Palmeras, arenas claras, aguas transparentes y una hilera de rascacielos frente al mar: no hacía falta más para que Balneário Camboriú –BC o Camboriú para abreviar, aunque no hay que confundirla con el vecino municipio del mismo nombre, que no da al mar– se ganara un apodo bien merecido. Le dicen “la Dubai de Brasil” y basta un vistazo para entender por qué. Como árboles en la selva, los edificios parecen competir para ver quién llega más alto en busca de más luz y mejor vista al mar: entre ellos sobresale el Millennium Palace, el edificio más alto de Brasil, de 177 metros y 46 pisos que culminan en una suerte de minitorre Eiffel. Casi piso ronda los siete millones de dólares y, por supuesto, lo habitan ricos y famosos. Y no son los únicos: mientras recorremos la ciudad a la sombra de los edificios que jalonan la Avenida Atlántica, frente a las playas céntricas, nuestro guía Gilson despliega en su celular el video que muestra a Sharon Stone promocionando los encantos de Camboriú, que conoció hace algunos años gracias a un joven novio argentino-brasileño residente en la ciudad. Si la diva sigue yendo o no es un misterio, pero su obra promocional ya está hecha… y bien hecha. En todo caso, Camboriú lo merece. El desarrollo de los últimos años le cambió por completo la cara al balneario agreste que conoció el boom argentino del “uno a uno”: hoy es una ciudad hecha y derecha, con todos los servicios, una seguridad notable, un enorme despliegue hotelero y mucho para hacer.

Graciela Cutuli
Duendes vestidos para la Navidad en la selva encantada de Unipraias.

LA MINI RÍO Como predestinada a las comparaciones, de las que además sale bien parada, Camboriú tiene otra virtud innegable: la de parecerse a una mini Río de Janeiro, con su propio Cristo –el Cristo Luz, que se enciende con variados colores al atardecer y tiene algunas de las mejores vistas de la ciudad– y su propio teleférico con reminiscencias del Bondinho del Pan de Azúcar. No es todo: allí están también su empedrado portugués de diseño ondulante blanco y negro, y sus propias Avenida Atlántica y Avenida Brasil, donde late el pulso comercial de esta ciudad que supo convertirse en el séptimo destino más visitado de Brasil. Para eso apuesta a su belleza geográfica, a la seguridad y a un abanico de actividades que por supuesto empieza y termina en las playas: sin embargo, lo más atractivo de Camboriú es difícil de definir, porque se logra con la suma de la belleza de los paisajes, la sempiterna alegría brasileña, el relax de las puestas de sol en el Morro do Careca y hasta los paseos céntricos sin rumbo muy definido. Porque como subraya Gilson “la verdadera alegría de Camboriú está en la naturaleza y el clima, la verdadera alegría está en lo que es gratis”.

PLAYA TRAS PLAYA El paisaje lo acompaña con una mañana de diciembre radiante. Circulamos por la Rodovia Interpraias o Línea de Acceso a Playas (LAPE), una lisa cinta de asfalto de 14 kilómetros de largo que a través de sus curvas, contracurvas, subidas y bajadas permite ir descubriendo al borde mismo de la mata atlántica la sucesión de playas que hacen la fama de Camboriú. Por aquí solo se puede circular en buses pequeños como los que realizan el recorrido interbalneario desde el centro de la ciudad, o en autos particulares: no pasan los grandes micros de excursión. En varios lugares es posible deternerse en miradores naturales al borde mismo de la ruta, para observar desde arriba la belleza de los arcos naturales de arena bordeados por un Atlántico de aguas azul-verdosas. 

Graciela Cutuli
Praia Brava y la vecina Itajaí desde lo alto del Morro do Careca, muy elegido para el parapente.

La primera parada es Estaleirinho, que nos recibe casi desierta en su kilómetro de largo pero en pocos días más estará rebosante de gente que se aloja en las lujosas posadas en los alrededores o pasa el día en los clubes de playa. Le sigue Estaleiro, casi el doble de extensión y una franja de arena más ancha, con algunos pedregales donde suelen congregarse los pescadores. Y la tercera del recorrido es la Praia do Pinho, la primera y más famosa playa naturista –nudista– de Brasil. Inútil apostarse en lo alto para espiar: no se verá nada. Y mucho menos tratar de ingresar si no se practica el naturismo, que es el objetivo de este lugar y como tal se lo cuida. Para más datos, hay un sector para familias y en general es una costa de oleaje relativamente fuerte. 

Al camino le quedan todavía varias playas: Taquaras (el nombre de una caña bambú) tiene un poco más de un kilómetro, es tranquila y familiar, con algunos barcitos y aguas ideales para bucear; aunque hay guardavidas hay que prestar atención a los chicos porque enseguida toma profundidad. Completan el panorama hoteles y algunos restaurantes frente al mar. Y le sigue Taquarinhas, que fuera de los momentos más concurridos de la temporada puede verse espectacularmente desierta y custodiada por grandes rocas contra las que pega el mar. Finalmente, Laranjeiras es la última playa de la Rodovia Interpraias y también la más equipada para recibir a los visitantes. Tiene, además, una de las estaciones del  bondinho del parque Unipraias, uno de los lugares más interesantes y entretenidos de Camboriú para dedicarle un día, gracias a su tirolesa a un rápido trayecto en trencitos entre la selva y a un bosquecito encantado que entretiene a grandes y chicos por igual. 

Graciela Cutuli
La bahía se puede recorrer en barcos pirata, con teatro y tragos a bordo.

A Laranjeiras llegan también los barcos piratas que salen de Barra Sul y navegan unos 45 minutos hasta llegar al muelle de esta playa. A bordo, lo esperable: un grupo de piratas que se disputan una chica en una representación acompañada durante el resto del recorrido con música y tragos: eficaz y divertido, se puede bajar en Laranjeiras para un chapuzón y luego se regresa al punto de partida. A lo largo de la playa hay varios paradores y, por supuesto, los infaltables puestitos de choclos y churros que colonizan también –literalmente cada veinte metros– las playas más céntricas de Camboriú. Hacia la mitad de la playa sale una calle peatonal con tiendas de artesanías, heladerías y barcitos; entretanto en uno de los extremos, cerca del muelle, Praia do Mar es un lindo parador para pasar el día y comer sobre un deck con vista al mar. En temporada alta, ni hay que decirlo, la playa se llena: los amantes de la contemplación más solitaria harán bien en optar por el comienzo o el final del verano, pero lo cierto es que en Balneário Camboriú la alegría es brasileña y dura todo el año.