El ruso sin límites ni fronteras Vladimir Nabokov (San Petersburgo, 1899- Montreux, 1977) nunca se va, siempre vuelve, y cada vez escribe y se lee mejor. Ahora –cuando acaba de aparecer un Conversations with Vladimir Nabokov y para noviembre se anuncia la edición en Estados Unidos de sus tantas veces citados pero jamás leídos completos diarios onírico-insomnes– en español se rescata a Gloria. 

  Publicada en ruso en Berlín en 1932 (y entonces menospreciada por sus seguidores émigrés quienes no comprendieron la posibilidad de lo raro junto a lo romántico; vale la pena buscar y encontrar en internet la absurda portada del primer y seguramente desconcertado paperback Made in USA con una fuera de lugar ilustración digna de Corín Tellado) y traducida y adaptada al inglés en 1971 por el propio autor y su hijo Dmitri. Gloria fue la última en ser “transformada” de todas sus obras en lengua materna; pero aún así, para su autor, su preferida entre ellas luego de La dádiva e Invitación a una decapitación. 

  Y, de acuerdo, Gloria –escrita entre dos joyas como La defensa y Risa en la oscuridad– es una más juvenil y menos experta bildungsroman con más de un destello autobiográfico. Y, claro, no es Desesperación ni La dádiva ni Pnin ni Lolita ni Pálido fuego ni esa perfecta condensación de su infinito que es Cosas transparentes. Pero sí es Gloria y, como tal –para citar las palabras de John Updike, aventajado discípulo, en The New Yorker– “es un libro que no merece una reseña sino una fiesta”.

  Festejemos a lo grande entonces este pequeño inmenso libro –tan alegre como melancólico– siguiendo el tránsito europeo y la infancia y educación sentimental del joven exiliado de apellido inesperadamente suizo Martin Edelweiss lejos de su añorada San Petersburgo pre-revolucionaria. En Cambridge –arropado con parrafadas descriptivas del lugar que anticipan a las de Habla, memoria– Martin se enamorará (luego de una breve pero intensa escala entre los versos de la poeta madura y casada Alla) de la un tanto inconstante y sombría y adolescente y también expatriada Sonia Zilanov. Y su amor por ella será tan vertiginoso (el título Gloria no es nombre de ninguna nínfula sino que alude a una exaltación casi mística; el original en ruso era Proeza) que le impondrá actos un tanto irracionales pero, también, admirables en su extravío. Ejemplo: decidir volver de manera ilegal a la Madre Rusia para así impresionar a su dama. Y, así, en las idas y vueltas de Martin, una de las primeras manifestaciones de el que acaso sea El Tema de/en Nabokov: la frustración sexual como desencadenante de satisfactorias visiones epifánicas mientras se atraviesan aduanas geográficas y mentales. 

  Al final de Gloria –que es también la historia de la amistad de Martin con su compañero de estudios Darwin, testigo de sus ágiles torpezas, así como la de varios escritores que pasan por ahí, y de la invención de Zoorlandia, región imaginaria que ya parece anticipar al ardiente y macilento reino de Zembla– espera uno de los finales más abiertos y misteriosos en todo Nabokov. Ahí, cuando se nos priva de la visión de la “proeza” de Martin, Gloria adquiere la consistencia de la detallada y cadenciosa preparación para un sueño del que nos despiertan antes de tiempo. Y se hace evidente la intención del siempre juguetón para con sus lectores Nabokov: la desarticulación de Martin –hecha de vaivenes, transiciones, elipsis– se convierte en la nuestra. Y se nos deja en el aire, con un puñado de postales en la mano, esperando recibir nuevas noticias del enamorado nómade cuyas visiones románticas (y Nabokov, regocijado, fue el primero en señalarlo) parecen anticipar a las del Walter Mitty de James Thurber. Lo que no importa tanto: porque el verdadero héroe de Gloria –como en todos y cada uno de sus libros– es el idioma que sólo habla y escribe como ninguno ya saben quién. 

  Se sabe, también, que Nabokov consideraba a la realidad materia narrativa sobrevalorada. Y a la noción de tiempo como algo en lo que no creer ni a lo que rendirse a la hora de contar vidas y muertes. De ahí que cause gracia –en tándem con Gloria, también en Anagrama– la edición de una preciosa agenda/objeto nabokoviana para el 2018, recamada de fotos y textos a lo largo de los días y semanas y meses. No es conveniente, sin embargo, esperar al nuevo año para partir de viaje con esta novela a la que se podría sintetizar con sujeto devenido en adjetivo: gloriosa.

Gloria
Vladimir Nabokov
Anagrama
264 páginas