Hasta principios de los setenta, las mujeres no podían abrir una cuenta bancaria a su nombre. Al día de hoy, los bancos les ofrecen préstamos más desfavorables. Son datos que pone sobre la mesa Laura Visco. Y también dice: “Si las mujeres dedicáramos un 1 por ciento del tiempo que empleamos hablando de amor a hablar de dinero, hoy seríamos todas millonarias”. A los 46 años, esta expublicista que se crio en el barrio porteño de Chacarita -–cuando no estaba de moda-- y trabajó en Amsterdam y Londres en las agencias más importantes del rubro, lidera la comunidad Amiga, hablemos de plata, un proyecto que nació de una incomodidad: ¿por qué hablar de dinero sigue siendo tabú entre mujeres? Desde ahí empezó a correr el velo de todo lo que --dice-- se nos negó: la autonomía económica, el acceso al conocimiento financiero y, sobre todo, el derecho a interesarnos sin pedir permiso. No tiene título en economía, pero sí una carrera sólida en comunicación y una independencia financiera construida desde cero --sin herencia familiar ni marido rico, aclara-- que es su principal bandera. Acaba de publicar Amiga, hablemos de plata, uno de los libros más vendidos en Amazon en la categoría Mujeres y Negocios.

Visco vive en Barcelona con su pareja y viajó a Buenos Aires para presentar su libro y visitar a su familia. Cuenta, con orgullo, que ya no tiene necesidad de trabajar porque la plata que logró trabaja sola, por ella. La hizo como creativa en agencias de publicidad. En ese mundo, tan masculino, manejó una de las marcas más relevantes de Unilever a nivel global y cambió el tradicional “Efecto Axe” por una identidad de venta para el desodorante que rompió con los estereotipos de “macho”.

“Negociar tu sueldo es el acto más feminista que podés hacer hoy”, sostiene.


Lo que aprendió --a fuerza de preguntar, errar y resistir, dice-- lo convirtió en una comunidad, un newsletter donde explica conceptos complicados con humor y mucho barrio, y ahora en su primer libro. No es un manual de autoayuda ni una guía para salir de la economía de “las migajas”. Tampoco propone soluciones fáciles al tema de la exclusión financiera, pero sí sugiere algunos pasos para empezar a invertir y construir un patrimonio. Lo que busca es desarmar la trama opaca --con datos históricos, sus vivencias, y la experiencia de tantas-- que ha sido obstáculo para que las mujeres hablen de dinero y sobre todo --señala-- lo acumulen. Con un lenguaje sencillo, sin tecnicismos, Visco abre la conversación a partir de la cotidianeidad femenina en la relación con el dinero.

--Contás en el libro que decidiste escribirlo luego de escuchar a Javier Milei en un debate presidencial negar la existencia de la brecha salarial de género. ¿Qué sentiste en ese momento?

--Arcadas. Sabemos que ese tipo de debates son un poco un show, pero me dieron ganas de vomitar al oírlo decir eso porque yo pasé por una demanda por brecha salarial.

--¿En dónde?

--No puedo contar ningún detalle, obviamente, porque te imponen confidencialidad cuando pasás por un proceso de esas características. Una firma papeles por los cuales no puedo hablar exactamente de qué, dónde, cómo y qué sucedió. Siempre hablamos de la brecha salarial como porcentajes y números pero es muy distinto cuando vos sos el número. Eso realmente es violencia. Y también me sentí muy sola, porque no sabemos muy bien qué hacer las mujeres en esos casos ¿no? Esa noche que escuché a Milei no me podía dormir. Y escribí parte de lo que es el capítulo 11, donde abordo el tema de la brecha salarial, sin saber muy bien que iba a terminar siendo parte de un libro.


--¿Ganaste la demanda?

