Si Emir Kusturica hubiese viajado a Sierra de la Ventana, seguramente hubiera puesto el ojo en el local de venta de garaje de Mario Graso y Leticia D’alessandro, el primer negocio de compraventa de la zona. El vende tutti de la Comarca no tiene nombre ni redes sociales. Está ubicado en el patio del Hotel Belvedere, edificio antiquísimo abandonado hace años. Se accede a él pasando una tranquera, y lo primero que uno ve es un campo minado de cosas: bidets, cochecitos del siglo XVIII, televisores, una mesa repleta de tornillos, autos viejos, bicicletas, baúles y un molino que extiende la imagen hacia lo alto. Al fondo, unas gallinas y el local: una especie de tapera repleta de todas las cosas de este mundo. El piso es de tierra apisonada, y las paredes se creería que de material, aunque es difícil decirlo. Los objetos escalan hasta el techo. En el local se consigue de todo: la discografía completa de Los Panchos, radios de hace dos siglos, máquinas de escribir, veladores con caras de muñecos, muñecos, cabezas de alces embalsamadas, cocinas económicas. En el centro del negocio el tronco de un pino se estira hasta pasar el techo metálico. De él cuelgan las cabezas de alces, varios carteles de números de casas, herraduras y más objetos.

“Acá vienen los vecinos a comprar repuestos de autos que no consiguen en ningún lado. Ellos ya saben, si es domingo y está todo cerrado, se acercan, golpean las manos y consiguen todo para el coche” explica Leticia D’alessandro, encargada del local. Leticia no es la fundadora del espacio, pero su marido, Mario, el creador del vende tutti, es más vergonzoso y la envía a ella a explicar de qué va la cosa. Leticia es muy simpática, sonríe mucho y usa un labial rosa con glitter. Se entiende que sea la cara visible del proyecto, aunque ella repita varias veces que eso de “juntar cachivaches” no le gusta nada. D’alessandro explica que es oriunda de Pringles, y que llegó a Sierra de la Ventana hace dieciocho años, con su anterior pareja. Cuando se separó, Mario le alquiló una casa, y “mate va, mate viene, terminamos juntos”, cuenta. Antes de dedicarse de lleno a las ferias (sus favoritas son las de ropa) trabajaba limpiando cabañas. Ahora, se presenta como concejala del partido de Tornquist por Fuerza Patria.

 Mario Graso y Leticia D’alessandro, esposos y dueños de "La covacha".

Durante la charla se oye la bocina del tren. Cada tanto, alguno de los animales del local se acerca a pedir mimos. Hay dos perros, un caniche blanco y uno cruza de border collie, y dos gatitas, una negra y otra tricolor, que suelen dormir en el mostrador, donde tienen su alimento en una especie de hueco en la madera. “Mario siempre fue un juntador compulsivo”, dice Leticia cuando se dispone a contar la historia del lugar. “Él sabe la ubicación exacta en el local y el año o período al que pertenecen todos los objetos que están acá”. Un coleccionista. La familia política de Mario era dueña del Hotel Belvedere (actualmente él es el único dueño), el segundo hotel construido en Sierra de la Ventana. Un día sus hijos le dijeron “Papá, ¿por qué no hacemos una feria en la puerta del hotel?”. Sacaron la mercadería al playón, armaron la feria y vendieron todo. “De ahí surgió la idea de hacer una compraventa, hará unos siete años”, dice Leticia. A partir de ese momento, Mario empezó a comprar por lotes, y la gente le traía cosas para vender por comisión. “Él compra, le traen cosas o va a remates. Todos los días entra y sale mercadería. Es un movimiento constante. Al turismo le encanta”, dice, complacida, y explica que al local llega gente de todo el país. “Vinieron de museos de Córdoba a buscar cosas, y también desde Catamarca. Una vez una persona se llevó un lote de treinta y dos planchas, de la más antigua a la más moderna, para un museo”.

Al preguntarle cuál es el objeto que más le llamó la atención de la colección, piensa un rato y dice: “Una salamandra del año de Drácula, horrible”. Consiguieron el objeto una vez que fueron a hacer un trabajo a un campo cercano. Mario le había vendido al dueño del predio una puerta para una casa de la estancia, y cuando llegaron vio la salamandra. La quiso de inmediato. “Estuvo veinte días acá, hasta que vinieron de otra parte de la provincia y se la llevaron”, recuerda. Explica, además, que a veces hacen eventos en los que sacan muebles antiguos a la vereda. “A la gente le encanta: es bueno, bonito y barato”, sonríe.

El lugar no tiene redes sociales propias, sino que se mueve especialmente por el boca en boca y por las historias que Mario sube en su Facebook. “Hay familias que vienen, ven algo, le mandan fotos a un pariente y después ese pariente viene y se lo lleva”, explica Leticia, que remarca que su marido fue pionero en la zona. “Acá cerca hay un lugar que se llama ‘La casita de Dios’ en donde un chico vende antigüedades, pero las cosas que tiene se las dimos nosotros en consignación”, cuenta.

El local cambia día a día. Suele abrir de 17 a 19 o 20 hs, pero a veces Leticia también está al mediodía. “Si no hay gente atendiendo, tenemos el número de teléfono en la tranquera, entonces pueden llamar ahí. También pueden golpear las manos, y si estamos, salimos”, dice. A ella no le gusta tanto atender el negocio, que es “el lugar de Mario”, donde tiene su mesa, su calentador, su mate, su radio. “Es su covacha, a él le encanta estar acá. Alguna vez en chiste le dije ‘¿por qué no lo cerrás y tirás todas estas cosas viejas que no me gustan?’ pero no, a él le apasiona esto”, explica y recuerda otro objeto curioso: “llegó a tener una urna para cenizas, usada, que también vendió”.

De repente, desde atrás de “la covacha”, aparece Mario. En la ropa tiene algunas manchitas de pintura, porque actualmente es el pintor del pueblo. Está trabajando en la iglesia de Saldungaray, y también pintó la casa del Padre del poblado vecino. Antes era el bicicletero oficial de Sierra, razón por la que el local está repleto de repuestos vinculados al rubro. Algo en él y en su aura callada y misteriosa invita a pensar que sería un personaje contemporáneo de algún cuadro de Molina Campos. Como quien de a poco fue tomando confianza, se acerca y explica algunas cosas vinculadas al espacio. Recorre los pasillos armados entre los objetos, pasa su mano por algunos, como si los acariciara. “Me armé esto para mí”, dice, bajito. “Siempre vengo un ratito, tomo dos mates… es mi living”. Cuenta un poco la historia del Belvedere, fundado al mismo tiempo que el pueblo, ahora a la venta. Habla de su ex mujer, que falleció, y de su familia política. “Todo esto es predio del hotel”, explica. Nombra algunos objetos del negocio, conoce de memoria el año de todas las antigüedades que tiene. ¿Sus favoritos? Los autitos de colección y los veladores con cara de payaso, de los años sesenta. “Ahora estoy un poco vacío”, dice mientras ceba mate. ¿Este lugar? ¿Vacío? “Sí, siempre tengo mucho más de lo que se ve”, concluye, pícaro.

“La Covacha” de Mario está junto al Hotel Belvedere, sobre la av. Roca, entre Juan Bautista Alberdi y la av. San Martín, en Sierra de la Ventana. Suele abrir a partir de las 17 hs, pero quienes quieran visitarla sólo tienen que acercarse a la tranquera y aplaudir: Mario y Leticia saldrán a recibirlos.