Inadmisible. Josefina Licitra –periodista, escritora, guionista, considerada una de las mejores cronistas de la región– duda unos segundos hasta encontrar esa palabra. Por momentos, cuando intenta explicarlo, habla de algo problemático, quizás tormentoso. Algo que la ha llevado hacia el horror que crece en la incertidumbre. De todo eso –al menos– está hecho el silencio de su padre. “Retirarle la palabra a un hijo es un ejercicio de poder descomunal, de muchísima desigualdad…", empieza Licitra. "Es algo inadmisible”.
Licitra está sentada en un bar de Chacarita, enfundada en un sobretodo negro, apenas a una cuadra del punto cero de Crac (Seix Barral) el libro en el que se hunde en su propia tragedia familiar y destila las sustancias volátiles del silencio de su padre. “Acá a una cuadra me fracturé el pie, en mi clase de danza, y me enteré que mi padre llegaba al país. Ese doble quiebre me trajo un premio consuelo de lujo: me permitió volver a escribir”.
En agosto de 2023, cuando atravesó ese quiebre múltiple, Josefina Licitra llevaba ocho años sin hablar con su padre. Había publicado una crónica sobre el difícil vínculo que los unía –marcado por la lucha armada, el exilio político, una familia desmembrada– en la revista brasileña Piauí, creyendo que él nunca la leería. Lo que recibió fue un correo electrónico que destruyó todo a su alrededor: “Mis intimidades, ciertas o falsas, no tienen por qué ser objeto de tratamiento literario, ya sea en Argentina o en la China. Se trató de un misil bajo la línea de flotación en toda regla, que dinamitó lo que quedaba de nuestra relación”, le escribió su padre. Desde ese momento, Josefina no pudo escribir nada más.
“Yo sentía que todo lo que escribía eran también señales de vida para mi padre. Y cuando recibí ese correo fue como si tuviese que desaparecer para él, que nunca más le llegara una palabra mía”, recuerda Licitra, ganadora del premio a mejor texto de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, presidida entonces por Gabriel García Márquez. “Y pasó algo que a mí me demolió, que fue cuando mi perro murió atropellado. Quería escribir sobre esa muerte. Iba armando un relato en mi cabeza, lo repetía como un mantra. Pero me sentaba y no podía escribir. Nunca me había pasado algo así. Y el cuerpo me lo cobró. Unas semanas después estaba viendo un video de un perrito y un lado de la cara me quedó completamente paralizado, como si le hubieran cortado un cable y se hubiese muerto. No sabía cómo me iba a recuperar. La próxima me da un bobazo, pensé. No escribir es algo mucho más serio de lo que creía. ¿Qué hago?”.
Para romper el maleficio, Licitra firmó un contrato. Se obligó a cumplir con una editorial la entrega de un libro. Y ese libro no podía tratarse de otra cosa que de su padre, del inabarcable silencio de su padre. “Tenía que pasar por ahí. Pero no tenía una estructura para eso. ¿Por dónde empezaba? Acá, por suerte, no había un muerto de por medio. Y no iba a esperar a que mi padre se muera para escribir sobre él. Entonces me quebré el pie, y llegó mi padre al país. Esa doble fractura se convirtió en el escenario que me faltaba”.
A diferencia de todos sus libros –El Agua Mala. Crónicas de Epecuén y las casas hundidas; Vámonos. La maravillosa vida breve de Marcos Abraham; Los Otros. Una historia del conurbano bonaerense; 38 Estrellas. La mayor fuga de una cárcel de mujeres de la historia–, por primera vez Josefina Licitra escribe sobre sus propias heridas. Por momentos las exhibe casi desprotegida, las recorre con elegancia, sin contemplaciones. Al igual que en todos sus libros, lo que está siempre por delante es la historia. En Crac no hay túneles abiertos hacia la catarsis. “Sin una estructura fuerte, este libro iba a ser un diario íntimo. Composición tema: la triste historia con mi padre”, asegura Licitra. “Yo me propuse escribir una historia con tensión y drama doméstico, que evoluciona a cada momento”.
La ruptura no es solo personal. En Crac, alrededor de ese silencio abrasador que envuelve todo, crece una multiplicidad de personajes lastimados, ambiguos, entrañables. Una niña que atraviesa decenas de dolorosas operaciones en su rostro, que inventa fragmentos de otra vida para contársela por carta a su padre. Un padre que se exilia, perseguido por la última dictadura cívico-militar, e intenta educar y acompañar a su hija a miles de kilómetros. Una madre que queda sola y lucha por recibirse, viviendo en los límites de la clandestinidad. Una abuela endurecida que se niega a llamar a su hijo, así él carga para siempre con sus errores.
“Ella es una jefa de familia a lo Corleone, muy astuta en el terreno del daño… Las mujeres duras son mucho más temibles que los hombres duros. Y al mismo tiempo, era una mujer muy de avanzada, metida en el mambo macrobiótico, que siempre me cuidó”, dice Licitra sobre las complejidades que retrata en su libro. “El silencio no se incuba en un solo lugar, en una sola persona. Yo puedo entenderlo a mi padre, pero también… sería tan natural volver a hablar. ¿Cómo es que la gente no cruza sus límites y vuelve a hablar, después de tantos años? La palabra es lo que salda, libera. Y eso acá no ocurrió”.
