El póster publicitario, con su máscara de cuero imitando las formas de la cabeza de un caballo, parece señalar hacia los terrenos del folk horror, pero la adaptación de la novela de Jim Crace Harvest, publicada originalmente en 2013, poco y nada tiene que ver con los códigos de ese subgénero que siempre vuelve a resurgir, como la luna luego de sus fases intermedias. En todo caso, los horrores que habitan en el pequeño poblado que enmarca el relato -innombrado, como si nunca hubiera sido bautizado- son de otra índole, más ligados a los cambios irreversibles del cierre de una era y el comienzo de otra muy diferente. La realizadora griega Athina Rachel Tsangari, la misma de Attenberg y Chevalier, debuta en el cine de habla inglesa con una película sensorial, por momentos casi táctil, que reconstruye la vida en una aldea inglesa hacia finales del siglo XVI, cuando las prácticas tradicionales de la agricultura comenzaban a transitar una mutación radical hacia procesos más industriales. Como afirma un recién llegado, el hombre que posibilitará a la fuerza y sin pedir permiso esa transición, “¿Qué sentido tiene tener todos estos árboles que sólo producen sombra?”.

La cosecha, sin embargo, no es un típico exponente del cine histórico cuya reconstrucción de época empuja la ilustración didáctica, mucho menos la imposición de una agenda ecológica de manual. Por el contrario, a Tsangari le interesan mucho más las interacciones entre los personajes y su relación con el ambiente que los rodea, desconocedores de ese final de época que se cierne sobre ellos como un gran nubarrón de tormenta. Asimismo, lejos del retrato idealizado de una comunidad autosuficiente o retro hippie, la historia deja en claro desde muy temprano que el aislacionismo trae aparejadas fuertes dosis de provincialismo y xenofobia (“Aquí le tienen rechazo a todo aquel que no tenga tierra de este lugar debajo de las uñas”, dice uno de los protagonistas), entre otros males sociales. Rodada en formato analógico bajo un claro lineamiento formal alejado del capricho y con potentes actuaciones de Caleb Landry Jones, Harry Melling y Arinzé Kene, La cosecha llegará a la plataforma MUBI el 8 de agosto, sin pasar antes por salas de cine.

ESTA TIERRA ES MÍA

Walter Thirsk (Jones) camina entre los árboles, mete el dedo en un agujero y chupa con placer el líquido que brota del tronco. Sus manos recorren los cultivos de cebada, acariciándolos, y sus cabellos rojizos se confunden con las doradas hojas. Más tarde, completamente desnudo, se bañará en el lago. Nacido en la ciudad pero adoptado por la comunidad agraria casi como si fuera un nativo, Walter se siente uno con la naturaleza. Al regresar al poblado lo espera el incendio del molino, que los habitantes intentan aplacar sin demasiado éxito. No ayuda el hecho de que muchos de ellos estén bajo los efectos de un hongo psicoactivo. ¿Quién y por qué inició ese fuego? No pasará demasiado tiempo hasta que aparezca el chivo expiatorio perfecto. La introducción a la historia está presente en la novela y el guion de Joslyn Barnes y la propia Tsangari la transforman en un prólogo visualmente impactante. “¡Es un libro tan divertido! Hay algo muy alucinatorio y punk, realmente loco”, afirma la realizadora durante una conversación exclusiva con Radar. “Está este tipo, un extranjero que intenta comprender qué está ocurriendo alrededor suyo durante esa semana en la cual todo termina destruyéndose. Desapareciendo literalmente bajo sus pies”.

En los largometrajes previos Athina Rachel Tsangari había trabajado siempre a partir de material original, por lo que el proceso de adaptar un libro a la pantalla se sintió como un verdadero desafío. “Pero era un desafío que quería enfrentar. Además, todo comenzó durante la pandemia y, a nivel personal, luego de perder las tierras ancestrales para darle lugar a la construcción de una autopista. Guerras en todos lados, la gente perdiendo su lugar de pertenencia. De alguna manera todos estamos perdiendo nuestras tierras, ya sea a nivel figurativo o literal. Y no importa si es en Argentina, en Grecia, en Palestina o el Congo. Me resultaba muy interesante este protagonista, que es un observador pasivo de esa pérdida, y el resto de los personajes haciendo las veces de coro. Pienso en La cosecha como si fuera una suerte de tragicomedia griega”.

