En épocas negras para la Nación Argentina, donde la sombra del objeto vuelve a cernirse con fuerza inusitada, entre la explosión social del año 2001 y los vericuetos vergonzosos del actual Congreso, que blinda e implosiona su estrategia de poder hacia una reforma previsional que arrasará, seguramente, parte del capital simbólico de una comunidad que en la pluralidad de la Asignación Universal por Hijo y de las pensiones graciables dio lugar durante una década a una intención no sólo distributiva, sino de “hacer lugar” en el registro de la inscripción ciudadana,  ¿qué es hacer letra, en nuestra práctica psicoanalítica, sino ese esfuerzo –pulsional por cierto– de hacer con la transitoriedad1, ante la finitud de cualquier sistema social y económico, y también la finitud del sujeto por efecto del límite estructural que impone la pulsión de muerte, sino un prevalecer de esas pocas, contadas marcas transgeneracionales, que podrán reconocerse una y otra vez, retroactivamente siempre, y rescatar, potenciar, posibilitar? En eso que conocemos como futuro anterior: “habré sido” por acontecer.  

El Estado Clientelista

¿Y no es acaso con la suspensión de las garantías constitucionales que se da paso a la lógica del Estado Clientelista –al contrario de lo que postulan los gurúes mediatizados–? Esta dinámica, que alguien desprevenido podría dejar acontecer como natural, está sin embargo bien enraizada en la dinámica totalitaria del actual gobierno de “Cambiemos” en Argentina: una vez más el adoctrinamiento reduce la política a una dádiva, y esa dádiva de raigambre feudal y religiosa se realiza en lo que siempre ha sido: saber impuesto, verticalidad, esclavitud servil.

Por el contrario, la “asistencia social” de los “estados asistencialistas”, modo peyorativo en que se suele nombrar a las políticas públicas ligadas al Estado de Derecho, ha habilitado en la historia contemporánea de occidente un tipo de ilusión inédita y un debate sobre la transversalidad social del desarrollo industrial. Una humanización no sólo del capital sino de la mecánica faz de la industrialización. Una subjetivación posible y una desujeción de la maquinaria automática de las “dictaduras perfectas.”2

Por allí han entrado en el cénit del Siglo XX, en ese tajo brutal que delimita el final de la segunda Guerra Mundial, políticas sobre derechos universales, sobre los modos en los que en el capital se discute el acceso a la propiedad privada y a la identidades como serie de matrices identitarias, de las que el peronismo fue una expresión entre otras, con su tríada sobre la justicia social, la independencia económica y la soberanía política. 

Por contrapartida, la antipolítica de los movimientos políticos que hacen recrudecer la idea de una ratio soberana y total, por medio de una exaltación del individuo, arguyen lo que ya sabíamos: que el derecho promueve una serie de restricciones que toman por relevo las mociones primarias destructivas del ser humano. Esa cosa, Freud la situó perfectamente no sólo respecto de su “pulsión de muerte”, sino en la carta que dirige a Einstein durante la Segunda Guerra Mundial, contestando al requerimiento del físico contemporáneo: ¿por qué la guerra?3

Se puede hacer del derecho perfectamente la herramienta del sojuzgamiento y transformarlo en vehículo de la destrucción de eso que parecen proteger tan audazmente las políticas que asociamos a las derechas conservadoras: el cetro del individuo, ahora más pisoteado que nunca.  

Dimensión política del sujeto

La ideología, ese tomar partido sobre el posicionamiento no sólo subjetivo sino fundamentalmente colectivo, funciona entonces como una “barrera antiestímulo” a la estupidez adaptativa y civilizatoria, una cierta “barradura” –aunque probablemente sintomática– que se instaura como signo de la castración. La ideología es una puesta en acto de la castración, del ser en la lengua, una toma de posición que soslaya la posición de sujeto del inconsciente.

En el atravesamiento de ese síntoma llamado ideología, en su indispensable relación con las formaciones del inconsciente, encontramos que el sujeto, por la vía de la ideología, toma posición y avanza en el posible develamiento de una verdad que lo corroe y hace falta.

La ideología atañe al sujeto del inconsciente tanto como la ideología es lo inconsciente en acto. La ideología es un real, en la serie de las letras reales de lo inconsciente. La ideología es uno de los fenómenos de borde en la relación entre real y goce, entre letra y cuerpo. No hay devenir de una cura psicoanalítica sin ideología, por mucho que trinen los puristas.

