Patricia Suárez es una de las dramaturgas más prolíficas de Argentina: tiene más de 200 obras registradas en Argentores y confiesa que su meta es llegar a las 300 antes de morir. “Me gustaría que quede escrito en la historia que la persona que más escribió en este país fue una mujer”, dice, consciente de que la escritura es para ella una forma de vida y también un gesto político. “No puedo vivir sin escribir ni leer. Si no escribo, me empiezan a faltar las palabras cuando hablo. Escribir es como respirar”, asegura.
Su más reciente creación, La vergüenza, vuelve sobre aquello que más le interesa explorar: lo que la contradicción revela de las personas. Escrita en 2012, la obra llega ahora al escenario del Teatro Border (Godoy Cruz 1838) todos los lunes a las 21 bajo la dirección de Claudio Aprile, con las actuaciones de Fabio Aste, Silvina Katz, Fabián Arenilla y Felipe Villamil.
La pieza cuenta la historia de una familia judía de los años 60, preocupada por “curar” la homosexualidad de su hijo. Se enfrenta a un dilema ético que roza lo impensable: confiarlo a un médico nazi.
Toda la trama está atravesada por un trasfondo real: los experimentos de Carl Vaernet, un médico danés afiliado al nazismo que, durante su paso por el campo de Buchenwald, aplicaba un supuesto “tratamiento de cura” para la homosexualidad, inyectando testosterona a prisioneros, lo que provocó la muerte de la mayoría de ellos. Tras la guerra, Vaernet se refugió en la Argentina y llegó incluso a abrir una clínica en Palermo. Suárez retoma ese episodio histórico y lo convierte en una obra que busca interpelar tanto los prejuicios familiares como a los discursos de odio que hoy resurgen en la esfera pública.
—¿Cómo surgió la idea de escribir La vergüenza?
—La escribí en 2012, a instancias del director y artista Nacho Steinberg. Él había estado trabajando en un documental sobre Vaernet y me propuso una hipótesis: ¿qué pasaría si una familia judía, con un hijo que temen que sea homosexual, lo enviara a esa clínica sin saber que el médico es un nazi? A partir de esa pregunta nació la obra.
—¿Qué cambió para que, más de diez años después, finalmente llegue a escena?
—Creo que el contexto político. Estamos viviendo un retroceso enorme en materia de derechos. Todo lo conquistado —desde el matrimonio igualitario hasta la identidad de género— hoy vuelve a ponerse en cuestión, y muchas veces con burlas y escarnio. Eso me parece muy grave, y no pasa solo en Argentina. La derecha ha instalado la idea de que la cultura es un adorno, algo prescindible. La gente lo acepta, porque es cierto que hay hambre y necesidades muy concretas. Pero la cuenta que se hace está mal. Historias como esta me parecen necesarias: permiten empatizar con el sufrimiento de un personaje que es visto como una vergüenza, al que se lo expone o se lo ridiculiza, cuando en realidad es alguien que sufre, piensa, siente, y que está en el mismo nivel que todos los demás. Somos iguales ante la ley, con nuestras apetencias, deseos y orientaciones.
—¿Qué elementos de la obra te parecen que más pueden resonar en el espectador?
—Yo creo que, en principio, hay una forma de visualizarla que puede ser novelesca. Tiene algo de “me siento y estoy viendo una película”. Y después creo que resuena mucho la madre, que es una contradicción en sí misma. Es capaz de ejecutar las peores acciones en nombre del amor. Y creo que eso nos puede resonar a todos, porque todos o somos o hemos tenido a alguien cerca así.
Además, Suárez coordina un club de lectura gratuito de textos teatrales. Hasta ahora leyeron Antonio y Cleopatra y Julio César de Shakespeare, y Las brujas de Salem de Arthur Miller. Quien quiera sumarse puede contactarla en su cuenta de Instagram, @cazadoraoculta.