Fue Carlos Menem el que primero tendió la mano para celebrar los 10 años del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación entre Argentina y Japón, el hito que marcó las relaciones diplomáticas entre ambos países. En 1998, el entonces presidente argentino viajó a Oriente y fue recibido con honores en el Hotel Imperial de Tokio y la devolución de gentilezas ocurrió un año después, con la visita a la Casa Rosada del Príncipe Akihito y de su señora, la emperatriz Michiko.
En ese contexto, entre tanto cortejo, cabildeo y festival de buenas intenciones, la diplomática Shuji Nomura, de vínculos estrechos con la embajada, sugirió algo “osado” para una gimnasia de incipientes trámites, burocracias y palmaditas prolijas: crear una biblioteca en nombre del príncipe, que también anduvo de visita por Nichia Gakuin, el primer colegio bilingüe japo-castellano del país.
No le tenían tanta fe y, sin embargo, aquí estamos: la Biblioteca Príncipe Akishino (ubicada en Pringles 268, en el barrio porteño de Almagro) fue la primera en el planeta en recibir esa bendición institucional nipona y desde su inauguración en noviembre de 1998 se yergue como la biblioteca pública con más mangas en japonés del país. Una cucarda que se cuelgan en tiempos donde el manganimé calibra una buena parte de la temperatura cultural de la época.
Hoy es sábado al mediodía y un padre revisa atentamente un manga con su hija sin saber qué obra es, pero la fascinación es la misma: explotan los colores, se revuelven los sentidos. Una niña de rostro japo revisa otro manga, una mujer de cuarenta y tantos retira unos libros de Hokusai y una joven totalmente kawaii devuelve unos ejemplares de Detective Conan. “Un poco leo en japonés, otro poco me las rebusco con el Google Lens. Y suelo leer cosas que no edita Ivrea acá”, le cuchichea la joven –que literalmente parece salida de un shojo- al NO.
Fueron años de discreción y perfil bajo para la Biblioteca Akishino, emplazada dentro de las instalaciones del colegio Nichia y dependiente de su centro cultural, que terminaron levantando poco a poco gracias al trabajo voluntario de estudiantes de bibliotecología que fueron catalogando y metiéndole mano al tendal de ejemplares. Ellos fueron quienes terminaron por darle forma a eso que era un proyecto soñador y que hoy es un lugar que hospeda y circula más de 16 mil títulos.
De ese grupo que tomó la posta se destaca Diego Higa, quien en la actualidad oficia como bibliotecario y referente todoterreno. A su vez, todos señalan a la creación del terciario especializado en estudios japoneses (el primero en América Latina de esta naturaleza), nacido en 2021, como el hecho que le dio forma y sentido final a la biblioteca. “En 2024, la biblioteca dio el salto hacia afuera”, reconoce Carlos Arasaki, bibliotecario y responsable de la comunicación y redes del lugar. “Los sábados son los días más concurridos por los cursos de idioma, los talleres de arte y cultura. Además, es el Doyōbi, con las clases de japonés para los chicos de edad escolar”, sigue.
La Biblioteca Akishino se nutre de títulos donados por particulares y, a su vez, la enorme cantidad de mangas fueron cedidos –al menos en su mayoría- por la Universidad de Meiji. “Hoy tenemos unos 2.300 mangas”, se ensancha Arasaki. Y en sus anaqueles, flashea ver ejemplares de Akira editados por Kodansha, Dragon Ball de Jump Comics, Ranma ½ de Shonen Sunday Comics y Doraemon de Tentomusi. Y las colecciones completas de Slam Dunk de Jump Comics, Touch de Shonen Sunday Comics y Yawara de Big Comics Spirits, entre otros. Además, todos los tomos de How to Draw Manga y los libros Manga Manga! The World of Japonese Comics, Shojo Manga! Girl Power, Super Manga Matrix, art books de las Clamp y hasta algún visual manga de Pokémon. Y, obviamente, otro montonazo de cosas rarísimas más.
“La Biblioteca Akishino es un lugar que se disfruta mucho. Tiene una selección de libros variada y cuidada, incluyendo una amplia cantidad de títulos en japonés. Un rincón al que siempre dan ganas de volver”, asegura la ilustradora Paula Ventimiglia, frecuente de la biblioteca y del Nichia. Por ahí también hay títulos de budismo, historia, geografía, literatura, filosofía, diseño, cine, inmigración, gastronomía, economía y más. “Cuenta con una cantidad y variedad de mangas impresionante. Es un placer entrar a la biblioteca y recorrer esos tomos ilustrados con los personajes que me acompañaron toda la vida y poder disfrutar de su arte en idioma original, como así también descubrir nuevos títulos y autores”, revalida el ilustrador Nicolás Stilman, profe de los talleres de manga del Nichia Gakuin.
Por caso, la biblioteca atiende durante los lunes y martes de 18 a 21 y los sábados de 9 a 15. “Los sábados viene mucho público de afuera. Es una variante piola para sacar a los pibes de las pantallas. Cuando vienen acá, el encantamiento está bueno y pasa al toque. Muchos padres tratan de generar el gusto por la lectura y, en épocas de Kindle, es irremplazable el hecho de palpar y oler los libros”, explica.
“En su mayoría, el público es de adolescentes, lectores voraces de manga y perfil otaku”, describe Carlos, que recibe a casi 600 miembros activos. ¿Lo más extraño del catálogo? Un diccionario castellano/okinawense que importaron desde Perú (la segunda colonia de nikkeis más grande de Latinoamérica detrás de Brasil) y un ejemplar en japonés de Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes.
Mientras tanto, una señora asiática de entre 60 y 70 se lleva prestado un libro de origamis y pispea los últimos arribos: llegó la biblioteca entera de María Susana Tanaka de Arashiro, la referente más importante del origami en Argentina, como donación de su familia. “También vienen muchos criados en los ’90 y aficionados del manga y animé que traen a sus hijos y se quedan”, cuenta Arasaki. Y remata: “Es un espacio de visita obligatorio para quienes tengan interés en Japón y en su cultura. Ideal para otakus, estudiantes de idioma y curiosos de lo raro, sobre todo si les interesa Oriente”.