Las acuarelas y los dibujos de Ariel Cusnir se levantan como imágenes de un pasado lejano que vuelven a nuestros días para aggiornarse y circular por Internet. O quizás por alguna otra plataforma de streaming, de esas que ofrecen cientos de horas de programación con shows y películas de superhéroes. Cusnir ha reescrito la historia nacional para agregarle pinceladas de fantasía que travisten algunos hitos patrios y los dejan listos para que se impriman como cuadritos de una historieta. Civilización y barbarie en una misma obra.

Su más reciente exhibición en la galería Pasto, titulada Pasado mañana y curada por el artista Marcelo Galindo, es una continuación de estos remixes históricos en los que viene trabajando desde hace algunos años. Allí están Manuel Belgrano, Linterna Verde, el boliche The End, un puñado de duendes, las hormigas y hasta Charly García. Todo dicho así, como una sucesión de personajes y animales que se vinculan, suena bastante disparatado, pero el mérito de este artista radica justamente en crear diferentes relatos y subtramas que logran generar una conexión entre una cosa y la otra como si se tratara de algo muy claro, casi evidente. Cómo nunca antes nadie juntó todo esto si es obvio que los padres de la patria, los superhéroes y los insectos tienen una correspondencia muy notoria.

Esta es la primera muestra que realiza después de algunos años. La anterior en este mismo espacio ocurrió en 2019, cuando presentó Los rojos. De alguna manera, funcionó como un prólogo de lo que se puede ver ahora. En ese entonces, mostró una serie de pinturas que simulaban el género histórico y que tenían como protagonistas, valga la redundancia, al ejército de los rojos –o sea, los federales– junto a Juan Manuel de Rosas y Justo José de Urquiza. En esa misma muestra también aparecían las hormigas que vemos ahora y el desplazamiento de estos próceres a escenarios contemporáneos, como una oficina cualquiera de microcentro. Incluso más atrás en el tiempo, en 2005, cuando Cusnir era un joven entusiasta a punto de descubrir Flickr y las maravillas de Internet, empezó a germinar algo que se puede ver ahora y que también sucedía en viñetas: en grupos de cinco ilustraciones, pintadas con acuarela, armó pequeñas biografías de Philip K. Dick, Cordwainer Smith y Yukio Mishima, entre otros.

Qué esconden algunos episodios de la historia nacional para Cusnir; qué trata decir este artista cuando vuelve sobre el pasado para deformarlo y qué resonancias puede tener su fantasía en el mundo de hoy. Estas preguntas están todo el tiempo presentes en su trabajo más reciente que trata de darle un sentido a algo que es un terreno en permanente disputa: la historia nacional.

LA BATALLA CULTURAL

Cuando Cándido López se apareció con sus pinturas rectangulares y alargadas debajo del brazo, pensó que rápidamente iba a poder venderlas, o al menos poder ingresarlas a la colección de algún museo público. En su mente, su trabajo no sólo tenía un gran valor histórico, sino que reflejaba un profundo compromiso con la patria, algo que el Estado debería reconocer. Sin embargo, las instituciones estatales le dieron la espalda al ex-combatiente, que perdió la mano mientras defendía a la nación durante la Guerra del Paraguay. Uno de los mayores opositores a su trabajo fue el mismísimo Eduardo Schiaffino, fundador y primer director del Museo Nacional de Bellas Artes: su argumento era que esas pinturas no eran obras, sino meros documentos testimoniales. La fortuna que López había imaginado para sí mismo, la que iba a conseguir por haber pintado algunas guerras de la independencia, se esfumó en el aire. Para salir del paso y la malaria, se puso a pintar un puñado de naturalezas muertas, con la idea de poder venderlas rápidamente y así poder subsistir. Luego de algunas idas y vueltas, sus pinturas históricas finalmente ingresaron a colecciones públicas, pero se separaron en dos: un conjunto fue a parar al Museo Histórico Nacional y el otro sí se fue al Bellas Artes. Lo que ilustra este pequeño episodio en la vida de un pintor manco es que, al igual que la identidad nacional, la historia también es un terreno de disputa. Una hoja en blanco que puede ser escrita temporalmente por algunos relatos y conceptos, para después ser borrada y reemplazada por otros. Schiaffino no quería en sus salas el relato de Cándido López. Luego, eso pereció, nuestro pintor de guerra se transformó en un ícono y su relato en leyenda.

Las obras de Cusnir también disputan sentidos históricos y relatos patrios, pero no desde la política y la razón, sino que lo hacen desde la fantasía: no tienen el tufillo documental que aquellas pinturas alargadas. De esta manera, la ficción se levanta como una condición de posibilidad para que esa hoja en blanco sea escrita con desfachatez y desparpajo. En la versión de la historia de este artista, Manuel Belgrano recibe fotos en una tablet, baila en una discoteca y viaja por el tiempo con la versión femenina de Linterna Verde, Jennie-Lynn Hayden. En estos encuentros transdimensionales aparece hasta Charly Pig, un simpático personaje que entre oink oink canta “Seminare”, “Nos siguen pegando abajo” y, seguramente, se tira a una pileta desde un noveno piso.

