Las sátiras del escritor y periodista austríaco Karl Kraus (1874-1936), que cuestionaba con virulencia al periodismo por provocar los sucesos en vez de informar sobre ellos, no han perdido ni un ápice de vigencia. Como si fuera su bisnieto argentino, Lucio Maldonado es un periodista arrepentido que decide escribir la verdadera versión de diez crónicas que lo tuvieron como redactor u observador privilegiado. Lo hace desde su exilio en Cabo Cruz, al sur del sur, en un pueblo imaginario de la Patagonia. “Yo he observado muy de cerca algunos de los pasajes de las operaciones político-periodísticas que se tramaron –que se siguen tramando cada vez con más descaro y estulticia-- en el El Diario y, más aún, he intervenido en algunas no como tramoyista, pero sí como escriba de la tramoya”, revela el narrador y principal protagonista de Fuentes reservadas (Colihue), novela de Vicente Muleiro en la que cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia. Las mejores ficciones, aquellas que apelan a la hipérbole de lo real hasta deformarlo, construyen un verosímil familiar y reconocible en el paisaje del presente.

La voz de Maldonado segrega el ácido sulfúrico del desencanto por las fábulas mediáticas que tanto daño hicieron (y hacen) a la sociedad. Una “opereta” para voltear a un ministro de Defensa que, finalmente, cayó sin pena ni gloria con todo su gobierno unos meses después; una balacera para definir el resultado de un partido de fútbol entre el recientemente ascendido Defensor Puntano y Boca Juniors; un juez “de la casa”, como se les decía a los que se alineaban con el Grupo, allanó el Banco Central con una acusación ridícula y sin destino, una operación que empezó tres semanas antes de las elecciones que el gobierno debía perder y perdería. Las diez crónicas que escribe Maldonado son textos breves en los que desmonta los detalles de la escabrosa trama, acompañados de las fuentes, testimonios, bibliografía y documentos. Las crónicas se alternan con capítulos donde el periodista arrepentido deviene un “Karl Kraus patagónico”, como si estuviera armando en solitario la revista Die Fackel (La Antorcha), que el austríaco mantuvo encendida hasta su muerte con el afán de criticar de modo radical la corrupción de un lenguaje mercantilizado que se degradaba hacia la banalidad.

Muleiro, que nació en Buenos Aires en 1951, es autor de las novelas Sangre en el viento (2015) y La niña de sus ojos (2022). Publicó nueve libros de poesía, el más reciente El bar flotante; y los ensayos El dictador, que coescribió con María Seoane, y El golpe civil.  Trabajó en diversos medios gráficos en las secciones de deportes, política y cultura; fue editor de la revista cultural Ñ del diario Clarín, subdirector de Radio Nacional (2009-2016) y condujo los programas Música de Escritores en Nacional Clásica y Vía Libro en la Radio de las Madres de Plaza de Mayo. Su obra de teatro sobre el escritor Macedonio Fernández, Maxidonio, el puchero misterioso, dirigida por Norman Briski, se puede ver los viernes a las 21 en el teatro Calibán.

El Señor Fuentes

-Las fuentes reservadas, aquellas que no se identifican públicamente para ser protegidas ante la información que suministran, ¿hoy son usadas casi como sinónimos de fake news y “operetas”?

-La fuente reservada es un recurso excepcional cuando quien te pasa la información necesita preservar su identidad. No es ético ni profesional utilizarlo a cada rato con sus habituales enmascaramientos (“fuentes confiables, fuentes cercanas, fuentes allegadas al ministro, fuentes ligadas a la investigación...”). Esa deformación le hizo decir a Juan Carlos Onetti que “el periodismo no existiría sin el señor Fuentes”. El uso de la reserva de fuente está bastardeado porque se lo emplea para dar una opinión propia puesta en boca de un “reservado” inexistente y para falsear datos incomprobables, o sea: para mentir, algo que está en el centro de las “operetas” y las fake news. Hoy leemos o escuchamos crónicas enteras sin una sola fuente identificable. Eso no tiene nada que ver con el periodismo, es otra cosa.

