Gabriela Wiener asegura que las entrevistas reunidas en su nuevo libro Dicen de mí son un rompecabezas de ella misma hecho con otras voces. Habló con su marido, con su madre, con su padre, con su hermana, con su novia, con su hija para intentar un perfil –diverso, caleidoscópico, contradictorio, imposible– que le devolviera su propia imagen a lo largo del tiempo. El experimento tuvo un límite: su maltratador. Un novio que veinte años después siguió considerando que lo suyo había sido un “puñetazo” bien puesto. Sí, en los intercambios que mantuvieron, él puso la palabra “puñetazo” entre comillas, relativizándola. Al fin ella decidió no publicar el resultado de esa conversación. Pero el verdadero fracaso, dice ahora, fue otro: “Fracasé en mi intento de conseguir que reflexionáramos acerca del machismo, de esa violencia estructural que nos atraviesa a todos. No pude hacer que él revisara sus privilegios de hombre heterosexual de una clase determinada, ni que tuviéramos un acercamiento ya no afectivo pero al menos humano, de lo que vivimos juntos”.

El libro –que reúne textos publicados originalmente en el diario La República de Perú y que acaba de ser editado por Estruendomudo, de Chile– dedica su capítulo final a esa entrevista. Wiener transforma su relato personalen chispazo que sigue encendiendo demandas políticas: específicamente, las luchas de las mujeres por denunciar la violencia machista en sus múltiples formas. Gabriela pensaba incluirlo en la lectura que hizo para cerrar el festival de no ficción Basado en Hechos Reales, que se realizó hace unos días en el Centro Cultural Kirchner. Pero a último momento decidió leer un texto inédito sobre su experiencia de amor multiplicado junto a su marido Jaime Rodríguez y Rocío Lanchares, una música punk que eligió estar en pareja con lxs dos. Sin embargo, no tiene problemas en hablar del texto que leyó y el que no leyó en este encuentro con Las 12 un mediodía ruidoso, mientras el sol cae a plomo sobre la vereda de un bar de Recoleta, cerca del hotel donde Gabriela está de paso. Acomoda su pelo largo (bellísimamente oscuro) y habla en un tono devastadoramente dulce. Su escritura es tan flamígera que unx puede caer en la tentación de pensar que esta escritora, periodista, poeta, tendría un vozarrón que se alza por los techos. Y no. Al menos, no así. 

Wiener nació en Lima en 1975. Se formó en la escuela de la revista Etiqueta Negra, donde fue encontrando muchas coloraturas para desnudar, despellejar, exhibir, acunar, ese “yo”autobiográfico desde el cual escribe. Emigró a España y vive en Madrid. Publicó Sexografías en 2008, un experimento entre el periodismo narrativoy la memoir porno donde investigaba sin pudores los bordes de su propio deseo. La editorial local Marea editó en 2012 Nueve lunas (viaje alucinado a la maternidad) donde cuenta cómo ella, migrante peruana de raíces andinas se convierte en madre de Lena, trazando un lunar oscuro en la piel blanca de la madre patria. Después fue el turno de la recopilación de crónicas Llamada perdida(Malpaso ediciones). Mientras tanto fue redactora jefa de la revista Marie Claire pero renunció. Ahora escribe para La República, El País y el New York Times. Y acompaña los manifiestos del Comando Plath, creados de manera colectiva por artistas/activistas peruanas como forma de seguir multiplicando el grito “Ni Una Menos”. 

Hace un rato pregunté si eras performer y dijiste que no. 

–No lo soy exactamente. O sea, hago lecturas públicas con un punto de performance porque los textos que escribo tienen bastante de exposición y de kamikaze. Me quemo a lo bonzo cuando cuento ciertas cosas que me generan vergüenza e incomodidad pero que no puedo dejar de decir. Y mi escritura se ha contagiado de esa mala tendencia. 

¿Cuál sería la mala tendencia?

–La impertinencia de quien dice lo que no se debe. Recuerdo que desde muy chica me decían “Gabriela, de tu boca sólo sale mierda”. Y tuve que hacer algo con eso. No creas que es terapéutico porque sigo andando a tontas y a locas. Pero bueno, me divierte ponerme roja, sudar... Sentirme incómoda es parte de mi naturaleza. Esa incomodidad fluye hacia otrxs que también tienen sus propias vergüenzas y contradicciones. A veces se da una buena conexión entre lo que digo y aquello que la gente tiene adentro. 