--Sí. En realidad, arreglás pero sí, gané. Aunque encontré mucha resistencia del otro lado. Me acusaron de hacer mucho quilombo, me señalaron que igual ganaba bien, como si mi reclamo no fuera completamente legítimo. Y también sentí que la gente normaliza la brecha salarial. Me pasó hasta con amigas activistas, de quienes solo recibí como comentario: “uh, qué cagada”. Eso era todo. Ese dinero que no nos pagan es dinero que nos falta del bolsillo, que nosotras producimos y se lo está llevando otro. O un varón o una corporación que decide pagarnos menos porque puede, porque sabe que no nos vamos a quejar. No es un problema individual, es colectivo. Todo lo que nos pasa es producto de una maquinaria que viene funcionando hace siglos y que nos dejó afuera de esta conversación durante muchísimo tiempo y que ya desde el vamos hace que contemos con menos recursos, y no tengamos información. El problema no pasa por no tomarnos un café y ahorrar ese dinero.

--¿Por qué históricamente las mujeres hemos quedado fuera de la conversación del dinero?

--Magistralmente siempre nos fueron corriendo de diferentes maneras. Primero por ley no podíamos obtener nada. Automáticamente iba todo al señor que tenía la fortuna de conocernos. Era así en el primer Código Civil, el de Vélez Sarsfield. Las mujeres casadas eran equiparados con dementes y sordomudos ante la ley. No podían decidir sobre sus bienes ni un contrato. Y después se las ingeniaron para que eso sea cultural, ¿no? que, por más de que vos ganes tu dinero, sigas pasándole el control a tu pareja o a quien tengas al lado, o a tu padre, o quien sea, porque vos te creés incompetente en el manejo del dinero. Siempre pretendieron mantenernos al margen de todo eso.

--Decís: a las mujeres nos dejaron trabajar, pero no prosperar...

–-Sí, el discurso es: “Pueden estudiar y pueden trabajar. Ya está. No se quejen más”. Pero ¿qué pasa después de eso? ¿Qué pasa una vez que cruzamos ese umbral? ¿Cómo nos tratan? ¿A qué tipo de oportunidades terminamos accediendo? Y después de eso, también lo que pasa es que por más que ganemos nuestro dinero, somos partícipes de la economía como simples usuarios del home banking. ¿Por qué? Porque las mujeres vivimos agotadas.


--¿Qué hay de diferente? Porque hay varones que tampoco accedieron a la educación financiera...

--Claro. Muchos amigos me marcan siempre eso: “Deberías hacer Amigues, hablemos de plata, porque yo tampoco tuve educación financiera”. A nosotras la información nos llega de manera distinta, retaceada. Hablo mucho en el libro de cómo los padres hablan de una manera diferente de dinero con sus hijos varones que con sus hijas mujeres. Lo vemos en los regalitos que recibimos: las chicas estamos acostumbradas a manejar sumas menores de dinero. El diseño es que administremos las migajas. De adolescente ya te ponen en el horizonte la idea del matrimonio.

--¿Creés que eso sigue vigente?

--El mensaje sigue siendo el mismo, por más que en la fiesta de 15 pongan a Taylor Swift y el vestido pueda ser de cualquier color. Nuestro paso a la adultez es agradar y ponernos en camino a encontrar a alguien que haga todas esas cosas por nosotras en lugar de inculcarnos nuestra autonomía.

--En el libro decís que las mujeres ni siquiera tenemos la capacidad de identificar a las otras mujeres que quieren hablar de dinero.

--El traje en un punto fue como el uniforme que los hombres encontraron para identificarse entre sí. Un tipo está en un hotel, en un viaje de negocios, y ve a otro señor vestido de traje y ya sabe que está en ese lugar por lo mismo que él. Hay un lenguaje en eso. Antes de la Revolución Francesa varones y mujeres nos vestíamos todos con chirimbolos. Pero luego se empezaron a vestir con el primo hermano del traje que conocemos hoy. A nosotras nos dejaron siglos de ropa incómoda y tenemos todavía hasta la incapacidad de reconocer a esa otra mujer con la que podríamos hacer negocios. No hay el equivalente al traje para nosotras. Y es simbólico, obviamente, porque las cosas cambiaron y, hoy, hasta muchos hombres ni siquiera usan traje. Pero creo que es otra forma de mostrar cómo nos dejaron afuera de la conversación del dinero. Y ni que hablar de los lugares dónde se encuentran ellos, como clubes de hombres, el golf, las cenas. Nosotras no tenemos ninguno hasta el día de hoy.