Respecto de la representación de los habitantes del lugar, recelosos de cualquier extranjero, Tsangari afirma que eso está presente en el libro. “No hay una dicotomía entre el bien y el mal. Así somos los seres humanos. Sería tonto pintar todo de blanco y negro o enfrentar el bien absoluto con su par malvado. Me identifico con los humanos débiles y pasivos. Esta película no es sobre el fin del siglo XVI sino sobre hoy, sobre esa complicidad con el poder”. La clausura de la temporada de cosecha coincide con el incendio y también con la llegada de un trío de extranjeros, una mujer portuguesa y dos hombres que la acompañan y protegen. El deseo de escarmiento para aquellos que osaron pisar el territorio atraviesa a casi todos los ciudadanos, hombres y mujeres por igual, y el señor de las tierras, interpretado por Harry Melling, está de acuerdo con las medidas: una semana de estricto cepo para los hombres y el destierro de esa extraña mujer de tez oscura, previo corte de su cabellera. Mientras los presos resisten la intemperie en la picota, los paisanos festejan el final de la cosecha, en una escena donde a la copiosa comida y bebida le siguen el baile y el descontrol. La película abandona en ese momento su construcción naturalista e inunda la pantalla de colores purpúreos, mientras la música y la cerveza ayudan al movimiento de los cuerpos. Las máscaras, como en el clásico carnaval, ocultan los rostros y permiten las licencias de una única noche de excepción. El horror folclórico, si es que puede llamárselo de esa manera, lo sufren físicamente los recién llegados, observadores de costumbres muy alejadas de las propias.

ATHINA RACHEL TSANGARI DIRECTORA DE LA COSECHA

EL OCASO DE UN ESTILO DE VIDA

La llegada de un primo político que asume el control de las tierras y cambia para siempre la faz de ese pequeño lugar en el mundo es anticipada por la presencia de Quill (Arinzé Kene), un hombre negro también nacido en otra geografía, cartógrafo de profesión. Un hombre que pinta la aldea de manera ordenada, pero atento a los detalles del sitio, a los habitantes y su dinámica. Más tarde se le pedirá que confeccione otro tipo de mapa, menos poético, más parcelado, de manera de anticipar en tinta sobre papel el trabajo de modernización. El vínculo entre Quill y Walter se establece por una orden, pero de inmediato se produce una conexión que habilita la confianza. A Quill le interesan el lugar, las plantas autóctonas, los procesos centenarios que permiten la cosecha y la esquila, aunque no termina de comprender extrañas costumbres como la de golpear con fuerza la cabeza de los más pequeños contra una roca. “Así aprenden que ese es el límite de nuestros dominios”, le explica Walter, como si fuera lo más sensato del mundo.

“Quill, el cartógrafo, es un extranjero y un romántico, que además registra los nombres de las cosas”, continúa la realizadora. “Eso me parece muy poderoso, y es algo que expandí con los actores mientras ensayábamos. Esa idea de que cada vez que le damos un nombre a algo que nos rodea lo clasificamos y lo entregamos al poder, transformándolo así en parte de una taxonomía del control. Me interesaba que todo tuviera la forma enfebrecida de un anti western, jugar con las reglas del género, pero intensificado por la forma de la puesta en escena. No hay nada claro, limpio u ordenado, y las escenas comienzan y terminan casi aleatoriamente. Es el fin de los límites ordenados de la realidad y la fantasía, pero también de la autoridad sobre nuestros cuerpos, que son controlados por esa cosa invisible que permea nuestras libertades. El personaje de Master Jordan, interpretado por Frank Dillane, es el hombre que llega de la ciudad para tomar el control del lugar. Es quien encarna ese deseo de controlarlo todo y obliterar a los seres humanos, a la humanidad entera si es posible, para poder explotar las materias primas y la producción”.

Mientras se elige a una reina de la cosecha, la intemperie y los cerdos hambrientos hacen estragos en las extremidades de uno de los reos. El protagonista y su amigo comparan los colores de la naturaleza con aquellos que las tinturas sobre el lienzo intentan emular, en otra escena de enorme belleza que hace las veces de contraste con lo que vendrá, la violencia y la inevitabilidad del cambio y el exilio. El paradigma ha cambiado y no hay nada ni nadie que pueda detener el avance inexorable del nuevo mundo. “Otra de las cosas que me encantan de la novela de Jim, y que intentamos trasladar al film, es esa sensación de ciencia ficción pretérita. La cosecha no es una película de época. De hecho, filmamos en una aldea en decadencia, y la dejamos tal cual estaba para el rodaje. El vestuario fue diseñado con pedazos de telas de la región, donde todavía se visten con hilos cosidos en el lugar”. La sensación de verismo que transmiten las imágenes se ve potenciada aún más por el uso del Super 16mm como formato de registro, y el uso de todo el cuadro –incluidas las imperfecciones de sus zonas limítrofes, usualmente eliminadas durante la proyección– van en la misma dirección artística. “Escaneamos todo el cuadro y así lo dejamos. Me llama la atención la cantidad de dinero que se utiliza muchas veces para limpiar la imagen. Respecto del formato, aunque hubiera sido posible en términos de presupuesto acceder a una cámara 35mm, el uso del 16 fue una decisión que tomamos junto al director de fotografía, Sean Price Williams, ligada a lo táctil, a lo sensorial. Queríamos que fuera un film que se pudiera sentir y experimentar más que mirar y comprender. También intentamos seguir la luz natural al diseñar el esquema de rodaje de las escenas. Seguimos al sol, es todo natural. En Escocia, donde filmamos, existe algo llamado ‘lluvia seca’. Es una lluvia muy fina, que es el filtro natural más hermoso que se pueda tener y que reacciona muy bien con los químicos del celuloide. Tuvimos mucha ayuda de la Madre Naturaleza”.