¿Cómo llegaste a la idea de entrevistar al tipo que te maltrató?

–Yo quería hablar del machismo que nos atravesaba a lxs dos por los celos, por la monogamia autoimpuesta, por la posesividad. Éramos muy jóvenes y yo carecía de referencias para saber que las cosas podían ser de otro modo. Quería también una explicación sobre cómo es posible acabar en el hospital ya que me llevó mucho tiempo comprender que había sido un caso de violencia de género. Y a esa lectura llegué gracias al feminismo. Mi idea era confrontarnos mutuamente. Pero me encontré con una persona que aún hoy insiste en que fue un golpe aislado, que yo genero violencia y que simplemente recibí la violencia que doy. Entonces me quiere explicar a mí en qué consiste la violencia que él padeció desde su lugar de superioridad. Él me pegó, dijo, porque le hablé de mis relaciones anteriores,porque me besé con una amiga en la boca. Pensé mucho qué hacer antes, durante y después. Cada una sabe qué justicia necesita. Pero todas estamos de acuerdo en que necesitamos alguna forma de justicia. Al fin opté por narrar nuestra historia al final de Dicen de mí pero en su momento no la publiqué. No pongo su nombre porque no es una denuncia en sentido estricto: es una respuesta a la incapacidad de los hombres de enfrentar su machismo.

¿Cuándo empezaste a pensar en clave feminista?

–Cuando saqué Sexografías en 2008, el feminismo no era todavía una cosa aprendida para mí. De hecho, hablo de “las feministas” como otras, que no son yo. Incluso discrepo con ellas, algo que no se me ocurriría hacer ahora porque estamos en una maldita guerra: no me voy a poner a cuestionar a las compañeras soldadas. Había logrado meterme en ciertos lugares como en ese espacio swinger, había logrado la autonomía de mis deseos y de mis perversiones, podía escribir lo que me diera la gana sin pedir permiso. Pero para mí eso no tenía que ver con el feminismo. Hasta que Cristina Fallarás me vino a entrevistar para un periódico y me metió junto a Virginie Despentes, a Paul Preciado y dijo “lo que tú haces es feminismo”. O sea, fueron otras mujeres las que me despertaron, quizás con algunos años más que yo. Amigas como Cristina y chicas como Virginie que leés y dices “esto es lo que me gusta”. Y mi novia Rocío, quien en la entrevista que hicimos dijo sin atenuantes “el feminismo nos ha hechos libres, Gabi”.

En tu escritura hay una tríada constante: los vínculos entre clase, género y raza.

–Sí, también apareció de tanto escribir con la entraña. De niña, pensaba que era negra de África. ¡Me enteré que era chola tardísimo! Y fue una frustración porque nuestros orígenes andinos no son orgullo sino estigma. Así salí al mundo. En 2004 hice un texto sobre ese tipo de bullying que me habían hecho en el colegio; en especial un niño. Entonces puse: “Se busca a Natalio”. Y lo encontré. Resultó ser webmaster de Evo Morales. ¡Y me empieza a hacer bullying veinte años después, otra vez! “Tú siempre rara. Tú siempre recitando poemas de Vallejo. Tu amiga Natalia me gustaba más porque era blanca”. Me decía esas cosas otra vez.

Hablando de lógicas muy enraizadas, en estos días le dedicaste una columna en España a la abuela orgullosamente franquista de tu novia, que preguntó si podía contratarte para servicio doméstico.

-Ay, sí. Una de las tías de mi chica se desvivía intentando explicarle que yo soy la amiga de su nieta, la periodista que escribe cosas. “¡Ella escribe en El País, mamá!”, exclamaba. Pero la señora insistía preguntarme cuántas casas limpio. El estereotipo que tienen en España es tan alucinante que mi marido, que es medio cholo, medio zambo, medio chino, les rompe la cabeza. Y lo simplifican diciendo “tú no pareces peruano, pero tú, Gabriela, sí”. O la de veces que me han corregido los giros latinoamericanos en mi forma de hablar o escribir. Hay un montón de racismos que para ellos son correctos. Porque en España no somos su tema. Sus rollos son con los moros, con los gitanos pero no tienen ni una sola reflexión sobre su identidad respecto a nosotros. Ni una. Por eso escribo sobre la abuelita franquista de mi novia mientras Rocío me consuela besándome los pezones. 

