Querido lector:
No sé si “a mí me pasa lo mismo que a usted”, como cantaba Palito; ni si me pregunto "¿qué es lo que pasa, que nos estamos alejando tanto?", como insistía Horacio Guarany, o, volviendo a Palito, “qué nos sucede, vida, que, últimamente, ya discutimos por pequeñeces”, pero en cualquiera de los casos, mi circunstancia manifiesta un tremendo malestar en la cultura (¡gracias, Freud!), y yo podría decir que me apesadumbra una profunda orfandad política y también social (en tanto sociedad en su conjunto).
Si uno se siente huérfano, podría decir un psicoanalista no muy ducho, es que aún no ha resuelto el Edipo. No sé si esto se aplica a la política. No sé si existe el Edipo político, pero en todo caso, si algo tenemos hinchados los argentinos, no son precisamente los pies.
Cierto es que la orfandad y el descreimiento convocan, por ejemplo, a que más de la mitad de la población electoralmente activa de CABA no haya votado en las últimas elecciones. Y no he visto aún a ninguna agrupación ni partido que proponga una alianza con los Novotantes, aunque es muy posible que le aseguraría el triunfo en la primera vuelta sin balotaje, algo que tal vez no le interesa a nadie.
El gobierno pareciera dedicado a mantener alta la cotización del insulto, la crueldad y esas cosas que tanto le gustan. Y la oposición seguramente tendrá una fuerte creencia en la otra vida, porque lo que es en esta… No me refiero a una oposición partidaria, que seguramente la habrá, sino a aquello que le da carnadura: un proyecto, un parcito de ideas sostenibles y creíbles que nos mejoren la vida. Más bien parece que el eslogan fuera “nosotros no los vamos a empeorar, con esto debería alcanzarles para votarnos".
Y ni siquiera muestran tener herramientas con las que cumplir esa “no promesa”, sino que se basan en viejos logros… valiosísimos, eso sí, pero conseguidos en otros tiempos, con otras energías. Y si uno no cree, la tiene difícil. Y ojo, mis queridos esperanzados, que lo contrario a la creencia no es el escepticismo, sino la pregunta, la curiosidad, el deseo de constatar la posibilidad real de aquello que se promueve como consigna. El “explicame cómo vas a hacer para detener todo esto cuando seas diputado", y el "explicame por qué no lo hacés ahora, que ya lo sos”. Porque si simplemente creemos, podríamos terminar “sin haber logrado lograr un logro”, como tan sabiamente nos explicara el Sumo Maurífice cuando ejercía como tal.
No sé usted, pero yo, ante tanta melancolía, tanta pena y tanta herida, antes de decidir que “solo se trata de vivir” y encarar alguna temporada de alguna serie de Nefli, lo llamé al Licenciado A.
–Hola, Rudy –me dijo el contestador–, disculpe que no lo pueda atender, pero en este momento estoy muy ocupado mirando la serie Menem.
–Bueno, contestador del Licenciado –le respondí–, no entiendo por qué usted elige ver una serie que ya sabe cómo termina, en vez de escucharme a mí, que quizás lo ayude a enterarse de algo que no sabía.
–Rudy –insistió el contestador–, usted siempre me cuenta lo mismo: que está angustiado, ansioso, antisocial, angurriento, antisistémico, antitético e incluso antílope. En cambio, esta serie sobre los '90 me hace recordar los tiempos en que creíamos que se vendría un mundo mejor.
–¿En serio, contestador del Licenciado, que usted creía en los '90 que se vendría un mundo mejor?
–Por supuesto, Rudy, por supuesto. ¿O acaso íbamos a creer que eso que estaba pasando se iba a repetir una y otra vez? No, Rudy: teníamos la esperanza de que cuando terminaran, habríamos aprendido la lección.
–¿Y por qué no la aprendimos?
–Ay, Rudy, yo solo soy un contestador telefónico. Si supiera por qué no la aprendimos, estaría cobrando el premio Nobel en Estocolmo, o mucha más guita aún ayudando a alguna empresa a “desaprender”.
¡Lo que me faltaba! ¡Un contestador telefónico cínico! Colgué y me puse a ver la serie yo también. Voy por la parte de “No los voy a defraudar”.
Sugiero acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “los panquequitos”: