El 24 de agosto de 1833 una nave inglesa anclaba en la entrada de Carmen de Patagones. Se trataba del Beagle, conducida por Fitz Roy, que llevaba a bordo a un joven naturalista de apellido Darwin. Ese mismo día una muchacha de origen maragato, Vicenta Rodríguez, daba a luz a Luis Piedra Buena, el hombre que por décadas sería Estado en los mares australes.
Patagones, un enclave estratégico que había sido poco antes escenario de la batalla contra el Brasil, era puerto de abastecimiento de naves que hacían la derrota del Atlántico y seguían hacia las Malvinas y Chile. Allí se daban cita marinos de todas las nacionalidades cuyos relatos llevaron al niño Luis a decidir su destino. Precoz, dueño de una audacia sin límites, a los nueve años construyó en secreto su propia canoa y sorteó las turbulencias del río hasta la desembocadura; un capitán amigo de su padre lo devolvió a casa. Sin embargo el niño no tardó en convencer a su familia: fue enviado a Estados Unidos donde recibió instrucción naval durante un quinquenio. Apadrinado por el capitán Smiley, uno de los pilotos más experimentados de la marina norteamericana, recorrió el mar Caribe y aprendió todo lo que hay que saber sobre el oficio. Aunque durante su estadía neoyorquina también lo acompañó en una aventura singular: se metieron a empresarios de teatro, oficio ajeno en el que perdieron toda la fortuna amasada como loberos. Decidieron volver.
En el ‘47 enfilaron con un ballenero hacia territorio malvinense. Habiendo sorteado el temible canal de Drake, sin amedrentarse por la dureza del clima, siguieron viaje hacia el sur. Piedra Buena cumplió quince años en el duro invierno blanco, siendo el primer argentino en surcar el continente antártico. En un viaje posterior quedaría varado un mes, apresado entre los hielos, en el paralelo 68, a la altura de la actual base San Martín.
Con apenas dieciséis años ya comandaba un pailebote con el cual tuvo su primera misión de rescate en la Isla de los Estados. Allí salvó de una muerte segura a una docena de náufragos de un buque alemán, lo que le valió el reconocimiento del Kaiser, que le envió una medalla. Nacía su vocación; estaba hecho para salvar vidas y amojonar el territorio. Pues allí mismo decidió, siempre con su propio peculio, construir un refugio. Con el tiempo, en épocas de Roca, le fue donada la isla por sus servicios. Sin embargo no siempre sus campañas acarreaban el éxito. Solicitado por el gobierno chileno, le tocó ir en busca de la misión anglicana de Allen Gardiner, uno de los intentos pioneros de colonización de Tierra del Fuego, pero cuando lo halló ya había perecido de frío e inanición.
Recio y a la vez suave en su trato caballeresco, concitaba la admiración de los más curtidos lobos de mar, que pese a su juventud lo respetaban por su pericia y capacidad de mando. En sus navegaciones solitarias recorrió mapeando el canal de Beagle y toda la costa patagónica, que conocía como la palma de su mano. En 1859 remontó el río Santa Cruz hasta la isla que él bautiza Pavón, donde entabló relaciones con grupos tehuelches junto a los cuales enarboló por primera vez la bandera argentina.
Cabe recordar que la Patagonia era tierra incógnita y no tardaría en entrar en franca disputa con Chile, que había tomado posesión del estrecho de Magallanes y realizaba intentos de cooptación de grupos indígenas. La única autoridad constituida de lado argentino estaba en Patagones, el resto era una abstracción tan imprecisa como los mapas. Justamente en aquella, su ciudad natal, se había criado en casa de un antiguo corsario francés el cacique Casimiro Biguá, que desde los años 40 comandaba desde San Gregorio, hoy perteneciente a Chile, a todos los grupos tehuelches de la Patagonia. El encuentro de ambos en la isla Pavón fue providencial. Reconociéndose como paisanos del Carmen, entablaron un vínculo amistoso que sería crucial para la soberanía argentina.
Percibiendo la oportunidad de ganar su confianza, Piedra Buena lo llevó a visitar al presidente Bartolomé Mitre en Buenos Aires, que lo nombró Cacique Principal y le otorgó el rango de teniente coronel del Ejército con sueldo y amplias promesas de ayuda material. (Mientras, al intrépido marino que por su cuenta venía defendiendo la soberanía argentina en los mares del sur apenas lo designó como Capitán Honorario). En la ocasión el cacique fue fotografiado por Benito Panunzi, uno de los pioneros de la fotografía argentina, vistiendo quillango y vincha junto a su hijo Sam Slick.
