Nunca quise ser famoso, esa no era mi intención. Pero al parecer, la fidelidad hoy en día es noticia. Al menos es lo que me demostraron durante estos años a pesar de haber estado ajeno a todo eso.
Creo que la primera foto me la sacó una chica jovencita, medio de incógnito, pero yo me di cuenta igual. Después se corrió la voz, vieron cómo son estas cosas. Hasta salí en la televisión de otros países. Pero para mí ese era un mundo muy lejano. Yo lo único que quería era sentir de nuevo el calor de Miguel.
A eso de las 18 hs se iban todos y a los que se demoraban los invitaban a salir. Solo a mí me dejaban quedarme, no sé si por lástima o qué, pero nunca me dijeron nada. Ese era el mejor momento del día. Por la intimidad, claro.
Al principio me sentía medio perdido, prefería la calidez del hogar. La estufa en invierno. El ventilador de piso en verano.
En los días calurosos me recostaba sobre la frescura de las baldosas, panza arriba, y dejaba que el aire del ventilador me despeinara en su ida y vuelta como un limpiaparabrisas. Acá era diferente, el fresco había que buscarlo en la poca sombra de algún arbolito perdido. Para tomar agua me las arreglaba, siempre había por ahí alguna canilla goteando.
Y el invierno era mucho más crudo, no existía el tapete cerquita del fuego. Lo único que me entibiaba las entrañas eran las veces que Tatú me traía algún plato caliente.
Tatú era el sereno del lugar, le decían así porque era bajito como el personaje de “La isla de la fantasía”. Siempre se vestía con la misma ropa: un overol azul y los zapatos de seguridad llenos de barro. De noche andaba con una linterna recorriendo el lugar, ese era el momento en que me dejaba la comida. A veces, me traía las sobras de lo que había cenado. Siempre le estuve agradecido, no tenía ninguna necesidad de alimentarme. A lo mejor lo hacía porque era su única compañía.
No crean que era fácil pasar toda la noche en ese lugar, yo lo hacía porque quería, pero él seguro que lo hacía por necesidad. Era solitario, como yo, pero como dice el refrán “mejor solo que mal acompañado”.
Miguel me tuvo desde muy chiquito. Yo no me acuerdo, pero lo escuché un montón de veces contar la historia de cuando me rescató en la calle. Estaba tan flaco que se me notaban todas las costillas, parecía un peine cuando me miraban el lomo de costado, decía. Así que para mí esto no es ninguna noticia, ni algo fuera de lo natural. Noticia sería si fuera un desagradecido, pero se ve que el mundo vive equivocado.
Con los años me fui habituando al lugar. Como todo, uno se va acostumbrando. Esa frase también se la escuché decir varias veces a Miguel. Cuando tenía un problema repetía “el hombre es un animal de costumbre”. Supongo que por deducción no tuve más remedio que acostumbrarme a esta realidad. Pero no me quejaba, lo único que me molestaba era cuando me sacaban fotos o me filmaban. Yo solo quería estar tranquilo, sobre todo en ese lugar.
Con el paso del tiempo me fui cansando. Más aún si a uno le multiplican los años. Los huesos fueron perdiendo fuerza, la cadera ya no me respondía, no tenía la vitalidad de antes. Pero lo peor fueron los problemas renales, eso sí que me dolía bastante. Todo lo que comía lo vomitaba enseguida, hasta que me dejé vencer.
El que me encontró fue Tatú, era de noche y venía a traerme el plato de comida. Me alumbró con la linterna y me encontró ahí tirado, al lado de él. Lo último que vi antes de dejarme llevar fue la foto de Miguel sobre el mármol.
Ahora estoy feliz otra vez, volví a sentir el calor de su mano acariciándome a contrapelo. Lo único que lamento es haber abandonado a Tatú, se quedó solo el pobre, sin su compañía nocturna.
Pero como dije al principio, yo no quería ser famoso, solo hice lo que correspondía.
Si hasta la noticia salió en el diario cuando se enteraron.
El titular decía “Muere Capitán, el perro que visitó durante once años la tumba de su dueño”. Eso decía, o algo parecido, porque las lágrimas de Tatú habían borroneado la tinta de la página del diario.
IG @pablo_zapa