Desde los tiempos de 101 Reykjavík, estrenada en el año 2000 y dirigida por el realizador Baltasar Kormákur, que el cine islandés no lograba un éxito tan importante en el circuito de festivales. Cuando Godland, el tercer largometraje de Hlynur Pálmason, se presentó en el Festival de Cannes hace tres años la crítica especializada comenzó a hablar de un talento emergente, que su siguiente película, The Love That Remains, presentada hace apenas algunos meses en el mismo encuentro cinematográfico, no hizo más que confirmar. Pero si esta última creación transcurre en tiempo presente, con personajes y ansiedades contemporáneos a los del espectador, Godland reconstruye una era pretérita en la cual las emociones humanas parecen potenciarse por las fuerzas extremas de la naturaleza, oponiéndose incluso a las férreas convicciones de la fe. Con tres años de retraso llega finalmente el jueves a las salas de cine argentinas esta notable incursión en tierras islandesas, protagonizada por un sacerdote danés cuya misión no es otra que forjar una congregación luterana en tierras indómitas. En otras palabras, construir literalmente una iglesia desde los cimientos. De lo que encuentra en el camino y de cómo él mismo se pierde y, tal vez, vuelve a encontrarse, trata el film de Pálmason, un prodigio visual que debe ser visto en la pantalla más grande posible.
La placa al comienzo de la proyección lo explica someramente: “En Islandia fue hallada una caja de madera con siete fotografías realizadas con el método del colodión húmedo, todas ellas tomadas por un sacerdote danés. Esas son las primeras imágenes jamás obtenidas de la costa sureste del país. Esta película está inspirada en esas fotografías”. Antes de esa aclaración, que señala hacia un proceso fotográfico primitivo, inventado allá por 1850, el joven padre Lucas, interpretado por el actor danés Elliott Crosset Hove, se entrevista con un superior en la orden. El hombre, mayor y pragmático, le anticipa que el periplo por tierras salvajes no será sencillo y que deberá adaptarse a la gente y a las circunstancias del país. De no hacerlo, le anticipa, todo su esfuerzo será en vano. En aquellos tiempos, mediados del siglo XIX, Islandia –esa tierra insular aislada y volcánica, de paisajes y climas extremos– era una dependencia del Reino de Dinamarca, aunque los movimientos independentistas comenzaban a dar sus primeras patadas. El idealista Lucas sonríe ante su interlocutor, seguro de la fuerza de su fe y voluntad, por completo ignorante de las dificultades con las que se topará.
EL LARGO VIAJE
Los primeros inconvenientes llegan incluso antes de pisar tierra, con ese mareo marítimo que a Lucas lo toma completamente desprevenido. Luego, las diferencias idiomáticas, que impiden comunicarse si no es a través de un intérprete. Desde luego, el carácter arisco de los baquianos tampoco ayuda, en particular el del anciano líder de la expedición, Ragnar, poco abierto a la comunicación más allá de las directivas inapelables para realizar el viaje. Montar a caballo tampoco es sencillo para el pastor, poco habituado a las inclemencias del terreno silvestre. El paisaje, gran protagonista de la primera mitad de Godland, es registrado por la cámara con la grandilocuencia de la fotografía en 35mm utilizando todo el cuadro de la película, como si imitara –aunque con todos los colores del espectro– las rudimentarias fotografías en blanco y negro que el protagonista toma pacientemente durante la travesía. En la conferencia de prensa del Festival de Cannes, Hlynur Pálmason declaró que, para él, “hacer una película es un proceso de descubrimiento. Uno de los disparadores de Godland fue la intención de explorar los opuestos. Dinamarca versus Islandia, el mundo moderno versus la naturaleza, el carácter terrenal de Ragnar versus el idealista Lucas, los diferentes tipos de paisajes. Además de los choques y la incomprensión a través del lenguaje. Los daneses seguramente vean la película de una forma diferente a los islandeses, y el público internacional también tendrá sus propias impresiones”.
Una de las cosas que más le llamó la atención al realizador durante el rodaje fue la vida real y su discurrir durante los dos años que duró el rodaje. “Por ejemplo, filmé a un caballo que en cierto momento murió y se pudrió. Hay una visión de la muerte, entonces los gusanos comienzan a comerse al animal, y el pájaro se come a los gusanos. Comencé a dudar sobre el proceso, sobre todo lo que estaba haciendo. Pero de pronto el caballo y su carcaza se transformaron en semillas para los pájaros. A través de la carcaza comenzaron a crecer flores. Es entonces cuando realmente se puede ver cuánta vida hay en la muerte. Eso me tomó por sorpresa y se transformó en una capa importante del film”. Las imágenes del caballo muerto forman parte de Godland y marcan a su vez el paso del tiempo. Los otros caballos avanzan con los jinetes a través de tierras húmedas, montañas y ríos profundos. La muerte acecha a cada paso y sólo los descansos y la toma de alguna fotografía parecen calmar la creciente ansiedad de Lucas. La posibilidad de que la férrea voluntad e incluso la fe se debiliten ante las dificultades acecha a casa paso. También se esconde en el paisaje la locura, como si Lucas fuera un pariente nórdico de Aguirre, el personaje creado por Werner Herzog a partir de la figura histórica del conquistador Lope de Aguirre.
