Bárbara estaba en penitencia limpiando botas con un papel de diario cuando leyó una nota sobre la boxeadora irlandesa Polly Burns, una de las tantas mujeres mal vistas primero e invisibles después, pioneras del boxeo femenino como lo fueron también Elizabeth Wilkinson, Nell Saunders, Rose Harland, Mamie Donovan y Hattie Stewart, entre otras. O tal vez estaba intentando formar un equipo de fútbol y no encontró compañeras… las dos historias pueden ser ciertas porque las dos terminan subiendo a Bárbara al ring.
“Voy a intentarlo”, dice que dijo cuando pensó en Polly. Fue más que un intento. Bárbara, quien llegó a ser la fundadora y la presidenta de la WIBF, la Federación Internacional de Boxeo Femenino, participó en 32 combates (30 victorias, un empate y una derrota que no fue por KO), peleó con hombres, protagonizó el primer encuentro de boxeo femenino transmitido por radio e hizo polvo el prejuicio de la “mujer frágil” (pesaba 45 kilos y medía 1,50). La nena inglesa que vivió la guerra y a la que todos llamaban “esquelética”, “cosita chiquita”, “poca cosita”, tenía 16 años cuando dejó su casa en el condado de Yorkshire del Este y llegó a Londres buscando un gimnasio.
Entrar a un gimnasio no era fácil, quedarse adentro, mucho menos. Bárbara no quería ser una luchadora de ferias y apuestas, no quería boxear adentro de una cabina, quería ser profesional ¿pero qué mujer podría serlo? Dice Malissa Smith en su Historia del Boxeo Femenino: “las mujeres entraron al cuadrilátero como expresión de su deseo y derecho a moldear sus identidades. Desde el desafío de Wilkinson, a las mujeres, en su mayor parte, se les ha negado la plena expresión de ese deseo; su participación en el boxeo ha tenido algo así como una cualidad de espectáculo secundario”.
Bárbara, la boxeadora con “una buena izquierda” que peleaba cuando las “chicas buenas” no peleaban cambió esa cualidad. Con lo que cobraba como mecanógrafa pagaba las horas deportivas y fue ahí, entre las bolsas, donde aprendió el juego de pies y el baile elegante, y donde conoció al entrenador Leonard Smith, con quien después se casó y a quién noqueó en su casa cuando él “se puso violento”.
Desde 1948 combatió en circuitos europeos semiprofesionales y fue campeona ininterrumpida (desde 1950 a 1957) de los pesos mosca y pluma. Una vida entre Europa, Canadá y los Estados Unidos, donde obtuvo la primera licencia profesional de boxeo para una mujer en el Estado de Texas, marcó el inicio el hito: “las chicas ya no somos esas delicadas florecillas que parecíamos ser". Hace ya varias décadas y después de más de mil combates de exhibición, “el poderoso átomo del ring”, como llaman a Bárbara, se bajó de la lona, pero sigue combatiendo a quienes todavía dicen que si una mujer boxea es porque tiene un problema. “Cuando empecé en boxeo creí que era imposible tener la oportunidad de competir en un ring y entonces gané el campeonato mundial en 1957. El consejo que les daría es da todo lo que tengas y nunca te desanimes”, dijo cuando tenía 87 años vestida con ropa de entrenamiento y pegándole al saco. Ahora tiene 95.