El humo de los cigarrillos se mezcla tomando formas artísticas. Si el nerviosismo y la ansiedad se combinaran en un juego amoroso y tuvieran descendencia, sin dudas su acta de nacimiento diría este nombre: Incertidumbre. 

---¿Será posible que nuestros agentes no tengan más información que esta? --se pregunta el General John (perdón, pero los documenos desclasificados tienen tachados los apellidos).

Charles, funcionario del Departamento de Estado, renunció a la dieta y sin solución de continuidad absorbe café como esponja. Otros integrantes de la mesa no la pasan mejor. Fingen paciencia mientras por dentro el temor avanza como incendio por sus entrañas. ¿Qué les preocupa tanto a estos hombres en una oficina bajo estrictas medidas de seguridad? Es nada menos que el avance soviético en objetivos satelitales. Es plena Guerra Fría.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, EEUU y la URSS habían obtenido la “colaboración” de científicos alemanes que, en la Alemania nazi, estuvieron cerca de desarrollar los primeros misiles balísticos intercontinentales. Prueba de ello fueron los U-2, conocidos como A-4. La disputa por la hegemonía satelital era una batalla más en el enfrentamiento de estadounidenses y soviéticos.

Los espías que proveían de información a la mesa de reuniones no terminaban de convencer a sus integrantes. No tenían certezas para contestar la trascendente pregunta: ¿podrá la URSS lanzar el primer satélite artificial antes que EEUU?

Interrogado el agente James específicamente sobre el tema, apenas si pudo balbucear un “no cuento con todos los elementos”. Michael, su colega, a título de disculpas expresaba la firmeza del secretismo soviético.

--Señores, de forma alguna podemos aceptar que los rojos tomen la delantera. Les exijo en las próximas 72 horas mayores precisiones –se puso firme el general John.

Cumplidas las 72 horas, la reunión continuó. A partir de una llamada, la sensación ya no era incertidumbre. Es más, se la extrañaba.

El teléfono sonó en la Sala de Reuniones. Quien atendió, pálido y tembloroso, llegó a decir con un hilo de voz: “La URSS ha informado que un satélite suyo orbita a una altitud de 900 kilómetros lo llaman Sputnik I”.

El 4 de octubre de 1957, desde las instalaciones de pruebas de cohetes de la URSS en el desierto de Tyuratam, se lanzó el Sputnik I. Para Roger Launius, en Sputnik y los orígenes de la era espacial, “el éxito soviético en el Sputnik 1 planteó de forma fundamental la cuestión del virtuosismo tecnológico estadounidense y cuestionó la capacidad estadounidense en tantas otras áreas ya en marcha, que los reveses en esta área fueron aún más perjudiciales para la imagen estadounidense”.

EEUU venía trabajando desde el Laboratorio de Investigación Naval iniciado en 1955 en la inexplorada extensión del espacio. Se creó el Proyecto Vanguard, que se tropezó con enormes dificultades. Y sin dudas el mayor y más decepcionante fue cuando se lanzó el Vanguard TV3, el 6 de diciembre 1957. El lanzamiento terminó en un rutilante fracaso. El satélite explotó en la misma plataforma de lanzamiento. En sorna se lo conoció como “Flopnik”, resaltando el contraste entre el éxito soviético y el fracaso estadounidense.

El avance soviético parecía no detenerse. El Sputnik 2 fue el primero en llevar un animal a bordo, la perra Laika, y los soviéticos fueron los primeros en enviar al espacio a seres humanos: el astronauta Yuri Gagarin en 1961 y Valentina Tereshkova en 1963.

Volvamos a 1957. Era claro que los soviéticos habían logrado un avance notable, adelantándose a EEUU. En términos económicos y siguiendo la tradición ricardiana EEUU debía abandonar los objetivos espaciales, ya que era claro que la URSS había logrado tener una mayor competitividad por sobre EEUU.

Lo de “tradición ricardiana” es por David Ricardo. El economista clásico había definido que el análisis de las ventajas comparativas determina que el patrón de especialización queda definido por el producto que tiene una diferencia mayor de productividad en el mercado mundial. Es decir, frente al avance soviético debía abandonarse “la carrera espacial”. Buscar por ejemplo en la producción de cereales el patrón de especialización. Sin embargo, como en innumerables ejemplos en la historia económica mundial, EEUU rompió el corset ricardiano, fundó la NASA (1958) e invirtió cuantiosos recursos, transformándose en el tiempo en una potencia mundial en la “batalla satelital”.

En el otro bando de la disputa geopolítica global actual, la República Popular de China, en tiempos distintos, logró por la vía de la planificación estatal y superando su pasado de retraso transformarse en lo que Richard Baldwin califica como la primera súper potencia mundial manufacturera. Llevó a cabo una industrialización sin precedentes.

Contrariando la memoria histórica, conjuntamente con opiniones sin sustento ni empírico ni teórico, la Argentina se ve sometida a la continuidad de un experimento “industricida”. El objetivo es retrotraernos a “la especialización productiva de finales del siglo XIX”. Hoy Milei parece seguir la conceptualización de Gary Becker, quien dijo que “la mejor política industrial es no tener ninguna”. En paralelo, su admirado Trump sostiene un arancel de 50% sobre las importaciones de acero y aluminio. La Argentina con un dólar “barato” y reducciones arancelarias va destruyendo ladrillo a ladrillo la industria local. El modelo RIGI, fórmula excepcional de “favores” fiscales aduaneros y cambiarios, expresa a la fecha un contundente fracaso. Sobre 14 proyectos presentados 5 han sido aprobados y 4 de ellos eran previos al RIGI.

Aun así, como enseña Norberto Crovetto en “La ambigüedad de la inversión extranjera”, es central observar tres cuestiones en la Inversión Extranjera Directa (IED): 1) El efecto de la inversión sobre la economía real; 2) El impacto en la estructura productiva; 3) La dinámica en el tiempo. Lo que hoy se observa es que el modelo RIGI concentraría inversiones en áreas centralmente vinculadas a minerales y energía, los cuales no modificarían la estructura productiva, con una relevante tendencia a reafirmar una “primarización económica”, con chances reales de que el balance de divisas que produzcan sea negativo. Romper este “chaleco de fuerza” primarizador es una ardua batalla que tiene una fuerte justificación en los medios y en el periodismo especializado. Allí hay que debatir, discutir, polemizar.

En simultaneo no estaría mal construir todos los ámbitos e instancias que permitan ir generando las coordenadas de construcción de un Pacto Económico Social (PES), donde intelectuales, sindicatos, empresarios nacionales, gobernadores, municipios se comprometan a esbozar los puntos iniciales de un proyecto nacional, con eje en la producción y el trabajo. El texto emitido por el Foro Economía y Trabajo “Documento base para un acuerdo social y federal” (marzo 2025) plantea una serie de ejes programáticos que adquieren hoy un carácter urgente. En particular, entre otros, éste: “Un programa federal de industrialización que incluya un plan de obras públicas de infraestructura, que coadyuve en la creación de empleo y en la ejecución de las inversiones necesarias para el desarrollo económico y social con justa distribución del ingreso”.

Como en el caso del Flopnik, y al contrario de lo que hace el Presidente, está bueno aprender del fracaso.