Tengo un cuerpo, con este cuerpo hablo y también siento, este cuerpo que reconoce otras vidas humanas, otros cuerpos lejanos y también íntimos. No son los cuerpos que pretende la hegemonía capitalista, porque muchos de ellos son cuerpos imprecisos. Por contrapartida, escabullidas en las desmesuras imaginarias, así operan las derechas en esta época del capitalismo tecno feudal. Tenemos nuestro ejemplo local.
Abrimos el diario y nos encontrarnos con nuevas atrocidades en la Franja de Gaza. Niños a manos de francotiradores con disparos en la cabeza, personas que mueren de hambre sin recibir asistencia y aislados, hermetismo que deja salir su virulencia y su olor a muerte. Seis palestinos más han muerto de hambre y desnutrición forzada en la sitiada Gaza, según informó el Ministerio de Salud, lo que eleva el número total a 175 personas, incluidos 93 niños. Un día en la vida en Palestina. Los judíos en contra de la política del Estado de Israel a la persecución a los palestinos y al plan de Netanyahu intentan recuperar también la dimensión perdida de lo sagrado, lo sagrado en el otro.
La información se replica en las campanas del mundo y nos recuerdan el epígrafe de Hemingway en Por quién doblan las campanas, el poema de John Donne: “ningún hombre es una isla, entero por sí mismo... la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy involucrado en la humanidad... por lo tanto nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti”.
Nuevos guetos, zonas de exclusión y hacinamiento, deslocalizados estructurales a nivel global, más evacuaciones masivas y forzosas de poblaciones civiles ¿Y qué pasará mientras tanto con los rehenes a manos de Hamas si la invasión se realiza? ¿Y qué pasará con la Alcatraz de los caimanes de Trump? La Era en la que los neoliberalismos y las ultraderechas se han fundido en un único clamor simbiotizante, en las que muerte, concentración y desintegración parecen naturalizarse. Los vientos de sufrimientos indecibles continúan llegando desde Dachau, Auschwitz, Treblinka, se crearon más de 40.000 campos de concentración y de exterminio en el extenso territorio ocupado por los nazis durante la guerra. Estemos de pie, tengamos cuerpo, los oídos atentos.
¿Por qué la guerra, por qué la Shoa? El propio Freud había señalado el pulso más allá de las pulsiones de autoconservación, la presencia de la pulsión de muerte como única pulsión verdadera, más allá de cualquier humanismo. Era escéptico al respecto. Y, sin embargo, la pregunta insiste, ¿por qué?, ¿por qué la guerra? Es precisamente la pregunta y la encerrona de Einstein respecto de la bomba atómica. Incluso más trascendente que nuestra indignación cotidiana. Esta es una pregunta ética que tenemos la responsabilidad de volver a formular.
La historia judía es extraordinaria y dolorosa. Ligada al sufrimiento, al genocidio y a uno de los planes de exterminio sistematizados más brutales que tuvo el siglo XX, la del Holocausto perpetrado por la Alemania nazi. No dejamos de pensar también en Vietnam, en los armenios, en las persecuciones a diferentes y pueblos originarios, en un bucle que nos devuelve una y otra vez a las amalgamas de los grandes imperios contemporáneos con la muerte a escala industrial.
La Torá, Jerusalén, escritura, tierra bendita y prometida que pertenece al judaísmo y a la humanidad. Habla el sufrimiento que existe aún hoy en las familias de los perseguidos y aniquilados, en la diáspora ancestral, ya que no somos ajenos a ese sufrimiento, se lleva en el cuerpo, en las marcas gestuales, culturales, significantes, en la letra, también en la historia del cuerpo psicosomático.
¿Qué se puede hacer que no sea sólo una declaración? Movilizarnos, marchar, convivir, compartir, transformar, amar.
Sesgos de totalitarismos que también estamos padeciendo en este momento en nuestro país. A diferencia de lo que opinan algunos, que esto no es una dictadura, yo digo, esto es una dictadura que produce muertos y desaparecidos en otra dimensión y de otra índole. Este gobierno totalitario persigue y desaparece diferencias sexuales, investigadores, niños y jóvenes con discapacidades, científicos, trabajadores de la salud, jubilados, personas en situación de calle, pretende cadáveres. Los cuerpos que amamos. Persigue en una dimensión que no se juzga sólo económicamente, patrimonialmente, sino a nivel de la soberanía también, a nivel de las territorialidades simbólicas, los agenciamientos libidinales, los cuerpos y las vidas que se intentan arrasar junto con las subjetividades y nuestros deseos.
¿Qué ocurre con este nuevo espectáculo global, que nos impulsa a los bordes primeros de pensar la condición humana para poder mantenernos excéntricos y vitales? Para no ser solamente los individuos vivientes que sean los objetos de la lesión o de la autopreservación como único designio. Enamorados de un cuerpo comunidad se labran posibles alternancias a la condena cierta del quirófano. El quirófano mediático, el quirófano político, el quirófano de la reeducación cientificista en cualquiera de los órdenes de la experiencia humana. El quirófano es una vez más una domesticación de la aleatoriedad y de la singularidad a manos de potenciales verdugos.
El cuerpo es nuestro plano secuencia, nuestro film cotidiano y divagante, cadencioso correr de fondo, el pulso, la respiración en la escritura, la catarsis, también la urgencia, nuestra erótica en la adversidad, nuestra tolerancia recíproca. Así nos reconocemos, nos entrelazamos, nos multiplicamos, hacemos las postas transgeneracionales, pasamos la antorcha, vibramos y nos realizamos cuando el otro también se ilumina.
Cristian Rodríguez es psicoanalista y escritor.