-En Crac contás que, al mismo tiempo que dejaste de escribir, pudiste trabajar como guionista, en películas como La Uruguaya y series como Cromañón (Amazon Prime). ¿Esas experiencias te ayudaron para llegar a este libro?
-Completamente. Lo más claro fue el cuidado que tuve de la estructura narrativa. Tener en claro la nitidez del conflicto: un padre que deja de hablar a su hija. Después los puntos de giro, como el momento en que mi familia me “canceló” cuando publiqué la crónica en Piauí, la imposibilidad de escribir, la llegada de mi padre al país. Hay un mundo "intelectual" que vapulea constantemente las producciones audiovisuales. Y yo lo que encontré ahí es una forma de trabajar las historias muy metódica y responsable. Algo que se traduce en la importancia de los personajes, y que me terminó movilizando a mí también. Hay un punto de la historia donde voy a buscarlo a mi padre, lo espero afuera de su casa. Lo hice con mucho temor a que saliera. Me podía agarrar una situación medio panicosa. Fue algo que hice porque quería, pero al mismo tiempo necesitaba que la historia vaya para adelante, que el personaje, que era yo misma, haga algo. Tenía algo de reality esa acción, algo de especulación narrativa y vida real a la vez. Me convertí, por momentos, en una especie de titiritera y títere al mismo tiempo.
Crac, sin embargo, no solo está hecho con los materiales que atrapó Licitra en su propio universo –los sueños y las pesadillas de su propia familia–, sino también por una época: los setenta, la militancia política, las utopías cercenadas, las sombras que todavía se proyectan. Y lo que se despliega sobre esa época es una mirada que carga dosis similares de admiración y desesperanza. Aquí no hay héroes intocables, sino jóvenes que parecen estar a la misma distancia de alcanzar la revolución y de sepultar todo aquello que construyeron en la intimidad.
“Sigo creyendo que es una parte de nuestra historia que está viva: nietos que aparecen, gente vinculada al terrorismo de Estado que sigue libre. Es una historia que tiene giros épicos muy interesantes, acciones armadas que como relato policial me parecen atrapantes", explica Licitra. "Pero también es una historia que destrozó a mi familia. Y creo que se armó una narrativa carente de autocrítica de esos años, que cuando no la hacés de forma seria, viene otro, que capaz es un demente, con un ideario que es un horror, y capitaliza ese silencio. Admitir los errores, tanto en el plano político como en la intimidad, le da más valor a todo lo que hiciste bien”.
Por debajo de todos esos caminos abiertos que se bifurcan en Crac, lo que emerge es la búsqueda de una escritora lúcida y madura que se pregunta por los mecanismos de su oficio. Y que ofrece una curaduría de referencias extraordinarias, desde Fabio Morábito hasta Theodor Kallifatides, pasando por Betina González, Marguerite Duras e Isidoro Blaistein. Escritores que son aliados para atravesar el dolor, pero que pueden volverse sus propios inquisidores. Cuando Licitra busca reparo, se encuentra con esta cita del poeta polaco Czesław Miłosz, Premio Nobel de Literatura: “Cuando en el seno de una familia nace un escritor, la familia termina”. Y así, a cuestas con la insidiosa pregunta sobre el lugar que ocupa ella misma en ese silencio imperturbable, anota: “Se escribe lo inevitable. Se escribe como quien se chupa el veneno del brazo y lo escupe al piso. De un autor no me importa su perspectiva ideológica ni a esta altura me conmueve la capacidad para crear buenas figuras retóricas. Solo me importa la profundidad del exorcismo”.
-En Crac, los motivos del silencio de tu padre aparecen siempre difusos. Incluso escribís, cuando él deja de hablarte: “Después pasó todo el resto. Que nadie sabe en qué consiste”. ¿Lo indescifrable es lo que lo vuelve tan destructivo?
-Desde que salió el libro recibí cientos de mensajes por redes sociales, mujeres diciéndome “a mí me pasó lo mismo”. Eso no me lo veía venir. Padres que se retiran de la paternidad y familias que logran convivir con ese silencio enquistado. Yo no creo que mi padre quiera hacerme daño. Amo a mi padre a pesar de todo. El silencio siempre es una carta. Es parte del lenguaje. En la música juega un rol clave, no habría modulación ni melodía sin el silencio. En los setenta te convertía en un mártir, en un héroe si podías callar cuando te torturaban. Entre las personas que me escribieron, hay un caso de un padre que murió sin volver a hablarle a su hija. Cuando entraron a vaciar la casa, estaba llena de fotos de la hija. ¿Por qué no habló? Eso a mí me aniquilaría. Sigo sin saber qué significa el silencio en esta historia, pero después de escribirlo, fue como salir de una trampa. Quizás mi padre vuelva a enviarme otra misiva que podría ser destructiva, pero ahora creo que la publico y hago un reality como el de Los Tinelli (risas). El libro fue como si subrayara ese dolor de todas las personas que me escribieron, le puso relato a ese dolor. Eso para mí ya fue suficiente.