-“Miren lo que podemos llegar a hacer, miren cómo destrozamos a conciencia el pacto de credibilidad entre emisor y receptor, cómo entramos todos en el juego y nos reímos a carcajadas tanto de nuestra profesión de fe como en nuestra fe en la profesión”, plantea Lucio Maldonado. ¿Qué aspectos compartís con este narrador? ¿El arrepentimiento ante algún texto que escribiste como periodista?

-Se trata de la visión del protagonista, no de la mía. Es inevitable que los personajes tengan zonas de alter ego pero en la narrativa de ficción un personaje es también, o sobre todo, una individualidad artística construida por el autor. Acaso nunca me esmeré tanto para crear un protagonista como lo hice con Lucio Maldonado, que objeta al periodismo como una disciplina solo ligada al mal, como lo hiciera Karl Kraus. Pero extiende ese punto de vista derrotista a otras cosas; posee un resentimiento que inunda su trabajo, la historia del país y del mundo y solo puede pensar en el futuro como apocalipsis y en su oficio como una mentira. Yo puedo ser asaltado por ese derrotismo en esos momentos de bajón que genera esta era de la crueldad, pero no es mi perspectiva. Viví toda la vida del periodismo, lo ejercí con toda la decencia posible y no la pasé mal, aún lo ejerzo aunque con menor intensidad. Nunca me he visto compelido a escribir algo por lo cual me tenga que escupir la cara ante el espejo. Eso sí, en el periodismo comercial uno siempre sabe para quién trabaja y con qué abanico de limitaciones se confronta. O sea, en este caso, Madame Bovary no soy yo.

La verdad de las mentiras

-¿Por qué querías trabajar desde la ficción con la figura del periodista arrepentido?

-Para llevar su posición crítica al máximo posible. Pensé en ciertos personajes de Thomas Bernhard que se plantan ante la realidad solo para insultarla, para pulverizarla, para exhibir la falta de escrúpulos y la sobredosis de desprecio con que cargan la época, sus instituciones y sus personeros en cualquier escalón del poder.

-En la novela se puede detectar correspondencias con la realidad, por ejemplo, adjudicarle a un funcionario el traslado de bolsos llenos de dólares a Uruguay, cuando estaba en un acto oficial en la Casa de Gobierno, una alusión a Amado Boudou. Otro personaje dice: “Una fábrica de humo debe fabricar mucho humo, eso es lo importante”. ¿Qué consecuencias tiene que la verdad esté en “estado vegetativo”?

-Hay ecos de casos noticiables que tuvieron una gran circulación pública, pero en la novela están absolutamente tamizados por la ficción. Decidí no hacer trabajos de campo o investigaciones para cada una de las crónicas, me alcanzó con esos ecos que tengo en la memoria, por ejemplo un crimen que se cometió en Brasil solo para armar una noticia impactante. Ya que la noticia es una mercancía, si escasea las tenés que inventar o generar y se ha llegado a matar para obtener un buen título. Pero los escenarios, los personajes y aún la secuencia de los acontecimientos alimentan eso que Vargas Llosa llamó “la verdad de las mentiras”.

Efecto de verosimilitud

-Por qué en “Fuentes reservadas” empleás, principalmente, la exageración, la hipérbole? ¿Qué encontrás en este recurso literario?

-El mundo de la creación con la palabra está sufriendo la competencia desleal de la realidad corporativa, mediática y política. Por un lado la realidad es hiperbólica, por otro el periodismo dominante acude a la mentira con los recursos de la narrativa realista. No es tan fácil sorprender con la imaginación a un lector de novelas cuando desde el poder acusan falsamente a un ministro por un triple homicidio ligado al mundo de la droga; cuando afirman haber descubierto cuentas de adversarios políticos en un banco que ni siquiera existe o cuando se empeñan en describir como asesinato algo que a todas luces fue un suicidio. Estamos inundados de falsedades que parten del repertorio de lo real. Para responderte estrictamente: encuentro en la exageración, en la hipérbole, un camino artísticamente eficaz que, en nuestro imaginario argentino, se liga a un grotesco y a una tragicomedia con buenas raíces en la literatura y el teatro.

