Tenía catorce años la primera vez que vino a la capital con el pretexto de bailar. No hacía demasiado tiempo se había anotado en un curso de danza clásica en el Teatro San Martín de Córdoba, su ciudad de origen, y fue elegida para participar de un taller de verano en el Teatro Colón. No dudó ni un segundo en hacerlo, y durante esas semanas calurosas, en las que viajó diariamente desde la pensión administrada por una monja hasta la plaza de Tribunales para asistir a clases, Lisi Estarás descubrió una fuerza de gravedad con nombre propio: Buenos Aires.
Desde entonces, esa fuerza la trae una y otra vez a trabajar a la ciudad que considera su lugar en el mundo. Solo que, con el correr del tiempo, los viajes para llegar hasta acá se fueron haciendo más largos. Una vez que terminó el colegio decidió migrar a Jerusalén para seguir formándose en una academia de música y danza de referencia en Medio Oriente; más tarde empezó a formar parte de la Batsheva Dance Company de Tel Aviv. A mediados de los noventa, cuando acababa de cumplir veinticinco, Lisi se mudó a Gante, Bélgica, para empezar a formar parte de Les ballets C de la B, la famosísima compañía del también famosísimo Alain Platel. Ahí, en esa ciudad en la que la gente se comunica en holandés, un idioma que todavía hoy le cuesta dominar, Lisi experimentó, creció y pasó de ser bailarina a ser coreógrafa y directora de varias obras en las que a veces se subía a escena o bien guiaba a otros intérpretes. Tiempo después, también creó su compañía de danza-teatro independiente. La llamó MonkeyMind.
Y cada tanto, cada vez que su agenda se lo permitía, volvía a escuchar el llamado de acercarse nuevamente a su centro gravitacional. En los últimos años aprovechó varias invitaciones para traer sus proyectos acá o inventar nuevos. En 2018 dirigió al Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín en SapiensRabia, al año siguiente creó Vernáculos para la Compañía Nacional de Danza Contemporánea, en 2023 trajo su solo Los ejercicios del placer a Fundación Cazadores, en el marco del ciclo Instalar Danza. Y a partir del miércoles, por solo siete funciones, se podrá ver Pasos en la noche (2050) en el Teatro Coliseo, para la que volvió a coreografiar y dirigir al Ballet del San Martín.
En este nuevo trabajo, Lisi parte de las melodías de Tango Buenos Aires: Suite de Ballet, el cuarto opus de Eduardo Rovira. La idea de homenajearlo, a cien años de su nacimiento, fue de la dirección del Complejo Teatral de Buenos Aires. Cuando le ofrecieron la misión, dijo inmediatamente que sí. No solamente por las ganas de volver: la propuesta de trabajar a partir de la música de un compositor cuyas obras ya había llevado a escena en Europa le pareció tentadora, veía ahí un diálogo muy claro con su universo. “La música de Rovira es impactante cuando la escuchás por primera vez: caótica, impulsiva. Mete de todo en esa suite, como si quisiera contar todo a la vez y sin solución de continuidad. Por eso siento que conecta de forma muy directa con mi danza”.
Para explicar un poco mejor esta conexión habría que empezar por decir que MonkeyMind, el nombre que Lisi eligió para su compañía, alude la “mente de mono” que el budismo describe como quien busca definir a su enemigo para combatirlo mejor: esa mente inquieta y charlatana que salta de un pensamiento a otro y que la práctica de la meditación y la respiración buscan calmar. Ella, en cambio, la vuelve motor creativo: en lugar de luchar contra la dispersión, la abraza y la organiza en escena como método de trabajo: cortes, asociaciones libres, humor, deriva. “A mí la distracción siempre me resultó importante”, dice; de ese devenir mental extrae movimientos y un pensamiento que aparece en el cuerpo pero se completa con palabras.
Es que la materia de todas sus obras también es la lengua, porque necesita comunicarse con los espectadores desde ahí, hacerlos reír, compartir alguna anécdota o situar a los intérpretes en un mundo que pueda contener las distintas coreografías. “Me gusta cada vez más que la danza sea clara, menos críptica”, manifiesta Lisi. Casi siempre, su idioma de trabajo es el inglés: se acostumbró a escribir los textos en esa lengua franca para las compañías compuestas por artistas provenientes de todo el mundo. Muchas veces, los textos llegan a escena así, directamente salidos de su computadora; en algunos casos se traducen, mayormente al holandés. Para Pasos en la noche –donde inventó una historia ficcional y futurista, llevada adelante por un grupo de mercenarios que vuelven a un salón que alguna vez les había pertenecido– fue ella misma quien se ocupó de trasvasar todo al castellano y en ese procedimiento descubrió en su material sentidos nuevos. Algo parecido sucede en los ensayos, cuando tiene que dar indicaciones en su lengua materna (“¡A veces me sigue pareciendo loco dirigir en castellano!”, se ríe).
Crear una obra de danza, es evidente, no implica solamente encadenar un movimiento detrás de otro, sino que exige construir un ecosistema de sentidos compartidos. Tampoco es algo que se haga en soledad: siempre hay otros. Y acá están esos otros que ella mejor conoce.
Pasos en la noche (2050) se puede ver a partir del miércoles 3 y hasta el viernes 12 en el Teatro Coliseo, Marcelo T. de Alvear 1125. A las 20.