Existe un libro que es anterior a la escena donde Petrarca realiza una suerte de crónica de una aventura alpinista que jamás realizó, que fue pura fantasía pero que en El ascenso al Monte Ventoso se decidió a contar como un documento que podía ser usado como guía. En el drama donde ese texto surgirá como referencia, como un material mancillado por las anotaciones de un plan imposible, dos hombres cuentan la misma historia. Pero no es exactamente eso lo que sucede en Una sombra voraz. La diferencia habita en que uno de esos hombres vivió los hechos y el otro es el actor que va a encarnar ese personaje, que va a contar una parte de esa biografía bajo los procedimientos de la ficción.
La dramaturgia de Mariano Pensotti siempre se propuso desplazar la figura del narrador de una novela, el mecanismo que permite modificar el punto de vista y pasar de un personaje a otro para que desde esa perspectiva los hechos se modifiquen, al formato del teatro. Ese dispositivo adquiere en Una sombra voraz la manifestación de un sistema que va más allá de lo anecdótico y lo temático. Mientras vemos actuar a Diego Velázquez y Patricio Aramburu, presenciamos algo similar a una disquisición sobre la diferencia entre la vida y esa misma experiencia convertida en ficción pero bajo la forma de una historia atrapante. Una aventura que tiene a Julián Vidal, el alpinista a cargo de Patricio Aramburu como protagonista, aunque ese rol lo comparte con Manuel Rojas (Diego Velázquez), el actor que va a interpretar su epopeya en una película.
Estos dos hombres que atraviesan una crisis existencial y que necesitan procurarse alguna situación que les proporcione otra dimensión a sus vidas, no tanto del orden del sentido sino de cierta posibilidad de reconocimiento o trascendencia como si buscaran salir de la medianía y destacarse (Julián como alpinista y Manuel como actor), se constituyen como sujetos nuevos en la misma aventura. Julián quiere cumplir el objetivo de su padre de encontrar una ruta para llegar a la cumbre del Annapurna, un macizo montañoso situado en el centro de la cordillera del Himalaya. Un proyecto que surge como una herencia o una forma disimulada del mandato paterno, ya que su padre se propuso la misma travesía y desapareció en el año 1989. La obra adquiere en este caso una reminiscencia hamletiana porque el espectro del padre surgirá de maneras diversas, a veces con episodios alucinados y en otras ocasiones con un sustento científico.
Manuel encuentra en el personaje de Julián su primer protagónico en cine y la oportunidad de salir de cierta medianía como actor. Pero lo más interesante sucede cuando en la escena y a partir del relato de cada personaje, los hechos cambian de entidad. No solo porque en la película la escalada a la montaña tiene una forma épica completamente ausente en la soledad de la travesía que vivió Julián, sino porque los episodios devienen otros en función de los requerimientos dramáticos. Situaciones en las que Julián no pudo manifestar la menor afección son interpretadas por Manuel como momentos genuinamente sentimentales porque son, para él, reveladores de una verdad. El desarrollo de las escenas se da a partir de una escenografía diseñada por Mariana Tirantte pensada desde la síntesis que colabora con el estímulo imaginativo que generan los parlamentos de los personajes. En esta obra de Pensotti, el relato como un elemento para acercarnos a una experiencia o para inaugurar los procedimientos de la ficción es determinante y constituye la estructura de la obra. Conocemos lo que los personajes nos cuentan. La acción está marcada por una narración en tiempo presente que muestra, en simultáneo, la experiencia de cada uno de los personajes. Julián, convertido en un ser ficcional, transfigurado en su entidad, genera en Manuel otra personalidad. La apropiación que hace el personaje de Diego Velázquez en la configuración dramática de Julián se convierte en verdadera porque lo lleva a descubrir algo en su propia vida, a sentirse refundado por la interpretación de ese personaje. A su vez Manuel también se enfrenta a la ausencia de su padre y a la desobediencia en torno a un mandato ligado a su profesión. Emular al padre o ir contra sus convicciones adquiere en esta obra una dimensión psicológica pero también una forma de acción. El impulso intrépido de los personajes está vinculado a repetir y completar o a rechazar la decisión de ese padre, como un modo de ir en contra de la inercia de la propia vida que puede ser otra manera de nombrar el destino.
Las impresiones sobre la película y los hechos, la diferencia entre el rodaje y el armado final del film pero también el contraste entre lo que realmente pasó y lo que puede resultar atractivo desde el punto de vista ficcional, se convierten en otro plano del conflicto, más allá de las angustias o debilidades que le dan al conjunto de la trama otra espesura porque los dos personajes se juegan algo definitivo en esa travesía. De hecho Manuel quiere experimentar por sí mismo la escalada que realizó Julián exigiendo a su cuerpo una destreza desconocida. Esa situación se desarrolla en escena a partir de una estructura que les permite a los actores colgarse de un arnés y modificar el espacio.
El vínculo que se genera entre ellos está ligado al tránsito por esa experiencia más allá de las determinaciones de la realidad y la ficción, poner el cuerpo significa, de algún modo, transformarse en el otro, entenderlo. Una sombra voraz construye las situaciones en relación con esa verdad, la ficcionalización de los hechos en el marco de la película siempre está guiada por cierta fidelidad a la realidad que Manuel busca cuestionar a partir de la actuación. Él plantea que no quiere copiar a Julián sino construir su propia versión pero sabemos por su relato que el director suele hostigarlo con la premisa que lo que hace en el marco de la filmación no corresponde con lo que realmente hizo Julián. Por otro lado escuchamos el relato de Julián y entendemos que la realidad de los hechos es menos atractiva que la construcción de la ficción y que su traslado al cine implica una interpretación de las situaciones, una inventiva que no responde a una voluntad documental sino a una idea predeterminada de cómo deberían haber sucedido los hechos.
Cuando Julián se enfrenta con la película no se reconoce totalmente en lo que allí sucede pero Manuel se siente encantado por esa ficción que no lo convencía demasiado durante el rodaje. La diferencia entre lo que piensan y lo que dicen también reproduce los mecanismos de la narrativa, como si de algún modo Pensotti planteara una obra de teatro lo más parecida posible a la lectura de una novela sustentada en el cuerpo y las acciones.
Patricio Aramburu y Diego Velázquez entienden que Julián y Manuel crean un personaje nuevo en el armado de la ficción, por eso sus actuaciones funcionan en paralelo. Hay entre ellos una observación, una intuición para marcar esa diferencia y también esa sutil identificación que se define en el diálogo pero más precisamente en el contrapunto donde son narradores y personajes al mismo tiempo
Una sombra voraz se presenta los sábados a las 20 en Dumont 4040. Santos Dumont 4040, CABA