Elif Shafak dice que “la literatura es el antídoto para la apatía, y la apatía es lo opuesto a la esperanza”. Tiene varios libros publicados por Lumen en Argentina, como La bastarda de Estambul o Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo. Fue llevada a juicio en Turquía por el contenido de La bastarda de Estambul, en la que hace referencia al genocidio armenio. Aunque enfrentaba hasta 3 años de cárcel, fue absuelta por falta de base legal y evidencias en el 2006, pero tuvo que soportar que la gente quemara fotos suyas en la calle y la insultaran durante todo el juicio. El caso de Shafak dejó en evidencia un patrón de censura y acoso legal hacia escritores en Turquía, y le tocó vivir bajo constantes amenazas por su libertad de expresión. Estamos hablando de algo de hace varios años, pero de lo que seguimos siendo víctimas, ahora más que nunca. Aquí y allá: nos gobierna el miedo, y la literatura es un espacio en donde se imprime la memoria, y la memoria es lo que nos permite aprender algo. Sin ella, no somos nada, y aunque pareciera que en estos tiempos, a nadie le importa, en esta edición del Festival de literatura de Louisiana volví a tener fe.
Luego de una semana de hostigamiento mediático en contra de una de las invitadas más esperadas, Sally Rooney, por apoyar públicamente a Palestina, un público de todas las edades posibles se mostró atento y duplicado con respecto al año pasado. Apenas se encontraba espacio donde sentarse en el parque que se extiende hasta el Báltico, durante los cuatro días que dura el festival. De alguna manera, una encuentra dónde tirar una manta y sentarse a escuchar por qué la literatura es refugio. Shafak dice que cuando leemos, “el otro se convierte en tu hermano”, y así nos arrimamos entre miles para escuchar a los autores invitados de esta edición. Entre ellxs, Maggie Nelson, Chimamanda Ngozi Adichie, Elif Shafak, Alana Portero, Édouard Louis, Sally Rooney, y varios más.
Maggie Nelson: toda escritura es autobiográfica
Este año, el lugar de apertura lo tuvo Maggie Nelson. Su último libro, Pathemata or, The story of my mouth, lidera la conversación, aunque en noviembre sale otro, que compré en preventa para calmar la ansiedad, y se trata de un ensayo en donde relaciona a Sylvia Plath con Taylor Swift para reflexionar acerca de la ambición femenina.
Antes de darle la bienvenida a Nelson, el organizador dice unas palabras que tienen que ver con el asunto de leer como un espacio completamente libre. Hoy en día, cualquier suspensión del tiempo es un milagro: leer en vez de mirar el teléfono, concentrarse en algo lejano y traerlo cerca, no desde el músculo de la mirada sino desde el de la empatía. La conversación con Nelson arranca con una idea que aparece en un intercambio que tiene con Björk en su libro de ensayos y conversaciones Como el amor. A esto, Nelson responde que toda filosofía es una autobiografía del autor, y agrega estar más interesada en la ambigüedad del género que en algo definido.
Pathemata todavía no fue publicado en Argentina, pero se trata de un experimento escrito durante la pandemia, que fusiona un diario íntimo sobre el dolor crónico en la mandíbula con sueños y escenas cotidianas. En menos de 80 páginas, Nelson construye una evocadora meditación sobre el cuerpo que sufre y los límites del lenguaje para expresarlo. Se trata de un ensayo “carsoneano”, en donde Nelson explora cómo el lenguaje intenta y fracasa, en capturar lo inefable. De hecho, nos cuenta que el título Pathemata viene de estar preparando una clase sobre Anne Carson mientras lo escribía. Lo que hizo fue empezar a mezclar dos diarios personales: uno en el que registraba sus sueños, y otro sobre sus dolores. Este experimento, estaba convencida, era uno de esos que, según ella, nadie iba a querer leer.
Su método es “recolectar caos, y a partir de ahí, algo aparece, algo más allá del significado”. En Pathemata, también le interesó la idea de trabajar con sueños y que no sea un embole. Nelson cuenta que le fascinan los libros sobre dolores crónicos, y lo que le interesaba era lograr hacer una especie de comedia con los suyos.
Respecto a su próximo libro que sale en noviembre en Estados Unidos y del que aún sabemos poco, pero en su título están Taylor Swift y Sylvia Plath, Nelson adelanta que le interesó reflexionar un poco acerca de la autobiografía y la ambición femenina. Cuando Taylor Swift sacó su último álbum, Ross Douthat escribió una nota en The New York Times diciendo que Taylor Swift debería empezar a escribir sobre otras personas. A la vez, millones de Swifties pedían al unísono: ¡queremos saber más, queremos saber! De esto escribe Maggie Nelson en el libro que está por salir y explica que “hay algo sagrado en lo personal”. El ejemplo que da es el sueño, y cómo la magia está en el relato y no en el sueño en sí mismo. Eso es lo que le interesa del arte también: aquella actividad de interpretación entre el escritor y el lector. Una especie de transmisión.
