El sello mexicano Gris Tormenta se dedica a reflexionar sobre los cruces entre escritura, lectura y edición. En todas sus colecciones explora la idea misma del libro y sus posibilidades. 

En La lengua es un lugar, que va por su tercera edición y cuenta con prólogo del traductor, editor y ensayista mexicano Pablo Duarte, dieciséis autores cambian de idioma para exponer sus vidas, pensamientos y recorridos de escritura en una suerte de introspección colectiva. 

El argentino Edgardo Cozarinsky tiene que dejar su país para empezar a escribir. La japonesa Yoko Tawada duerme nueve horas diariamente para reponerse de sus primeras impresiones de Alemania. La indobritánica-estadounidense Jhumpa Lahiri renuncia al inglés y comienza a escribir en italiano. La mexicana Irma Pineda se enfrenta a la falta de traductores literarios del zapoteco. 

En estas breves intervenciones aparecen los diálogos y combates entre la lengua materna y la lengua destino, las disputas en el terreno de las traducciones y los tráficos literarios de un territorio a otro.

Como expresa Duarte en el prólogo, "si hay algo que hile estos relatos es que se trata de exploraciones de la inestabilidad autoral. Todo lo que el nombre del escritor tiene de autoridad está puesto en entredicho al salir de una lengua que se asume como propia, como estable, y se comienza a usar otra". 

También resuenan las palabras del notable escritor griego Theodor Kallifatides, que emigró a Suecia en 1964 y allí desarrolló su carrera literaria en la lengua local, obteniendo premios y reconocimiento crítico. "La emigración es una especie de suicidio parcial. No mueres, pero muchas cosas mueren dentro de tí. Entre otras, tu lengua. Por eso me siento más orgulloso de no haber perdido mi griego después de haber vivido cincuenta y cinco años en Suecia que de haber aprendido el sueco tan bien como lo he aprendido".  Kallifatides, después de haber experimentado un bloqueo artístico, volvió físicamente y espiritualmente a sus orígenes. El resultado fue Otra vida por vivir, el primer libro que publicó en su lengua materna. 

Uno de los textos más luminosos y conmovedores de La lengua es un lugar es el de Alejandra Kamiya, escrito especialmente para esta antología. Allí la escritora, nacida en la Argentina, con raíces japonesas y criada en un hogar multicultural, aborda los vaivenes de su anhelo de aprehender el idioma paterno: "La primera palabra que aprendí en japonés fue moshi moshi. Se la robé a mi padre cuando él atendía por teléfono llamadas de Japón. Yo no necesitaba ninguna explicación para saber que la primera palabra que él usara debía de ser un saludo. Así fui robando una a una palabras que atesoré como piedras preciosas".