Éste tal vez haya sido el mejor año para la animación mainstream norteamericana de esta década, ofreciendo las mejores temporadas de Rick and Morty (tercera, Adult Swim) y Bojack Horseman (cuarta, Netflix) hasta el momento. Una trata sobre una familia imperfecta que desenreda sus conflictos existenciales trasladándose a dimensiones paralelas gracias al portal del abuelo Rick, un científico loco, borracho y misántropo que pone en riesgo constantemente la estabilidad física y emocional de su frágil familia; y la otra está protagonizada por un caballo antropomórfico, estrella de TV en los ‘90, que ahora es un cuarentón maniacodepresivo que arruina todo lo que toca, y vive rodeado de humanos y animales tan complejos como él, todos víctimas de Hollywood.

Las dos son fantásticas y maravillosas en todos los sentidos; coloridas, delirantes, absurdas, graciosas. Y plantean mundos con leyes (físico-químicas y espacio-temporales) propias. Aunque son esencialmente diferentes, en las cosas que tienen en común reside su genio revolucionario. Su realismo absurdo tiene algo del fundado por La vida moderna de Rocko (que ¿casualmente? anunció un mediometraje para 2018 después de más de 10 años de inactividad) pero a nivel estructural Rick and Morty tiene algo de Hora de Aventura y Horseman algo de Mad Men.

Si bien series previas como Los Simpson, Padre de Familia o South Park liberaron el camino para el humor negro y la crítica despiadada, la estructura seriada y de continuidad directa entre capítulos permite hilar finísimo en complejidades y sutilezas de los torturados personajes, dejando ver una sensibilidad y una empatía inexistentes hasta el momento en este tipo de ficciones animadas. Ambas superan a sus de por sí increíbles predecesores en inteligencia, humanidad y estilo. Y su densidad argumental es tal que basta para liberar su estética de las pretensiones de seriedad que suele tener la animación para adultos: son coloridas, lisérgicas y desmesuradas como los buenos dibujitos para niños.

Igualmente cómicas y dolorosas, a medida que se tornan más profundas se vuelven más entretenidas y adictivas. En las temporadas de este año alcanzaron su pico de dramatismo y calidad, escarbando profundo en la tragedia familiar como esa pesada herencia que moldea sin poder hacer nada al respecto. Y todo indica que solo pueden volverse cada vez más pesimistas, psicodélicas y divertidas.