Dice que leer como escritora es “tomar lo que necesitás y dejar el resto.” Por eso las citas aparecen tanto en sus proyectos de pensamiento. Su obra es muy prolífica. De Sobre la libertad: Cuatro cantos de restricción y cuidados, editado por Anagrama, dice que fue el libro que más le costó porque está muy situado en el contexto histórico y mientras escribía dejaba entrar lo que iba pasando en el mundo. Ahí, Nelson explora una idea de John Cage acerca de cómo la compasión tiene que ver con “dar espacio para moverse".
Chimamanda Ngozi Adichie: rockstar de las letras
Al día siguiente, llego temprano con un picnic para pasar el día entero en el festival. Hace frío, parece ser el primer día de un otoño adelantado, cuando acá en Dinamarca todavía se espera con ilusión el verano que amaga pero no crece. Lo que crece es mi esperanza en el mercado editorial: no alcanza con llegar una hora y media antes, que ya no hay lugar para escuchar hablar a Chimamanda Ngozi Adichie. La cola llega hasta el mar, que ofrece en su horizonte algunos pedazos de Suecia. La emoción es colectiva, contagia, como en un recital de rock. Gente de todas las edades: chicos, grandes y bebés. Mientras espero sentada, escucho a alguien decir: “¡La literatura sobrevivirá!”. Chimamanda sube al escenario con un vestido turquesa, un pañuelo rosa y zapatos de taco azul. Está radiante, el público grita como alguna vez escuché que le gritaban a los Stones. La entrevistadora aclara que la autora está mal de la garganta porque anoche cerró una parte de su gira por Noruega y “nuestros amigos noruegos la sacaron a pasear”, de lo cual ella se ríe y aclara que no hubo alcohol involucrado. Es cierto que al principio parece afónica, pero mientras la charla avanza, la voz ronca se va ablandando y para cuando termina, Adichie recupera su voz por completo. Una especie de magia.
Arrancan preguntándole si está obsesionada con el amor y por qué. Adichie dice que sí, que ama el amor, pero no solo el romántico. Dice que ahora que está viajando, le gusta mirar el amor en los aeropuertos. “Aparte de la comida, no creo que necesitemos mucho más que el amor”. Adichie tiene 3 títulos universitarios en Estados Unidos y es una de las personas más críticas respecto al modelo de esas universidades, a lo que responde: “es que no hay mucho amor ahí”. Su último libro, Unos cuantos sueños, que pronto saldrá en Argentina por Penguin Random House, es una novela coral que entrelaza las vidas de cuatro mujeres nigerianas durante la pandemia, explorando sus sueños, algunas pérdidas y sus dignidades. Adichie dice que quería escribir lo más honestamente posible sobre afroamericanos. Se menciona cómo existe ese prejuicio en Estados Unidos de pensar en África como un territorio de pobreza y de falta. Y que cuando la gente hace referencia a la riqueza africana “es como algo que no puede ser limpio”. Pero el problema es siempre la riqueza extrema, dice Adichie, que hay muchas en el mundo, en cualquier parte, “y eso siempre está mal, eso nunca es limpio”.
Nigeria, de donde viene Adichie, es un país con mucha pobreza y extrema riqueza. “No se trata solo de tener plata, sino de qué hacés y cómo pensás”. En medio de la conversación, pide un pañuelo para limpiarse la nariz y varias mujeres del público se acercan a llevarle uno. Adichie aprovecha la oportunidad para decir que esa es la razón por la que ama tanto a las mujeres: “porque si el público fuera de hombres, ahora no tendría ni un pañuelo”. Dice que le encanta el concepto de hermandad, pero también sostiene que no hay que idealizarlo, porque cuando hablamos de misoginia no se trata solo de un asunto de hombres, sino también de mujeres que juzgan a las mujeres. Así que se corrige y sostiene: “No es que amo a las mujeres, amo a las mujeres que aman a las mujeres”. Esa frase se convierte en un mantra sobre esa barranca verde llena de mujeres que la aplauden, y algunos hombres también. “Siempre hay una corriente de competición entre nosotras porque vivimos en un mundo de hombres”. Por eso considera importante hablar más sobre cómo algunas mujeres pueden resentir a otras. “Hay oscuridad en el mundo, y hay muchas mujeres que son amigas y no se caen bien. Y cuanto más grande te hacés, menos dispuesta estás a darlo”. Crecer, para Adichie, tiene que ver con eso, porque la amistad real es gloriosa. En sus palabras: “reafirma la vida”.