Respecto de las fotografías halladas en esa caja de madera, que muchos espectadores tomaron a pie juntillas como un hecho de la realidad, el realizador aclaró rápidamente que esas imágenes “sólo son reales si se cree en ellas. Cuando hablaba de este proyecto con el equipo, los actores y los financistas siempre comenzaba por esa historia de las fotografías. Quise crear un detalle, un objeto que la gente comprendiera para tener un ancla narrativa. Pero esa historia con la caja y las fotos es una mentira que inventé. Un dispositivo creativo, parte de la ficción de la película”. La travesía continúa y Lucas se empequeñece cada vez más ante las circunstancias, castigado asimismo por una muerte inesperada y, sobre todo, evitable. Lucas trastabilla literal y metafóricamente, se baña en una cascada y su rostro se asemeja al de Johannes, el personaje creado por el dramaturgo Kaj Munk e inmortalizado por Carl Dreyer en el largometraje homónimo. Sólo que Lucas, a diferencia de Johannes, parece haber perdido a Dios.
UN EXTRAÑO EN TIERRA NUEVA
La hora exacta de proyección marca un cambio, un viraje a otra instancia, y el intermedio revela una serie de imágenes de la ardiente lava en movimiento. Las convulsiones internas de la tierra reflejan las humanas. Lucas ha llegado a destino, aunque lo milagroso poco y nada tenga con ver con ello: lejos de cualquier acto divino, ha sido el hombre quien lo ha salvado de una extinción casi segura. Una joven y su pequeña hermana caminan por la playa después de recolectar alimentos en el mar; luego de un descanso en una enorme roca, la llegada a la aldea muestra los pilares de madera, el esqueleto de lo que será en algún momento una iglesia. Lucas se ha recuperado y una de las familias del lugar lo acoge mientras se prepara para comenzar con su ministerio. La conversación lo deja en claro: se trata de un clan de pioneros daneses que se mudaron tiempo atrás a Islandia para iniciar una nueva vida. La hermana mayor, Anna, apenas si tiene un recuerdo vago de su país natal, una imagen mental de una serie de árboles en una calle, algo imposible de encontrar allí. “¿Por qué hizo ese viaje tan duro, cuando pudo haber navegado directamente hasta acá?”, le pregunta el patriarca al recién llegado. Con el rostro demudado y los rasgos afilados por el cansancio del periplo, el sacerdote responde que quería ver y conocer las tierras, fotografiar los paisajes y a sus gentes. Pero esa certeza parece contradecirse con su actitud, como si estuviera repitiendo en voz alta un ideal que ha comenzado a desintegrarse.
Nacido en Hornafjördur, Islandia, en 1984, Pálmason estudió danés en la escuela como materia obligatoria. “Eso para mí fue un regalo, ya que luego estudié cine en Dinamarca. Esa obligatoriedad ya no es tal, y mis hijos pudieron elegir que idioma extranjero estudiar en la escuela. En Dinamarca nadie entiende el islandés, ni una palabra. Somos tan pocos en Islandia. Pero el lenguaje es precioso. Y frágil”. Entrevistado por el sitio web Cineuropa, el cineasta reflexionó acerca de su vínculo con los dos personajes centrales. “Los dos me caen muy bien. Lucas, con quien me conecto mucho, es el idealista, un hombre moderno, mientras que Ragnar es todo lo contrario, un hombre de la naturaleza, del clima, de la tierra. Sin embargo, a lo largo del viaje, las capas que cubren a Lucas se van desprendiendo porque esta tierra desconocida tira de ellas. Ragnar es un misterio, un narrador de historias y un poeta improvisado que tal vez ha hecho cosas que no debía y ahora anda en busca de salvación, aunque tenga miedo de Dios”.
Respecto de la filiación de Godland con otros títulos del pasado, Pálmason afirmó que creció viendo películas de John Ford y Akira Kurosawa, por lo que “sin duda me han hecho ser quien soy, y puedo entender la conexión. También muchos otros films donde la localización es muy importante, casi un personaje más de la película. Para describir a mis personajes siempre explico su vida interior a partir de la explicación del mundo que les rodea”. El paso de las estaciones, la construcción de la iglesia, el vínculo de Lucas con Anna, que comienza con recelo y se mueve hacia el terreno de los sentimientos y el deseo, la interacción e inevitable choque entre el sacerdote y Ragnar, que permanece en el lugar y hace las veces de testigo de las mutaciones del extraño en la nueva tierra. Esa “tierra de Dios” que señala el título. Godland es una película al mismo tiempo íntima y épica, de una belleza visual que escapa al pintoresquismo, compleja en su aparente sencillez, y su estreno comercial merece celebrarse en un contexto de homogeneización casi límite de la cartelera.