Casimiro organizó con el tiempo una ceremonia en la isla Pavón donde concentró todas sus fuerzas y se proclamó fiel a la nación argentina, tras rechazar los intentos de seducción del gobernador de Punta Arenas. “Estos pobres salvajes cifraban su orgullos en llamarse argentinos” -escribirá el marino en un informe. Por lo demás, la eficaz diplomacia de Piedra Buena tenía una dimensión material: comerciaba con ellos productos manufacturados y alcohol que traía desde Buenos Aires o las Malvinas a cambio de plumas de avestruz y cueros, y les permitía vivir en su isla, aventajando a Chile, que continuamente presionaba a las tribus y acusaba a Biguá de todo tipo de tropelías. De todos modos, su desilusión fue grande cuando Mitre, envuelto en la Guerra del Paraguay, no cumplió sus promesas de asistencia para San Gregorio. Entregado al alcohol, el viajero británico George Musters lo encontrará poco después abandonado y pobre, habiendo sido sucedido en su cacicazgo por su hijo Papón, que se alineará con Chile en el momento más álgido de las rispideces entre ambos países.
Entretanto, Piedra Buena continuaba su faena de exploración, salvataje de personas y montaje de factorías. Le fue concedida la Isla de los Estados, donde construyó depósitos de aceite de ballena, y el poblado Las Salinas, desde donde proveía de sal a las Malvinas. Durante un viaje a Buenos Aires fue iniciado en la masonería y contrajo matrimonio con una joven hija de franceses, Julia Dufour, con la cual tendría varios hijos, algunos de los cuales fallecieron a temprana edad. Tras una luna de miel en Pavón, se estableció en Punta Arenas. En ocasiones quedaba cautivo de la puja entre los países, sucediendo situaciones paradójicas, como cuando el gobernador de Magallanes, mientras impedía sus planes de colonización en San Gregorio con Biguá, le solicitaba que rescatara a los náufragos de un bergantín que había sido atacado por indígenas selknam. A lo que, naturalmente, guiado por su espíritu solidario, como tantas otras veces accedió sin aceptar retribución.
Pero el mar tiene sus acechanzas. Durante una misión su goleta Espora dio contra un roquedal en la isla de los Estados y quedó varada durante tres meses en medio de la nada, sin alimentos ni vestimenta adecuada. Pero a fuerza de voluntad, y poniendo en práctica sus conocimientos de ingeniería náutica, prácticamente sin herramientas, Piedra Buena construyó el cuter Luisito con los restos de la nave, con el cual no solo pudo ponerse a salvo, conducir a sus hombres a tierra firme y cumplir con el rescate de dos náufragos ingleses, lo que le valió una esquela de la reina de Inglaterra, sino que además siguió operando por largos años, tal la perfección del trabajo.
Cuando Domingo Faustino Sarmiento llegó a la presidencia lo encaró para retomar sus planes de colonización; chocó contra un muro. “Recuerdo cómo se expresó: dijo que no teníamos Marina, que costaba mucho mantener un buque de guerra, que estábamos muy pobres, que ese territorio era desierto, que le convenía a los chilenos por ser el paso al Pacífico, que si poblaba la guardia proyectada habrían de vivir como perros y gatos, que no había gente para darme. No me dijo que fuera ni que me quedara, pero que procediera con prudencia con las autoridades chilenas”, escribió en un memorandum.
Su asesoramiento al embajador argentino en Chile, Félix Frías, fue determinante para zanjar la situación de conflicto de límites y llevarla a una solución pacífica, así como asistió a diversos planes de poblamiento en la costa atlántica patagónica, como las colonias galesas y francesas. Pero padeció el acecho de la política chilena. Habiendo perdido su barco, con dos hijos fallecidos y la esposa enferma, con su pequeño cuter, vio ocupar el río Santa Cruz por la escuadra chilena: la guerra se avecinaba. Pero el inicio del conflicto del Pacífico que enfrentó a Chile con Bolivia y Perú impidió una conflagración en las costas patagónicas. En ese momento Piedra Buena, que había sostenido una sobriedad ejemplar en un ámbito afecto al alcohol, se dio a la bebida, iniciando un camino que lo conduciría a la tumba.
Sin embargo su suerte mejoró. Siendo Ministro de Guerra y Marina, Adolfo Alsina, con su obsesión por la cuestión indígena y ante el incremento de actividad marítima chilena en la Patagonia, vio en él al hombre ideal, que conocía ambas cuestiones. Le concedió el rango de capitán que merecía y lo puso al mando de un bergantín. Pero el hecho tuvo un gusto amargo: en su primera misión hubo de conducir desde Bahía Blanca a unos indígenas cautivos.
Ya maduro, destinado a comandar el bergantín Cabo de Hornos, condujo al joven perito Francisco Pascacio Moreno en sus primeras exploraciones por el sur, que lo llevarían hasta los toldos de Sayhueque, y a quien sería gobernador de Tierra del Fuego, Carlos María Moyano, autor de uno de los primeros libros sobre los onas. También le tocó en suerte transportar a Giacomo Bove, un italiano que venía de participar de la expedición Nordenskjold al polo norte y pretendía adelantársele en la exploración de la Antártida, pero por diversas desavenencias el viaje quedó trunco. Por lo demás, la nave se transformó en buque escuela: a su lado se formaron los futuros comodoro Rivadavia, nieto del primer presidente argentino, y el comodoro Py, entre muchos otros, que siempre lo tuvieron como un maestro.
Afectado por una cirrosis hepática, Luis Piedra Buena falleció en Buenos Aires el 10 de agosto de 1883, dos semanas antes de cumplir cincuenta años.