En su última novela, Adichie utiliza como inspiración un caso real sobre una mujer que, en 2011, denunció al entonces director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, por una agresión sexual cometida en un hotel en Estados Unidos. Adichie cuenta que la historia quedó opacada y la mujer quedó en el relato como mentirosa por cuestiones de papeles migratorios en los que le encontraron “algunas incongruencias". Adichie dice que está muy enojada con cómo los migrantes son tratados en Estados Unidos solo por el hecho de “animarse a soñar una vida mejor". La intención de incluir esta referencia en la novela fue porque cree que las historias pueden destruir, pero también pueden devolver algo, “o tal vez recordar algo acerca de la dignidad.” Porque, explica: “Si sos agredida sexualmente, más vale que seas un ángel”. Ese es, según ella, el mensaje que le damos a las mujeres, y lo que le molesta. “Por eso no quería que el personaje fuera un ángel tampoco.” Adichie cuenta cómo trabajó en pensar un personaje con defectos, tal como somos todas.
Laurie Anderson: una musa de multitudes
Directo de ahí, corremos a la performance de Laurie Anderson, llamada República del amor. Antes de arrancar, Anderson aclara que tenía planeado usar su violín pero que le perdieron la valija en el vuelo, y todavía esperan recuperarlo. Entonces arranca haciendo que toca uno imaginario, mientras juega con todas las tecnologías posibles, como siempre. En República del amor, Anderson trabaja con la relación entre amor y gobierno. Con ironía y astucia, hace una crítica a Elon Musk y a su intento de “conquistar el planeta rojo”. Dice que le cuesta entender los cambios de la historia, quizás porque todavía está dentro de ella, pero que “hay gente disfrutando de la destrucción”. Se refiere a una idea que escuchó del nuevo Papa, de que el amor no se rankea, que queremos a los de atrás, y a los de allá lejos tanto como a la familia y no al revés, como manifestaron en su gobierno, refiriéndose al conflicto de migrantes y a las políticas implementadas por Trump. Anderson dice que en el fondo del enojo siempre hay lo mismo: un corazón roto, y termina con una inevitable invocación a su marido, Lou Reed, enseñándonos algunas posturas de Tai-chi que hacía él, e incitando al público a copiarla. Y eso hacemos: todos, miles de personas en esta edición potente y multitudinaria de Louisiana, terminamos en una clase de tai chi dada por Anderson. El cielo se despeja a toda velocidad porque el viento comienza a soplar más fuerte.
Sally Rooney: a favor de Palestina
Después, es el turno de Sally Rooney. Para ese entonces, no cabe una persona más en Louisiana. Incluso ella, apenas se sube al escenario, dice que nunca tuvo un público tan grande. Arranca contando que Intermezzo es el libro que más disfrutó escribir. Empezó en el verano de 2021, después de tener un momento de fascinación por el mundo del ajedrez durante la pandemia. “Empezó como un cuento”, dice. Y mientras estaba viajando en una gira por su libro anterior Dónde estás, mundo bello, le pidió a su marido que le recomendara un libro liviano para llevarse. Su marido le sugirió uno pesado, Ulises, y durante esa lectura se dio cuenta de que Intermezzo tenía un personaje más además del jugador de ajedrez: un hermano, y entonces se convirtió en una novela.
Sally dice que es un libro sobre el duelo, y lo considera el más oscuro y melancólico de los que escribió hasta ahora. Sostiene que para escribir una novela hay que tener dos fuerzas adentro: una es la que cree que eso que estás haciendo es brillante, y otra que siente que lo que estás haciendo es una porquería. Sally se define como una obsesionada por los vínculos y dice que desde ahí arma. No tanto desde el estilo, sino desde eso, aunque aclara que hay una cualidad en el ritmo a la que se siente bastante atada. Dice que lo que le importa es la verdad, y a partir de eso la conversación toma el giro inevitable hacia los hechos políticos de esta última semana.
No fue una semana fácil para Rooney. Con solo 34 años, generó controversia al declarar públicamente que destinará los ingresos de sus libros en el Reino Unido al grupo Palestine Action, recientemente designado por el gobierno británico como “una organización terrorista”. A pesar de saber que esto podría traerle consecuencias legales bajo la Ley Antiterrorista británica, reafirmó mediaticamente su compromiso con la causa declarando que si eso la convertía en una “partidaria del terrorismo” según la ley del Reino Unido, “que así sea”.
Sally dice que primero que nada se define como escritora de ficción, y que esta semana la llamaron activista, pero ella no se declara como tal porque siente que no hizo nada para merecer esa definición que valora muchísimo. “Lo que está pasando en Palestina es un genocidio”, dice Rooney. Y continúa: “No solo somos testigos sino que también somos cómplices porque nuestros gobiernos compran armas o sostienen esta guerra con su silencio”. Sally pide que nuestros gobiernos hagan algo y bajo un gran aplauso, agradece al público por estar con ella en esto.
