““Tan unidas marcharon nuestras almas, con cariño tan ardiente se amaron y con afectos tan intensos se descubrieron hasta lo más hondo de las entrañas que, no sólo conocía yo su alma como la mía, sino que mejor hubiera fiado en él que en mí mismo”.  (Michel de Montaigne)

“Los amigos son como los jueces, están para fallar”. (Don Urbano Zapata)

I

En algún lugar dice Atahualpa Yupanqui que “un amigo es uno mismo con otro cuero”. Poniendo el acento en que, cuando de amistad se trata, lo que prima es la mismidad. 

Si bien esto parece ser cierto, en tanto lo que une a los amigos y amigas son siempre las cosas que se comparten, que se tienen en común, -a saber: códigos, gustos artísticos, deporte, posiciones ideológico-políticas, intereses intelectuales, el mismo lugar de origen, historias, anécdotas fundacionales cuasi mitológicas, etc.-; nosotros vamos a tratar de matizar esta sentencia con resonancias populares. 

Para eso, nos remitiremos a la literatura de la gente, la música de los pueblos, en este caso a la Tonada. Como lo señalamos en otro escrito, el dialecto sonoro de Cuyo es, entre otras cosas, pero fundamentalmente, una conversación amorosa e ilustrada entre amigos y amigas. 

Y, en la Tonada, al amigo nunca se lo ubica en el lugar del semejante, del vos. Jamás se le habla como a un igual, nunca es como uno mismo. Aquí se usa siempre y sin excepción el Usted. No se trata de la impostura solemne del respeto, nada más lejos que ser una simple regla de cortesía social. Por el contrario, sirve para articular una sutil y amable distancia que pone al resguardo la singularidad del otro. 

El Usted quiere decir aquí: ¡No somos iguales! Y esto es fundamental, tanto para la amistad como para todo amor. El misterio en el que cada uno está envuelto, para el otro, no debe diluirse. 

Cuando nos acercamos demasiado al otro, cuando se borran los registros de la intimidad, aparece el vos, el yo, el tuteo, y allí empezamos a tratar al otro como si se tratase de nosotros mismos, como a un igual, y esto es lo que provoca los mayores desastres. 

Porque, hay que recordarlo, los seres humanos no nos caracterizamos, precisamente, por mantener una relación amable para con nosotros mismos, ni mucho menos con el mundo que nos rodea. 

En este sentido, nos convendría tener siempre presente la máxima Nietzscheana: “Quien no se recata indigna, tenemos muchas razones para temer la desnudez. Nunca nos adornaremos lo suficiente para un amigo”. 

El Usted es una de las formas del adorno, por medio de la cual se introduce esa pequeña diferencia que marca explícitamente que no somos uno, ni lo mismo. 

En este sentido, la lógica tonadera contradice la afirmación yupanquiana. Los amigos, amigas más que mismidad representan la diferencia. No la diferencia radical, ya que algo debemos amar en común para ser amigos. 

La amistad estaría en una atmosfera de diferencias atenuadas. 

En este sentido, Friedrich Nietzsche da un paso más. En “Así habló Zaratustra”, brinda una de las metáforas más preciosas sobre la amistad. Lo explica así: “yo y mí dialogan siempre con excesiva vehemencia ¿Cómo soportarlo de no mediar un tercero? El amigo es siempre un tercero, es un corcho que impide que el dialogo de los dos llegue al fondo”. 

La amistad como un tercer lugar, algo que media entre yo y mí, entre tú y vos, entre yo y tú. El amigo es siempre el número tres, como un ocho asomado diría Luis Alposta, que siempre nos invita a salir, a salirnos, de la selva espectral en la que pastamos adormecidos.

II

Muchas de las relaciones denominadas comúnmente de amistad se organizan, fundamentalmente, no a partir de lo que se ama, sino en función de lo que se odia en común. 

A la gastada cita de Borges, sobre lo que generalmente nos une, que no es, justamente el amor, hay que agregar una de Nietzsche: “Allí donde se juntan cinco un sexto tiene que morir”. Entre este tipo de reunión y la amistad hay un profundo abismo. 

Sigmund Freud afirmaba que quienes no hubieran resuelto, en parte, las tensiones edípicas, no podrían vivir alegremente la amistad. En tanto sus elecciones estarían signadas bajo la condición del tercero perjudicado. No importa tanto con quien se está, sino contra quien se dirige nuestro odio más arcaico. Esta intelección freudiana nos permite echar luz a la actualidad socio-política de nuestro mundo.

El amor amigo bien podría ser definido, en principio, como “una reunión amorosa asimétrica no jerárquica”. En materia de amistad existe una asimetría fundamental que, no por serlo, indica jerarquías. En tanto las diferencias, en la amistad, no pueden estar en función del ejercicio del poder. O, si lo están, este es intercambiable, en momentos se ubica de un lado, en otros del otro, a veces en ninguno, o en los dos a la vez. 

Si el poder se ejerciera unidireccionalmente, no habría lugar para la amistad. Ella es un estado en el que no se distingue el amado del amante, porque lo que se ama no es, puntualmente, al otro, sino a eso otro que nos une. 

Los y las amigas aman juntos algo más que ellos mismos, es por eso que se distingue de manera elemental de cualquier relación erótica, de pareja, en donde la meta sexual no este inhibida. En este tipo de encuentros desencontrados, a diferencia de la amistad, el cuerpo del otro y mi propio cuerpo ocupan un lugar irreductible. Aquí entra en juego un placer cuyo fin es corporal y tiende a perderse, languidecer, desaparecer una vez obtenido. 

En cambio, la amistad se disfruta, al decir de Montaigne, “como cosa puramente espiritual y el alma se afina practicándola”. Toda amistad está tramada en el poder físico de las palabras, en una conversación interminable. 

Es por eso que la amistad se sostiene en tanto nunca da en el blanco, falla, jamás terminaremos de hablar con los y las amigas, por más que lo intentemos, la cosa mientras más funciona menos cierra, más se extiende, menos se entiende. 

Siempre quedarán cosas por decir, versos por compartir, palabras por inventar en ese inquietante ruido llamado amistad.

Psicoanalista – Docente - Escritor. IG : @Alejandro.benedetto