Por eso la lógica totalitaria impone una “sensación” –una apelación al goce sentido– de que eso carece de sentido, pertenece a la serie de las banalidades y los anacronismos. Es decir, lo llena, lo repleta de sentido vacuo. No es extraño que veamos llegar a los consultorios los pacientes “implosionados” de este goce silente, de ese modo servil y automático para desmentir el trabajo de signar cualquier lectura sobre su sufrimiento subjetivo. Por allí se cuelan desde las primigenias psicotizaciones, hasta los fenómenos psicosomáticos de diversa índole. ¿Pero qué otra cosa puede suponer interpelar el sufrimiento de un paciente, que disponer en la transferencia un encuentro que intente desplegar la dimensión política del sujeto? 

El sujeto del inconsciente es un sujeto político, y la ideología una fantasía –singularizada– que facilita la enunciación subjetiva.

El sujeto político, que no es otro que el sujeto que emerge como efecto de la nominación del sujeto del inconsciente en esa experiencia llamada psicoanálisis, en esa necesaria “locura de a dos”4, y que está estructurado en las dimensiones de los discursos propuestos por Lacan: histérico, académico, psicoanalítico, científico, atraviesa esa experiencia en sus variantes potenciales. Es Decir, hace con el fantasma, si consideramos por fantasma el modo en que la lengua provee una relación –y también una salida temporaria / temporalizada– a las cuestiones estructurales con lo real del goce.

La política es un anudamiento entre los discursos, un eslabón más uno, una estabilización posible, una suplencia, un cinco en esa misma estructura de los discursos, y por ende un discurso ligado a lo inconsciente y propicio al devenir del sujeto de deseo.

Pero este, el de la cura en psicoanálisis, no es trabajo para obsecuentes ni para “políticos acomodaticios”, es un trabajo de indagación que requiere cierta valentía. No es trabajo para retóricos del poder imaginario.

Holofrase

Suele achacarse a la ideología la limitación de pertenecer a esa instancia de la caverna platónica ligada a la ilusión, al plano de las ideas como pura proyección sobre una pantalla, la pantalla que proyecta las ideas en un plano puramente imaginario. Si esto fuera sólo así, la ideología estaría así ubicada, respecto de la política, en una relación propia de la tensión imaginaria entre a y a’ –parafraseando la propuesta del esquema Lambda5–. Es decir, a más ideología mayor tensión, reduciendo así el esquema a una simple maquinaria de vapor –una especie de protoplasma industrial de los albores de la era industrial–, proponiéndose una regulación en las calderas del Titanic del capitalismo: la ideología sería problemática porque haría estallar las calderas y llevaría al naufragio. Pero el Titanic se hunde de otra cosa finalmente.

De este modo, la ideología no sería más que un detonador determinista que aplasta la relación del sujeto al Otro, haciendo de los efectos de significación el puro signo de la destrucción. Sin embargo, una vez más, la experiencia sobre los pacientes en análisis propone otra cosa. La ideología es un lazo –necesario– en el plano del sentido, entre S1 y S2, preservando así de la holofrase6 y la debilidad de pensamiento, variantes de la idiotez adaptativa y civilizatoria.

La “idea del cambio” se vendió como un impostado cerebro que piensa por usted y lo interpreta. Pero ese cerebro, más que primitivo y reptiliano –como he escuchado en algún comentario de café, tomando las categorías anglosajonas de las corrientes de pensamiento que instalan las flamantes neurociencias al servicio del control del pensamiento–, funciona sobre los pares de oposición, es decir que está “lleno” de sentidos antagónicos y enumerados. Lejos de cualquier estrategia de supervivencia, más bien es un facilitador de la dimensión tanática del pasaje al acto y del sacrificio a manos del “depredador”. Por medio de esos pares antagónicos reducen el campo –incluido el de los sentidos– a posiciones antagónicas fundamentales: odio arrasador, paranoia, pasaje al acto. Variantes, todas ellas, de las mociones autodestructivas que arrasan el lazo social.

La holofrase es un cierto tipo de fenómeno que arrasa no sólo la función del lenguaje –y en lo que concierne al psicoanálisis, de lalengua–, sino que establece una primacía de la lógica de la horda fraticida. 

Por el contrario, lo más primitivo de la supervivencia es la huida, no la depredación. La depredación es un tipo de arrasamiento de la cultura, y por ende un artilugio con una codificación secundaria que enmascara, con la forma del émulo de la naturaleza, sus intenciones de enajenación.

En otro orden, lo más “primitivo” / primario, es el vacío propuesto por el psicoanálisis, a partir de considerar la primera experiencia de satisfacción como alucinatoria e intrapsíquica, ligada a un objeto irremediablemente perdido, el objeto “a”.

La experiencia psicoanalítica deja registro más allá del retorno de lo reprimido, algo que insiste más allá del síntoma. Ese sería un aspecto de la ideología que es “bien real” –en todas las dimensiones en que usted pueda leerlo–, y no sólo obstáculo imaginario. Y allí se va desplegando “la pipa”, el “esto no es una pipa” del cuadro de Magritte –y la curva topológica que propone ese conducto hueco por el que pasa el aire, la nada misma–7, una escena posible sobre ese real de la ideología que atañe –por obra de su recorrido que ya es vacío– a lo real de la ideología y a la realidad.

Un cálculo sobre lo real de la realidad, allí donde “la realidad es lo real” –a condición de que se haya posicionado un lector para hacer con ella–,y que también propone un más allá de la representación. Podríamos pensar entonces la realidad como un soporte que está más allá de la representación –aunque produzca representaciones de diversa índole–. Esa realidad, ligada indefectiblemente a la ideología, permite atravesar la fantasmática omnisciente del padre cruel y parricida, por un lado, y de la hermandad fraticida y vandálica, por el otro. Ese es el trabajo por hacer.

¿Se puede hacer psicoanálisis en tiempos de la cana represiva y la pesada, en tiempos de persecución ideológica, en tiempos de hostigamiento social y económico, en tiempos de censura y represores agazapados? Ahora más que nunca. Ya que no se trata sólo de una estética represiva, sino de una auténtica filosofía en el tocador sadiano8 y los efectos en el lazo social de un padre perverso y cruel, sin fondo. Hay policías de la moral y policías de los otros –los del “palito de abollar ideologías” que menciona la genial Mafalda–, campea la lógica de un estado militarizado y asfixiante, un estado represivo. Retorno de lo reprimido de los horrores argentinos, ya que esa es la puesta en acto de esos fantasmas en olas sucesivas y transgeneracionales. Vienen al encuentro, no tienen rostro detrás de esas máscaras de tensión y cotidianeidad, de esos cascos con visera y escudos con los que se reprime en las calles. Es una vez más lo sin rostro que se acerca demasiado, tomando por asalto los sueños y los bordes donde asirnos, disfrutan con el sufrimiento en el otro, van a abusarnos, probablemente a torturarnos, traerán horrores indecibles, se proponen como más allá, son amos en la oscuridad abyecta, lo sabemos, vienen a desaparecernos.

* Miembro de EPC, Espacio Psicoanalítico Contemporáneo. Publicó, entre otros, los libros –coautor con José Luis Juresa–: Gérard Haddad, un periférico del psicoanálisis. Después de Auschwitz y a partir de Lacan. Editorial Letra Viva, y de reciente aparición: Auschwitz con Hiroshima. Sobre el resplandor en la línea de montaje. Editorial Eduvim, Editorial Universitaria de Villa María Córdoba, Argentina.

1. La transitoriedad, S. Freud. 1916.

2. “Una dictadura perfecta tendría la apariencia de una democracia, pero sería básicamente una prisión sin muros en la que los presos ni siquiera soñarían con escapar. Sería esencialmente un sistema de esclavitud, en el que, gracias al consumo y al entretenimiento, los esclavos amarían su servidumbre...” Un Mundo Feliz. Aldous Huxley. 1932.

3. “¿Por qué la guerra?” Correspondencia entre Einstein y Freud. 1932.

4. “La locura de a dos”. Charles Lasègue y Jules Falret. 1877. 

5. “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”. Escritos. J. Lacan, 1953.

6. Una holofrase (del griego holos ‘todo’; frase) es una palabra que implica el significado de todo un enunciado. Lacan la utiliza referida a la debilidad mental, los fenómenos psicosomáticos y, eventualmente, las alucinaciones verbales.

7. Pintura de René Magritte, famosa por su inscripción “Ceci n’estpas une pipe”, que significa “esto no es una pipa”. 1928/1929.

8. “La filosofía en el tocador”, Marqués de Sade. 1795.