--¿No será que no tenemos tiempo porque las tareas de crianza y cuidados nos absorben gran parte de nuestra vida? Cuando termina la jornada del trabajo remunerado fuera de la casa, muchas mujeres corren a buscar a sus hijos a la escuela o la guardería o van a cocinar o hacer compras para la cena.

--Sí, creo que un poco es por falta de tiempo. Estamos siempre resolviendo el día a día. No tenemos el lujo de la proyección, de fijarnos hacia más adelante. Estamos perpetuamente agotadas y sin tener la capacidad de pensar en esas cosas. Y creo también que hay cierta vergüenza de mostrar que querés hacer más dinero, que querés hacer negocios. Se deslegitimó eso para nosotras.

--Estamos hablando de sectores medios, medios acomodados, obviamente, porque en este contexto económico en Argentina la mitad de la población tienen economías de subsistencia y las mujeres son las más pobres...

--Totalmente. De todas formas, se ha tildado de sospechosa a la mujer muy ambiciosa: ¿Por qué quiere ganar dinero?

--Se da la paradoja de que las mujeres resolvemos la economía familiar --incluso con exparejas que no pasan cuota alimentaria-- y los estudios dicen que somos mejores pagadoras de créditos, pero no entramos en las grandes ligas...

--Recuerdo cuando daba clases de Creatividad acá y me preguntaban: “para vos ¿quién es el mejor creativo del mundo?”. Yo respondía: mi mamá porque me crio durante la hiperinflación y yo no me enteré. Mi mamá hacía malabares con el dinero: por eso debería haber recibido un Premio Nobel de Economía. Pero ahora vos le preguntás sobre el manejo del dinero y te va a decir que ella no sabe. Es muy loco decir eso.

--¿Y cómo pensás que se puede resolver esta distancia entre las mujeres y el manejo del dinero?

--Hay que desmitificar todo el lenguaje de las finanzas que parece chino mandarín básicamente y, en realidad, no es tanto más complejo que la economía que vivimos todos los días, solamente que tiene un par de términos un poco más complicados. Al venir del palo de comunicación me interesé mucho por eso, porque sinceramente no es tanto más complejo que lo que resolvemos en la diaria. Es cierto que hay muchos términos en inglés y eso puede ser un obstáculo. Pero no creo que el tema pase por hablar de inversiones y de finanzas. Las mujeres nos descapitalizamos de manera mucho más dañinas, invisibles para nosotras, al no hablar de una repartición justa de las tareas en la casa, al no hablar de cómo se reparte la guita en casa, quién aporta qué, quién hace qué, no pedir aumentos de sueldo. Yo estuve mucho tiempo del otro lado, fui jefa muchísimo años, y puedo decir que los hombres me venían a pedir aumentos de sueldo anualmente, se lo merecieron o no. El pitch del aumento se lo inventaban, aunque no habían hecho un carajo para merecerlo. Las mujeres no lo hacían. Nosotras tenemos una presión contra nosotras mismas de excelencia total. Si no tuvimos la perfección total a nivel performance ese año, creemos que no nos merecemos pedir aumentos.

--Una sensación emparentada con el famoso síndrome de la impostora...

--Algo así. Es tremendo, y nos afecta el bolsillo. Entonces, para mí hay que sacar esa idea de que tener guita es igual a inversión en la Bolsa. Es mucho más grande la conversación. En mi caso la inversión que más retorno me dio fue estudiar inglés y escribir a la perfección en ese idioma y así pude acceder a otro tipo de sueldos.

--Decís que si las mujeres dedicáramos el 1% del tiempo que empleamos a hablar de amor, a hablar de dinero, hoy seríamos millonarias.

--Creo que estamos medio estupidizadas en la conversación de amor. Porque pensamos que nuestra subsistencia social y económica depende un poco de eso. Hay una sobrevaloración social al hecho de que una mujer esté acompañada por un hombre. La serie Envidiosa, de Netflix, lo trata a la perfección.

--Un dato que me sorprendió que señalás en tu libro es que hasta bien entrado el siglo XX las mujeres no podían registrar patentes o derechos de autor a su nombre. Contás varios casos muy increíbles.

