El segundo semestre del año arrancó movido en materia económica. Las turbulencias cambiarias, tal como pronosticaran muchos “mandriles”, reaparecieron en el mes de julio. La cotización del dólar saltó casi un 14 por ciento, luego del desafío de Luis Caputo (“si está barato, comprá, no te la pierdas campeón”). La fuerte intervención oficial en el mercado del dólar futuro y la suba de la tasa de interés no pudo evitar el salto en el tipo de cambio.
En ese contexto, el presidente acusó a los senadores y a la vicepresidenta Victoria Villarruel por intranquilizar al mercado con la sanción de leyes que aumentaban el gasto público (incremento a jubilados, emergencia en discapacidad). Otras usinas oficialistas agregaron al listado de culpables a las conductas especulativas de tres bancos (Galicia, Macro y Bapro) y al “riesgo kuka”.
Más allá de la búsqueda de chivos expiatorios, el Gobierno desaprovechó el período de liquidación de la cosecha gruesa para reforzar las reservas internacionales. Como se sabe, la conducción económica anunció que no compraría dólares salvo que el tipo de cambio cotizara en el piso de la banda (menos de 1.000 pesos por dólar). Algo que no ocurrió.
En esa línea, el último Reporte del Sector Externo del FMI planteó que las reservas netas continúan siendo críticamente bajas y que “es fundamental realizar esfuerzos adicionales para reconstruir las reservas, permitiendo al mismo tiempo una mayor formación de precios y compras de divisas para cumplir con las obligaciones del servicio de la deuda en divisas”.
En otras palabras, la estrategia oficial de atraso cambiario para frenar las tensiones inflacionarias implicó el incumplimiento de las metas de acumulación de reservas pactadas con el FMI. El acuerdo original preveía que el Banco Central debía contar con 1.100 millones de dólares en reservas netas negativas al 13 de junio de este año. A esa fecha, las reservas estimadas orillaron los 4.700 millones de dólares en terreno negativo. Sin embargo, el organismo financiero “perdonó” el incumplimiento y, además, relajó las metas previstas para fin de año
En resumen, el Directorio del FMI adoptó dos resoluciones importantes: 1) aprobó la primera revisión del programa de Facilidades Extendidas habilitando el giro de 2.000 millones de dólares y 2) la meta de acumulación de reservas para fin de año pasó de 2.400 millones positivo a 2.600 negativo. Por otro lado, el Fondo anunció que las revisiones pasarían de ser trimestrales a semestrales.
El apoyo político del organismo internacional al gobierno argentino no alcanza a despejar la incertidumbre, sobre todo por lo que ocurrirá post-elecciones legislativas. Por caso, el desembolso adicional acordado es inferior al monto (2.400 millones de dólares) que casi un millón de ahorristas minoristas demandaron en julio. Esa dinámica es preocupante aunque esa demanda no se financió con los fondos del FMI porque el Tesoro no intervino en el mercado de cambios.
En su nota La fuga de dólares no se consumió (por ahora) el préstamo del FMI (publicado en el sitio Cenital), el economista Juan Manuel Telechea explica que “el préstamo del FMI todavía está en las reservas, pero el dilema de fondo sigue intacto: si el mercado percibe que los dólares no alcanzan, eso se va a traducir en una presión en el mercado cambiario que probablemente lleve a que el tipo de cambio suba hasta el techo de la banda. En ese caso, el BCRA debería intervenir para frenarlo, y ahí sí se estarían consumiendo los dólares del préstamo”.
El escenario actual, para algunos economistas, presenta similitudes con 2018. El mileísmo sostiene que esta vez es distinto porque las cuentas públicas están equilibradas. En esa línea, el vocero presidencial Manuel Adorni destacó el “verdadero poder del superávit fiscal”.
Esa afirmación es debatible incluso dentro de esa lógica monetarista porque el Tesoro emite un conjunto de bonos con interés capitalizable (Lecap, Boncap, Lelink, Boncer) que no impactan contablemente en el resultado financiero. En otras palabras, el rendimiento que pagan estos instrumentos no se computan como intereses (por eso, no se reflejan en el resultado financiero) sino como incremento de deuda.
Haciendo las “correcciones” pertinentes, el resultado financiero pasa del terreno positivo (0,3 por ciento PIB anual) al negativo (-4,3 por ciento), según los cálculos de Eco Go. Otras consultoras estiman un rojo que supera los 6 puntos del PBI.
Más allá de eso, el equilibrio de las cuentas públicas tampoco impide una crisis cambiaria, tal como se demostró en el estallido del programa económico de los Chicago Boys en Chile en 1982. Esta distinción, entre moneda doméstica y reservas internacionales, ya fue desarrollada por Keynes cuando predijo las graves consecuencias político/económicas que generarían las reparaciones exigidas a Alemania en el Tratado de Versalles. En su famoso libro Las consecuencias económicas de la paz, Keynes advirtió que “no basta con que el pagador esté dispuesto y sea capaz de pagar en su propia moneda. Es además necesario que pueda cambiarla por la moneda del acreedor”. Lo que vino después es conocido: hiperinflación, lenta degradación del sistema político y ascenso de Hitler.