Pero no hay que dispersarse con los personajes; más bien se debe seguir tirando del hilo de la ficción y lo que se esconde detrás. El trabajo de Cusnir justamente trata de poner delante de todo, en la superficie de cada obra, una fantasía que permita reescribir el presente desde algunos personajes e hitos históricos. La historia está puesta al servicio del presente; eso es lo que hay escondido a través de los viajes en el tiempo de Belgrano. Y el presente que aparece en los dibujos y las acuarelas de esta muestra es uno donde los dispositivos móviles, las antenas e Internet modifican hábitos, espacios y median entre cualquier tipo de relación. El mundo es el mundo de los mensajes y la información. Ya no hay patria a la cual defender, solo mensajitos que mandar y memes que likear.

Sobre las zonas grises de la historia, en esos intersticios que emergen de las discusiones acerca de cómo fueron los hechos –si el padre de la patria fue San Martín o Juan Bautista Alberti, por ejemplo– Cusnir encuentra una excusa para pintar y dibujar. Señala esos procesos, esos desencuentros, de una manera completamente desinteresada. No quiere saldar discusiones, ni encontrar verdades. Tal como escribió el artista Jorge Gumier Maier: “El movimiento del arte es la fuga. Conceptos tales como ‘verdad’ o ‘realidad’ le son extraños porque todo arte es ficción. Narraciones renovadas de las fábulas que resuenan en nuestro ser”. Es justamente por esto que Cusnir solo quiere ilustrar su versión inventada de la historia.

UNA POBRE ANTENA

Apunta Marcelo Galindo en el texto que acompaña Pasado mañana: “1758: Carl Linnaeus, conocido por su trabajo en la clasificación y nomenclatura de los seres vivos, publica el libro Systema Naturae en donde se describen y clasifican por primera vez varias especies de hormigas y la función de las feromonas en su organización social, en su comportamiento colectivo y en la transmisión de señales para reunir a la colonia en un mismo tiempo y espacio”. Las hormigas, como cualquier otro animal o insecto o ser vivo, tienen su propio sistema de comunicación.

Ingresan las hormigas a la fantasía de Cusnir y suman otro componente fundamental para entender una historia: el interrogante sobre cómo se la cuenta, cómo se la comunica. En este sentido, la historia que narra este artista parece organizada en viñetas, robándole a la historieta no solo una superheroína, sino también una manera de organizar el discurso: en partes, en pequeños cuadraditos. Sin embargo, hay una distancia fundamental con ese otro género; Cusnir prescinde de las palabras, deja que la imagen caiga por su propio peso. Desde los años ’60 para acá, el problema de la comunicación se ha hecho presente en el campo del arte argentino. Este interés no terminó con la disolución del grupo Arte de los Medios –formado por Raul Escari, Eduardo Costa y Roberto Jacoby–, sino que llegó hasta nuestros días y no sólo de la mano de Cusnir, sino también en el trabajo de otros artistas contemporáneos suyos, de su misma generación, como Andrés Aizicovich.

La comunicación que le interesa a Cusnir es la que sucede en los nuevos medios masivos, en los teléfonos y en las redes sociales. Los dibujos y las pinturas que integran esta muestra, ¿son viñetas de un cómic o fotos de un dump de Instagram? ¿Pueden ser las dos cosas? ¿Qué diferencia hay entre las señales que se emiten entre los dispositivos móviles y las que emiten las hormigas, si por caso ambas sirven para organizar el mundo?

Así como no hay verdad en las obras porque las obras son ficción, tampoco puede haber comunicación en el sentido más tradicional del término, ese que implica que dos personas se entiendan: es imposible reconstruir todo lo que hay detrás de cada uno de los dibujos y de las pinturas porque las referencias son múltiples y van en distintas direcciones. Son obras que se hacen eco del frenesí de imágenes y estímulos en el que vivimos. Si la historia es una hoja en blanco que puede escribirse y reescribirse, la comunicación directamente es una enciclopedia entera que aguarda ser escrita.

Las obras de Cusnir ofrecen un relato abierto, vacío de palabras, que puede ser llenado por miles de versiones y todas serían igual de válidas porque para eso fueron creadas, para que alguien las llene de diversos sentidos, así como se cambia el sentido de la historia día a día. Año tras año. Gobierno tras gobierno.

Pasado mañana se puede visitar de miércoles a sábados, de 14 a 19, en la galería Pasto, Chacabuco 866. Hasta el sábado 16 de agosto. Gratis.