su cuerpo en cada misa y que le agradece a Dios Padre que el cuerpo de la Virgen María no haya conocido pecado alguno para concebir. Es por todo esto que convive en esta exhibición una iconografía patria, con cristos que cuelgan de cruces oxidadas y banderas del Reino Unido. La rareza que presenta la pintura religiosa, la distancia temporal que se puede establecer entre nuestro tiempo y ese tipo de imágenes, se vuelve contemporánea en la medida en que se nivela a la par de una historia nacional cargada de mártires, choripanes y lawfare.
Cada cosa que es tocada por la mano de la mística peronista se transforma en algo mágico, fuera del registro de lo real, entra al terreno de la ficción y de lo religioso (¿no es acaso la esquina de San José 1111 un nuevo santuario peronista como podría ser el que se levantó en la ruta donde falleció Gilda?). El peronismo se levanta como la única fuerza política capaz de unir fantasía y realidad, misticismo y movimiento popular. Esta artista recoge ese guante, da cuenta de esa particularidad con sus obras, hechas de materiales simples y cotidianos, pertenecientes a una clase media ilustrada que tiende a la extinción, pero que aún espera que acontezca algún milagro.
Nueva devotio moderna se puede visitar de miércoles a viernes, de 15 a 19.30, en la galería Selvanegra, Av. Córdoba 433. Gratis.