Sin literatura, la soledad
Al otro día, arrancamos con una mezcla entre lectura y performance entre Laurie Anderson y Édouard Louis, otra estrella joven de la literatura francesa que escribió libros como Historia de la violencia y Quién mató a mi padre. Édouard lee algo que hace referencia a su último libro, Cambiar: método, en donde cuenta cómo, siendo un chico pobre y homosexual, supo desde siempre que su vida consistiría en escapar. En el texto, los años van pasando y cada decisión que este chico convertido en hombre va tomando, tiene que ver con escapar. “La historia de la homosexualidad es también una historia de escapar”, dice Louis. Habla de un término que define como escapatología, en donde nuestros cuerpos son el objeto de estudio. Es sábado y para ese entonces, Laurie Anderson recuperó su violín extraviado y acompaña este relato desgarrador y precioso, mezclándolo con algunos sonidos de escape, como el de un helicóptero. Anderson cuenta la historia de unos pájaros en un mundo en donde solo quedan pájaros. Un día, el padre del pájaro muere, y como no había más tierra, solo pájaros, no sabía cómo enterrar a su padre, ni qué hacer con el cuerpo. Entonces el pájaro decide enterrarlo atrás de su cabeza. “Y ese fue el comienzo de la memoria”, dice Anderson.
De ahí corremos hacia la charla entre Alana Portero y Sean Hewitt. Portero es la única escritora hispanohablante de esta edición del festival, Hewitt es irlandés. Portero sacó un libro que se llama La mala costumbre y esta es la última visita de una gira que, según cuenta, la tiene con un dolor terrible de espalda. La mala costumbre sucede entre las décadas del 80 y 90 en Madrid, en donde, según Portero, “Madrid era una ciudad muy interesante, llena de contrastes, con una explosión cultural llevada de la mano de Pedro Almodóvar y la movida. Era una ciudad bastante queer, luego de ser atravesada por el franquismo.” Tanto Hewitt como Portero concuerdan en que la memoria, ambos libros trabajan con ese formato, se contiene también en objetos, en ciudades, y no solo en personajes y experiencias. Los espacios son funciones para la memoria. “Cambiamos y crecemos al mismo tiempo que nuestras ciudades”, dice Portero. A ambos le preguntan acerca de la vergüenza, un sentimiento católico que caracteriza tanto a Madrid como a Irlanda. Y sí, Hewitt sostiene que la vergüenza es una parte muy grande del catolicismo. “Incluso el catolicismo le da una magnitud a la vergüenza en donde hace posible que uno pueda ir y confesarse. Y algo importante también sobre el catolicismo es el cuerpo: vemos a Jesús desnudo todo el tiempo, algo que provoca la misma cantidad de vergüenza como de provocación”. Portero se muestra fascinada hacia dónde va la charla, y dice que “los católicos estamos siempre calientes y asustados a la vez”. Los dos coinciden en que es una herramienta increíble para escribir, y Portero se ríe diciendo que ya no se considera católica,“pero conserva la vergüenza”, esa fuente eterna de la literatura.
El domingo 24 es el aniversario del nacimiento de Borges y también el último día del festival. Mi cuota pendiente está puesta en escuchar a la autora más famosa hoy en Dinamarca, Solvej Balle, conocida por El volumen del tiempo, una saga de ficción compuesta por siete volúmenes (está escribiendo el último) centrados en una mujer atrapada en un bucle temporal, viviendo indefinidamente el mismo día: el 18 de noviembre. Este proyecto, que le tomó décadas, fue finalista del International Booker Prize.
La charla es con Samantha Harvey, autora de Orbital, que arranca leyendo una cita de El volumen del tiempo, sobre cómo damos por sentadas cosas como la gravedad, y todo lo que nos pasa en la vida, pero en realidad, si miramos un poco corridos, todo es extraño. Creo que la magia de la literatura radica en mirar la vida desde lo extraño, por eso me gusta Balle. Es fresca, agraciada, que habla de una manera extraña, recuerda el aniversario de Borges y lo menciona en la charla. Su inteligencia radica en no tomarse a ella misma demasiado en serio. Pero sí a la literatura. Balle habla de una máquina que se enciende cuando escribe, y que ahora no puede parar. Ambas escritoras exploran acerca del recurso de la repetición, en cómo llevarlo a su favor para lograr este loop en los días. En el caso de El volumen del tiempo, el tiempo se frena solo para la narradora, y entonces entendemos lo solos que estamos y cómo sólo el espacio temporal que compartimos con el resto, nos une a los demás. Sin eso, somos solos. Y sin literatura, también.