Manifestarse en las calles de Buenos Aires a fines de 2017 implica no sólo someterse a lluvias de gases lacrimógenos, emboscadas, balas de goma y cacerías policiales. La última etapa de padecimientos de quienes el último lunes sufrieron asfixia, golpes, encierro e imputación penal tiene como protagonista al aparato de propaganda paraestatal y como escenario los canales de televisión. “A los antidemocráticos hay que mostrarlos. La sociedad los detesta”, propuso en cámara Eduardo Feinmann antes de exponer, bajo el rótulo de “AGRESOR EN EL CONGRESO”, nombres y fotos de algunos detenidos con un original complemento: sus antecedentes, no de delitos sino de haber trabajado en el Estado, un modo poco sutil de profundizar la estigmatización de los empleados públicos. La historia del músico y docente Sebastián Farías Gómez, quien recibió infinitas muestras de solidaridad tras el linchamiento policial-judicial-mediático, permite descubrir personalidades en las antípodas de los violentos y antidemocráticos fabricados para el espectador de TV.

“Sebas es profesor de canto y guitarra en mi Escuela de Danza y Recreación, nada más lejos de lo emitido en el programa de Feinmann. Es profe con talento y corazón, gran músico y artista. Dicta clases a niños que lo adoran, todos lo adoramos. Nadie más lejos de la agresión y la violencia”, lo describe uno de los muchos mensajes públicos de apoyo y afecto.

Sebastián estaba en el centro de la Plaza de los dos Congresos con sus dos cuñados cuando comenzaron a llover gases hasta de las terrazas. “Fue horrible. Cuando vamos a salir por Rivadavia alguien grita ‘está cerrado, vienen por ahí’. Mi cuñado que no dio bola a esos gritos pudo salir. Después me di cuenta que quienes gritaban nos estaban tendiendo una emboscada”, explica a PáginaI12. “Me puse atrás de un árbol para evitar las balas y al ver que se abren las puertas de un bar nos metimos, pensando que no tirarían gases. Pero tiran un cartucho en la entrada, un tipo con chaleco celeste patea la puerta y sin preguntar nada empiezan a sacarnos por el aire”, relata.

“Grité que no me resistía, estaba totalmente reducido, cuando cuatro o cinco tipos me pisan la cabeza, la espalda y me pegan patadas”, cuenta, todavía con las marcas en rostro. “Después el de celeste y otro sin identificación, con mochila y barbijo, me llevan a la comisaría 6a”, donde estuvo más de diez horas, hasta la madrugada. “Lo que más duele no son las patadas sino cómo nos encerraron en la plaza. Hubo avalanchas, vi a gente grande y hasta discapacitados, todos desesperados. Es increíble, uno no está preparado para algo así. Hubieran podido desalojar la plaza sin armar todo eso”, reflexiona.

“A los que justifican la represión por los que tiraban piedras les cuento que el grupo de tirapiedras serían 100 o 200 personas. La manifestación ocupaba una diez cuadras y convocó unas 500.000 personas”, escribió en Facebook. “Los violentos eran una astilla en todo un árbol. Aun así, los violentos salieron corriendo y la policía salió a asfixiar con gases, disparar y tirar a mansalva contra el resto de los manifestantes pacíficos. Los detenidos éramos manifestantes comunes, docentes, laburantes, artistas y militantes. En lugar de desalojar la plaza eligieron armar una emboscada sin salida contra los cientos de miles que estábamos ahí”, describió. “En la mente de los que organizaron el operativo represivo éramos perejiles. Los policías tenían la convicción de que éramos terroristas peligrosos y así actuaron. La justicia también. Nos largaron porque así lo indica la ley pero nos abrieron una causa en un juzgado federal por intimidación pública”, apuntó.

La última etapa de la pesadilla fue su exposición con foto en la pantalla del canal América como “Agresor en el Congreso”, en grandes letras, acompañada con datos sobre sus trabajos en el gobierno porteño (los servicios registraron sólo seis meses pues no apuntan el trabajo en negro) y como director de Cultura en el municipio de San Fernando. “Claramente se relaciona con la estigmatización al empleado estatal, porque sólo difundieron datos de quienes trabajamos alguna vez en el Estado”, explica. “Feinmann me presentó como un terrorista ultra trosko que vivo del Estado y tira piedras” y “sus trolls empezaron a escribirme insultos y amenazas por inbox”, escribió. “Hace años que no trabajo en el Estado, soy músico, me conoce mucha gente”, apuntó, y agregó que “estuve pacíficamente en la plaza y nos detuvo personal de civil”. “Ser señalado por este personaje nefasto no hace más que reafirmar lo que uno piensa y el lugar en el que está parado”, agregó el músico, miembro de una familia de folkloristas, quien se define como “un militante de la cultura”.

Con un hijo de dos años y a punto de volver a ser padre, Sebastián confiesa que “esta situación es lo último que desearía para este momento de mi vida” y cuenta que “a raíz de todo esto y por la angustia que me genera estoy bajo tratamiento psicológico y desde el lunes que no puedo retomar mi actividad habitual por los trastornos, trámites y revisiones médicas”.

“Todo esto es desgastante, traumático, horrible. Son escenas que uno no está preparado para vivir. Por otro lado, como músico y comunicador siento la responsabilidad de que esto se comunique con claridad, más en los tiempos que corren, donde es difícil encontrar espacios que no se sumen a la estigmatización y a la violencia”, explica. “Pero estoy tranquilo, Fui por convicción y voy a seguir yendo y haciendo lo que hago”, concluye.