También sumás tu voz al Comando Plath. ¿De dónde surgió esa iniciativa?

–La poetaza Victoria Guerrero, que es mi amiga, lo fundó. Armamos un grupo cerrado en Facebook que fue creciendo. Y venimos siendo como 700 mujeres ligadas al mundo de la la literatura, el arte, el cómic con una dinámica vinculada al Ni Una Menos, que surgió aquí y cada país lo muliplicó a su manera. El  año pasado la marcha contra la violencia machista en Perú fue histórica. Ni siquiera un partido político había logrado convocar tanta gente. Nos están matando y estamos siendo invisibilizadas: eso es lo que salimos a decir. Muchas mujeres comenzaron a escribir en sus muros lo que les pasaba, a denunciar desde la zona íntima. Y eso es lo que me la he pasado haciendo toda mi vida. También por eso me siento tan identificada con el Ni Una Menos y con el Comando. Hicimos tres manifiestos en forma de cadáver exquisito, nunca mejor dicho, con frases sexistas que nos han dicho. El último se llama “No soy tu zorra”. De repente, la palabra se vuelve cuestionamiento, grito político, reacción en cadena que busca sanar desde lo colectivo aquellas heridas que las lógicas patriarcales dejan en nuestros cuerpos. Y en nuestra subjetividad.

En Internet se puede escuchar el podcast “La cama del poliamor”, donde unas chicas que no son vos cuentan tu historia. 

–Sí, al fin voy dejando que otra gente escriba o haga cosas con mi historia. Aunque, bueno, yo también terminé escribiendo sobre el tema. Jaime, mi marido, y yo, nos conocimos en 1998. Juntxs tuvimos a Lena, que ahora tiene diez años. Y juntxs nos enamoramos de Rocío y lxs tres tuvimos un hijo, Amaru Wiener Lanchares Rodríguez. El podcast toma como metáfora nuestra cama. No sólo es un modo de hablar de nuestros vínculos sino también de las enormes crisis que esto nos han generado a lxs tres y a cada unx. Y es verdad que a la cama la compramos especialmente. ¡Somos muchxs! Y nuestras oscilaciones, son constantes. Estoy con Jaime, estoy con Rosi, está Jaime besándose con Rosi, luego entra otra mujer que se besa con Jaime, otra mujer que se besa con Rosie y me atraen a mí, estamos las tres mujeres, luego Jaime acaba solo, luego entra nuestro bebé colgado de la teta de Rosi mientras yo duermo sintiendo el culo cálido de Jaime. Eso ha sido nuestra cama: una cama de leche, de semen, de fluidos. Una cama de lágrimas y de enormes placeres. 

En 2014 publicaste un libro de poemas, Ejercicios para el endurecimiento del espíritu. Ahí mencionás a una abuela que les dice cosas horribles a sus nietos. Ellos se acostumbran hasta que recuerdan las palabras de amor de su madre. En el prólogo de Dicen de mí hay algo similar cuando hablás de “conversaciones impúdicas” con gente que te ha querido y no.

–Quizás los dos libros sean parte de un mismo ejercicio: el de escuchar sobre ti y que no te importe y te conmueva al mismo tiempo. En el caso de la poesía, es una pregunta. En el caso de Dicen de mí, esas palabras son un ajuste de cuentas que pasa por mirarse en el espejo de lxs otrxs que están o estuvieron en mi vida. El libro no me salva. Quizás sea una verdad en su conjunto o una gran mentira. Pero por fin no hablo de mí sino que otros lo hacen. Eso no me toca en lo más profundo.

En Ejercicios... hay un poema que también dice mucho sobre vos. Se llama “Casa en la playa”.

–Déjame recordar... “No he aspirado a ser / una paisajista del verano / ni siquiera a cubrirte con mis velas // solo soy una chica / que estrecha su pelota de plástico / una gaviota / su corazón de erizo / bajo todos los planetas de la arena”. Sí. Mi corazón de erizo. Sí. Bajo todos los planetas. Soy lo duro y lo inmensamente vulnerable a la vez. ,