¿Renunciáis a tu diabólica inventiva?, le pregunta a Sor Juana Inés de la Cruz el Obispo Miranda, su confesor y traidor, en una de las últimas escenas de Yo, la peor de todas, la película de María Luisa Bemberg. Sor Juana no fue solamente una monja que escribía versos, también propuso una nueva imaginación, inventora llena de ingenio y humor, una mujer que creaba ideas en el siglo XVII, que opacaba a los hombres y que por donde pisaba generaba envidia y, por eso, se la consideraba un monstruo. Un monstruo desbordado de inventiva como también lo fue María Luisa Bemberg, que se lanzó como directora de cine a los 58 años, después de un largo proceso de liberación de los claustros de la aristocracia y la vida marital. María Luisa quería hacer su film más ambicioso después del éxito de Camila y cuando leyó Las trampas de la fe, de Octavio Paz, por recomendación de un amigo supo que estaba ante su próxima obra. La directora estaba loca de obsesión por la monja mexicana, deseaba que todos la conocieran, pero no agradar con esta historia, como tampoco lo quería Sor Juana: buscaba convencer, y ambas me convencieron, a los 16 años, y despertaron una vez y para siempre esa diabólica inventiva.
Estaba todo oscuro. La sala audiovisual del colegio se acondicionaba para el taller de Cine e Historia de los viernes. Éramos solo cinco chicas las que nos habíamos anotado y el taller lo dictaba la profe más interesante y canchera, la que todas queríamos ser, Cecilia. Daba Historia en los últimos años con destreza y convicción. Los debates se volvían arduos y polémicos para ser un colegio de monjas. Como yo era de la división de Ciencias Naturales, Ceci no me había tocado, entonces aproveché y me apunté para escucharla hablar de forma apasionada. Cuando sonaba el timbre de salida y la mayoría de las alumnas del Colegio Santa Rosa se iban a McDonalds para encontrarse con los chicos del colegio de curas, nosotras nos quedábamos dos horas más para ver películas.
Lo primero que vi fueron dos viejos feos hablando, una charla de hombres sobre el poder. Vaticiné una película aburrida de época, un poco más suave porque la última que habíamos visto era La noche de los lápices. Luego, como una luz, aparecieron los trajes blancos y voluminosos de las monjas corriendo por el patio, en esa imagen algo se liberó en mí. En la siguiente escena apareció ella en primer plano, Assumpta Serna haciendo de Sor Juana, con el mismo traje que las otras monjas, pero con un rostro de belleza profunda y clara. No era linda por tener ojos azules, ni la piel tersa, no tenía nada de eso y no era lo que se dice atractiva, pero tenía una sensualidad hipnótica que me incomodaba. La forma en que su frente se abría cuando leía sus versos y cómo la boca le temblaba cuando declaraba sus ideas atrás de los barrotes de clausura. Nunca pude olvidar el beso frágil y testigo entre Sor Juana y la Virreina, su único par.
Nunca supe qué quería ser de grande, pero estaba segura de algo: quería saberlo todo. Por eso fue muy claro para mí cuando conocí a Sor Juana. A pesar de vivir una infancia y adolescencia sumamente católicas no consideraba el camino de la fe como una opción. Entonces empecé, me decidí y tuve una entrevista con mi monja favorita del colegio, justamente otra que era profesora y doctora en Historia, la hermana Cynthia que me animó a explorar la opción de consagrarme a Dios. Nos juntábamos los martes en el tercer recreo, me regalaba libros y hablábamos de la contemplación, las formas de llegar a Dios, pero también las formas para sentirme feliz con Dios. Quedamos en que iba a estudiar una carrera de Humanidades, ese era el primer paso antes de ir al convento, lo otro se iba a dar solo. Ella me dijo que probara Letras, porque Lengua era mi materia favorita, donde leería más poetas como Sor Juana. La hermana Cynthia ya sabía lo que iba a pasar después.
En 1690, Sor Juana escribe la Carta Atenagórica, documento teológico que la acercaría a su fin; trescientos años después, en 1990, se proyecta por primera vez Yo, la peor de todas. Sor Juana es considerada la escritora más importante del barroco, María Luisa Bemberg es la primera realizadora argentina que llega a estar nominada en un Oscar. Las dos ponen su mirada al servicio de las mujeres y desde la elegancia colocan a los hombres en otro lugar, al costado, a veces abajo, en una posición declinable, el sitio que los hombres buscaron que ellas ocupen. En 1695, Sor Juana muere despojada de todo, no sólo de sus tesoros, su astrolabio, su biblioteca, sino también de su preciado orgullo, pero no de su obra que nos transforma hasta estos días. Trescientos años después, en 1995 muere María Luisa Bemberg, pero con la satisfacción de haber vengado a esas mujeres, como su madre, que habían sido sumidas y conformistas.
Para el examen final de Lengua de mi último año de secundario tuve que hacer una exposición sobre uno de los temas del programa. Habíamos visto literatura feminista y leímos la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz de Sor Juana. Entonces le pedí a la hermana Cynthia que me prestara un traje de monja verdadero para hacer la presentación como correspondía. Ese día fui hasta la capilla y me abrieron el armario donde estaban las túnicas, el velo, el cinto. Me los puse y sumé el rosario de mi bisabuela. Crucé el patio de mi colegio, ex hospicio y convento, hasta mi aula. Cuando abrí la puerta, mis veinticuatro compañeras se taparon la boca tratando de sofocar las risas. Yo me sentí plena, recité de memoria “hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”, y exorcicé la renuncia a la endiablada inventiva.
Sofía de la Vega nació en San Miguel de Tucumán, en 1993. Estudió letras en la Universidad Nacional de Tucumán y es investigadora doctoral en el Conicet. Es organizadora del Festival Internacional de Literatura Tucumán, y publicó los libros de poesía Blancas y plateadas (2018), La idea es vivir cerca pero no encima (2019) y Los ángeles son vacas (2025). En 2024 fue ganadora del premio estímulo Todos Los Tiempos El Tiempo, por la categoría Narrativa.