Aunque la noticia de la muerte de Eddie Palmieri se conoció el pasado 6 de agosto, su pérdida fue de tal magnitud que sus colegas aún lo despiden. Este domingo le tocó el turno a Rubén Blades, quien usó su página web para recordar al legendario pianista neoyorquino (de origen puertorriqueño), arquitecto de la salsa y renovador del jazz latino. Aparte de evocar la sensación que sintió al verlo tocar en vivo por primera vez, en 1970, también se refirió a su legado. “Su aporte a la música es inconmensurable y nunca se podrá alabar lo suficiente”, señaló el panameño. “Revolucionó a la salsa con su original decisión de usar trombones como base sonora para un grupo de música afrocubana, y luego por su fusión y experimentación con otros estilos. Le dio al género el sonido y agresividad que al día de hoy lo caracterizan”.
Hace dos años, durante una entrevista, el artista que falleció a los 88 años en su hogar de Nueva Jersey, tras batallar contra algunos problemas de salud en los últimos meses (según comunicó su familia, sin hacer especificaciones al respecto), dijo que lo único que escuchaba era su propia música. “No hay nada más que escuchar”, afirmó perturbado. “La radio hoy es lo más parecido al harakiri. No terminan una canción o en el medio le ponen otra, una falta de respeto. Si no hay respeto, no hay moral”. En aquella oportunidad, el músico también destacó el trabajo de Bad Bunny. “Estuvimos hablando a ver si grabamos juntos”, reconoció. “Depende más de él que de mí. Yo estoy listo para lo que sea. Me encantan los conejos, y más sin son malos. Si me tira ‘Vámonos pa’l monte’, en el ritmo que él sabe hacer, yo digo que sí”.
La conexión con el rapero boricua se produjo después de que éste mencionara a Palmieri entre los artistas que cambiaron la historia de la música. Aparte de despedirlo en sus redes sociales, en la residencia que lleva adelante en la capital puertorriqueña el álter ego de Benito Martínez lo tributó el viernes recreando, junto a la orquesta Los Sobrinos y Los Pleneros de la Cresta, “Vámonos pa’l monte”. Ese clásico de la música afrocaribeña le dio título al álbum que el también compositor, arreglista, productor y líder de banda sacó en 1971. La letra era una invitación para que los latinos de la urbe asistieran a una celebración rural, en sintonía con las bajadas de línea que envolvían a sus grabaciones, donde se manifestaba contra la pobreza y la injusticia (eso llevó a que la juventud latinoamericana y a los grupos de orientación socialista de la época se apropiaran del tema).
Para los fanáticos de la salsa, ese hit tiene tintes épicos por la participación en la grabación de su hermano mayor Charlie (ex músico de Tito Puente, trascendió hacia la inmortalidad en 1988), asimismo pianista, arreglador, director e icono del género. Debido a que ambos tenían sus propias carreras musicales, las chances para tocar juntos eran escasas. En tanto Charlie acá tocó el órgano, Eddie interpretó el piano eléctrico, siguiendo con su tramado experimental. Ese álbum es la cúspide de la etapa en la que Palmieri adoptó y articuló con solvencia elementos del jazz en su música, afín a salseros del calibre de Ray Barretto y Mongo Santamaría, quienes se codeaban con jazzistas como Miles Davis y Dizzy Gillespie. De hecho, el nativo del Este de Harlem colaboró con los jazzistas Cal Tjader y Barry Rogers.
Este último trombonista, junto con el guitarrista Bob Bianco, fueron claves en la formación de Palmieri, al punto de que lo introdujeron en los conceptos armónicos del teórico musical ruso Joseph Schillinger. Pero fueron Thelonious Monk, McCoy Tyner y su hermano Charlie quienes lo inspiraron a la hora de montar su primera orquesta, cuando tenía 14 años de edad. Durante la década de los 50, también se puso al servicio de las estrellas de la música Vicentico Valdez y Tito Rodríguez, para luego formar en 1961 (a los 25 años) la orquesta que lo popularizó: La Perfecta. Al año siguiente de su ruptura, en 1968, apareció Champagne, álbum solista con el que se adentró en el bugalú (variante caribeña del soul), y que cuenta Cheo Feliciano (voz), Israel “Cachao” López (bajo) y Alfredo “Chocolate” Armenteros (trompeta).
Tras probarse en la charanga, el mambo, el chachachá, la descarga y la fusión de todos los estilos en los que incursionó, Palmieri publicó The Sun of Latin Music en 1974, que ganó el primer Grammy dedicado a la música latina, pero en 1976. Fue un disco tan experimental como polémico, rompiendo con la fórmula fácil de la salsa. Al que le secundó Unfinished Masterpiece, vencedor en la misma categoría (sería el segundo de 10 gramófonos que levantó). De los 40 títulos que publicó se destacaron igualmente Eddie Palmieri (conocido como el “Album blanco de Palmieri”, de 1981) y Mi luz mayor, de 2018, fue el último. Cuando le preguntaron cómo quería ser recordado, poco antes de su muerte, este nuyoricano que hizo rugir el piano como nadie contestó: “Quiero que me recuerden como un estudiante de música sincero”.