--La verdad que daba para escribir un libro entero de esos casos. No es solamente reconocimiento, es el dinero que venía con todo eso. Hay un caso muy emblemático que me quedó afuera del libro. La fregona o mopa fue un invento de dos señoras españolas que no vieron nunca un centavo. Y luego lo registró un señor que se llenó de plata. Obviamente que lo diseñaron dos mujeres. Fueron al registro de patentes y las echaron por tontas: querían registrar un balde con un palo.

--¿Hasta 1960 las mujeres no podían participar directamente en la Bolsa?

--No y hasta la década del ‘80 no existían baños para mujeres en Wall Street. Hasta los setenta las mujeres no podían abrir una cuenta bancaria solas. Aunque trabajaran. O sea, probablemente mi mamá y la tuya no tenían cuenta bancaria propia. Tampoco podían sacar un crédito a su nombre. Y los créditos hasta el día de hoy nos dan peores tasas porque creen que no las vamos a pagar cuando es todo lo contrario. O sea, somos un reloj pagando. Hay un estudio que menciono en el libro, del Banco Interamericano de Desarrollo, en el que se hizo una suerte de simulacro: a las mujeres les daban peores préstamos, pero cuando solo analizaron los perfiles de las personas, es decir, sus credenciales bancarias, sin saber el género, la situación para ellas mejoraba.

--Otra cara de la discriminación es el edadismo en las corporaciones. ¿Cómo impacta sobre las mujeres?

--El edadismo existe para mujeres y para varones pero ellos pueden estirar un pelín más que nosotras que parece que se nos terminó el tiempo antes. Y para mí, cuando las mujeres llegan a los 50 están en un momento clave, cuando más tenemos para aportar, si tuviste hijos ya los criaste, estás un poco más tranquila, juntaste un montón de experiencia y parece que el mercado laboral te dice que ya no te necesita. En España el mayor grupo de desocupadas de largo tiempo es el de los 45 a los 55 años, que más o menos coincide con la menopausia también. El no entendimiento del cuerpo de la mujer la expulsa un poco del mundo laboral. A mí me pasó de olvidarme una palabra en una reunión y que la gente pensara que estaba loca. Hay mucha ignorancia sobre lo que nos pasa a las mujeres al llegar a la menopausia, los calores... Creo que el mundo laboral no está hecho para nuestras pausas, para ninguna de ellas. Ni para el periodo de todos los meses ni para la maternidad si elegimos tenerla y la menopausia ni siquiera está en el radar. Son todas circunstancias que marcan que nosotras no somos máquinas.

--¿Y qué hacemos con todo esto?

--Primero hablarlo. No fingir demencia, que no pasa. Hablar mucho más entre nosotras y apoyarnos entre nosotras. La mejor inversión que podemos hacer es hablar de dinero, hablar de lo que nos pasa. Desde que yo empecé a machacar en mi grupo de amigas con este tema todas --menos una que no me escucha-- mejoraron su situación con respecto al dinero. Pasaron de tener pánico de hablar a hablar entre nosotras y ponerlo en la mesa. Ese es el primer paso y el segundo es empezar entenderlo como autonomía para poder construir el mundo que queremos. Este mundo fue construido sin nosotras.

--¿Cuál es la consulta más frecuente que te llega a tu comunidad Amigas, hablemos de plata?

--Lo que más me llega son consultas sobre la negociación: “Tengo que ir a pedir aumento de sueldo y no me animo, ¿qué consejos me das?”. Hago también muchos consultorios de negociación sobre temas del dinero en la pareja también.

--¿Por qué te autopublicaste el libro? ¿Ninguna editorial se interesó?

--Fue un esfuerzo titánico ser autora y editorial al mismo tiempo. Tuve conversaciones con editoriales grandes, apenas empecé con el proyecto de Amiga... pero pretendían que escribieran un libro con bolutips financieros. Me exigían eso y yo no quería escribir ese libro. Quería hacer un recorrido histórico de por qué terminamos en esta situación y no les interesaba. Fue un gran ejercicio de autonomía decir que no.