Durante más de tres décadas de carrera, cada vez que Joan Baez se bajó de un escenario escuchó el mismo comentario. Aquí, allá o en todas partes. En el Carnegie Hall, el galpón de un sindicato, el Luna Park o una tienda de refugiados en algún punto clasificado de Ucrania. Qué serenidad, querida. Acostumbrada a las contradicciones, Baez recibía ese cumplido con una mueca de incredulidad. “Sufría an