Los temas son dos, pero hablan de lo mismo. De lo prohibido pero al mismo tiempo deseado, encarnado en un personaje. Un personaje llamado Lila Limón. “Me acuerdo que nos habíamos pasado dos días componiendo y grabando con Lucas, y decidimos tomarnos un descanso”, cuenta Santi. “Antes de irnos apareció esta nueva idea, y nos fuimos con apenas un estribillo en la cabeza. Al día siguiente cada uno apareció con un tema diferente”. Uno es muy breve, un rockito minimalista, repetitivo e irresistible: no es casualidad que abra el disco. El otro, en cambio, es una de esas canciones bien redondas, que cuentan una historia. En este caso, la de un amor imposible: “Es que ella sueña con el respeto irrestricto/ y él sueña la justicia social”. Tampoco es casualidad que “No hay ninguna grieta (más fuerte que un amor)” –así se llama el tema– haya sido elegido para el video. Lucas se ríe y tira como referencias tanto a Camille Paglia como punto de partida de la idea original, como un involuntario Shakespeare para esa suerte de Romeo y Julieta compuesto por Santi, que por su lado confiesa que su miedo era terminar cancelado –por el personaje elegido– por sus vínculos más politizados y cercanos al peronismo. “Pero todos entendieron el chiste”. ¿Y los libertarios? “En TikTok fueron los primeros en coparse”, cuenta, confirmando que ante las buenas canciones no hay grieta que valga. Tampoco la hay con Rock Nacional, un quinteto que es algo así como el secreto mejor guardado del rock de La Plata, liderado por Santiago Bercini y Lucas Salvadori y que hace un año publicó su sorprendente primer disco, El pacto de mayo. Acaban de sumar un simple a su breve discografía, un clásico de los Ramones (“The KKK Took My Baby Away”) versionado como –original de Rubin, para su disco ¡Componé, ladrón! (2011)– “La triple A se llevó a mi mujer”, una traducción que quizás funcione como resumen del imaginario estético, melódico y hasta programático del grupo.

“Venimos del futuro, abrimos el portal”, es como se presentan en “Los chicos del mañana”, uno de los temas más emblemáticos de su breve y contundente debut, cuyo estribillo deja en claro que –al menos para ellos– el futuro está en el pasado (y viceversa): “Mi papá compraba el Clarín/ y mi mamá pispeaba el Si/ y yo jugaba por ahí/ el mundo era nuevo”. Ese mundo nuevo para Lucas y Santi tiene como elementos indispensables a la música y la política, que ellos cruzan y resetean en las canciones que forman el repertorio de Rock Nacional, un bautismo que los define e invisibiliza al mismo tiempo: es difícil encontrar su música en las redes. “Cuando le conté a mi hermano el nombre que nos pusimos, me dijo que eramos unos idiotas”, se ríe Lucas. “Pero a mi me gusta imaginar cuando llegue el momento en que cualquier consulta lleve directo hasta nosotros”. Con cinco años de diferencia entre ellos, Santi y Lucas son hijos adoptivos de La Plata, sí, pero llegaron desde Saladillo y Tandil, respectivamente. Se cruzaron por primera vez en una banda –Cometas Cachorros– cuando uno reemplazó al otro pero, según explica Santi, decidieron juntarse a componer al darse cuenta que mas que ser intercambiables eran complementarios. “Yo soy muy ordenado y él es muy intuitivo”, cuenta Lucas, que encontró en Santi un interlocutor con el que retroalimentar ya sea su obsesión por las canciones como por las teorías conspirativas. “Yo escucho desde Kanye West hasta el Dúo Salteño, y también me gusta investigar todo, al punto de que con Santi somos post-conspirativos: nos metemos tanto en las teorías que salimos riéndonos de todo, en particular de los que recién llegan y se las creen”.

Ferozmente contemporáneos y con las antenas bien paradas, Lucas y Santi parecen saberlo todo, y al mismo tiempo –propio de una época en la que todo parece estar a un googleo de distancia– siempre tienen algo nuevo que aprender. La desfachatez, las melodías y hasta los coritos de las canciones de Rock Nacional recuerdan a la explosiva primera versión de Los Twist –pasados por la deformidad del autotune, el signo de los tiempos–, pero la referencia no significa mucho para ellos. Claro, para su generación Pipo Cipolatti es antes un personaje de la farándula que el líder del grupo que saltó de la nada para, recién terminada la dictadura, convertir en insperado hit los anteojos negros y Falcon verdes de “Pensé que se trataba de cieguitos”. Para ellos tiene más sentido la mención de Las Manos de Filippi como el otro extremo de sus referencias –mencionan, por su parte, a la Bersuit y a Peter Capusotto– pero señalan que se preocupan por nunca “bajar línea” en sus canciones. Además de ser hijos de padres separados, la otra constancia en sus recuerdos de infancia es la política atravesando (y dividiendo) sus familias, por lo que no es una sorpresa que aparezca en sus canciones, aunque sí la forma en que lo hace. “Queríamos hablar de lo que está sucediendo, pero con lo que tenemos, que es el rock”, explica Santi. “Y si nos pusimos a hacerlo es porque sentimos que había un vacío para llenar”.

¡Y cómo lo llenan! No solo cantándole (por duplicado) a Lima Limón, sino coronando su repertorio con un tema impensado, que sorprende por su valentía y atrevimiento, una suerte de malambo trapeado titulado “¿Quién va a matar a Aramburu?”, que Lucas recuerda haber compuesto como parte de su recurrente obsesion por Montoneros. “Estaba leyendo la biografía de Galimberti, en la que se cuenta la historia de ese asesinato”, recuerda, y enseguida se siente obligado a subrayar que rechaza la violencia. Lo que le interesa, dice, es semejante nivel de compromiso y convencimiento, que resuena en cada una de las estrofas-preguntas de un tema hipnótico, que interpela la realidad actual y a su propia generación. “¿Quién va a ser el héroe que sepa su historia/ y que salga a la calle a encargarse de hacerla?”, cantan, y está claro que nadie, ni el rock nacional ni Rock Nacional, tiene todavía la respuesta. Salvo las canciones, claro.

Rock Nacional toca el viernes 25, junto a Fama y Guita, Enrique Colombano y Pablo Garello, en el Salón Pueyrredón, Av. Sta Fe 4560. A las 20.