-Podrías haber apelado a la no ficción, al testimonio, a la crónica, pero preferiste el camino de la ficción. Sin embargo, en la novela se juega con la documentación, se escriben las diez crónicas y al final aparecen las fuentes, la bibliografía, los testimonios en off. ¿Cómo tramaste el vínculo entre la realidad de “El Diario”, el verosímil en el que está inspirada o basada la novela, y la ficción?

-Sin duda que habrá más de una investigación sobre la edificación de mentiras en el periodismo argentino con la tradición walshiana como garantía. Pero en Fuentes reservadas aposté a la eficacia ficcional: las documentaciones, fuentes y bibliografías que se brindan después de cada crónica son también mañas para consolidar un efecto de verosimilitud. Cito a mi amigo Carlos María Domínguez: “He transgredido lo real con la intención de arrancarle un sentido necesario".

Un problema de poder

-La relación de los distintos presidentes con el periodismo ha tenido más sombras que luces…Javier Milei se refiere a los periodistas críticos como “ensobrados”. ¿Qué análisis podés hacer sobre el vínculo entre el presidente y los periodistas? ¿Por qué sugiere que sólo puede ser un periodista crítico si “alguien” le “paga” o le da un “sobre”?

-La operación que hace Milei se pretende ingeniosa: trata de correr con la ética y, digamos, por izquierda, aunque en función de consolidar un miserable proyecto de ultraderecha. Por supuesto que los adornados existen y hasta los mismos ensobrados han cruzado en cámara acusaciones clarísimas del tipo: “Mirá que yo sé que tú sabes que yo sé, y a mí no me jodas porque canto todo”. Desde ya que la denuncia del Presidente implica una generalización falsa. Pero a veces me da risa cuando entre los periodistas pro-oficialistas y sospechados -algunos de ellos hasta fueron sorprendidos por una cámara oculta mientras ofrecían coimas- utilizan esas acusaciones para lavarse la cara en nombre de una conducta que jamás tuvieron. A esa jugada se le notan las costuras.

-Uno de los grandes temas del presente es la Inteligencia Artificial (IA). Ya en varios medios se producen noticias que han sido creadas gracias a las herramientas de la IA. ¿Cómo imaginás el futuro del periodismo y la literatura con la IA?

-Días pasados leí en las bases de un concurso de novela español el pedido de una declaración jurada en la que el autor dejara constancia de que en su texto no había empleado la IA; si se pide semejante juramento –que además no garantiza nada- estamos en peligro. La UNESCO se expresó por desmitificar dos cosas: la IA no es un fenómeno neutral y tampoco es una fatalidad derivada del imparable progreso tecnológico, es una herramienta técnica y política; propone entonces una regulación que preserve derechos básicos, como los derechos humanos. Está diciendo entonces que su uso y custodia es un problema de poder y estoy tentado de cerrar esta charla con esta conclusión: ¡Entonces sonamos!. Pero sería tan apocalíptico como Lucio Maldonado.

-Presentaste “El bar flotante” un libro de poesía en marzo, estrenaste una obra de teatro sobre Macedonio Fernández en abril y lanzaste “Fuentes reservadas” en la Feria del Libro. ¿Cómo manejás esa simultaneidad de géneros?

 

-La simultaneidad se dio en las dos publicaciones y en el estreno de la obra pero no en la escritura. Me entusiasman todos los géneros aunque mi predilección está, como suele suceder, en esa novia que no te da bola: la poesía. Para cada género hago un largo trabajo de ablande hasta sentirme que estoy navegando en él, nunca como un pez en el agua, pero navegando.