La trayectoria de Alejandro Rofman es vasta, académica y brillante -Contador Público Nacional (UNL), Dr. en Ciencias Económicas (UNC), docente de grado y posgrado en universidades nacionales, investigador del Conicet, entre mucho más-, y su interés por plasmar las memorias de su querida Rosario, lo ha llevado a la escritura de Rosario y la historia de mis dos familias (Laborde Editor).

En su libro, Rofman aborda la vida rosarina desde inicios del siglo pasado, una historia que vivió de modo intenso, y recuerda de manera afectuosa y agradecida. “Mi ambición, muy simple, no tiene que ver con un objetivo comercial, nunca escribí un texto que no fuera relativo a mi disciplina y a mi tarea académica. Quise marcar claramente la capacidad de absorción que tuvo la ciudad de Rosario desde principios del siglo XX hasta bien avanzado el siglo, en la inserción e incorporación de migrantes externos al país. Esos inmigrantes llegaban sin ningún conocimiento, por mínimo que sea, de qué escenario enfrentaban. Y también dar cuenta de la familia mía, posterior, hijos de esos inmigrantes originarios, que desarrollaron una intensa actividad de todo tipo”, comenta Alejandro Rofman a Rosario/12.

“Pongo mucho énfasis en mi padre, en su perfil institucional, comercial, futbolístico; desde la comunidad judía local, con gran posibilidad de desplegar toda su voluntad de hacer, de participar y de promover. Ese fue el objetivo, rendir homenaje, en primer lugar, a la ciudad como un ámbito muy receptivo; y en segundo lugar, a quienes me precedieron, a mis abuelos, a quienes hicieron la inmigración con 20 y 30 años de edad; y a mis padres, hijos de esos inmigrantes. Todos cumplieron un ciclo vital, con un intenso proceso de integración con la vida de la ciudad. Ese es el objetivo primordial, rendir ambos homenajes y mostrar, en base a pantallazos de muy distinto contenido y dimensión, momentos relevantes en la vida de las dos generaciones, cómo fueron moviéndose y trabajando”, continúa.

-¿Qué imágenes surgen de la Rosario de entonces?

-Rosario es una ciudad aluvional, una ciudad que no existía hace 300 años, nunca se fundó, tiene esa virtud nacional. No tuvo nunca clase terrateniente ni burocrática ni oligárquica. En su origen fueron comerciantes, que se establecieron prácticamente a merced de su ubicación privilegiada, como puerto exportador. Y eso le dio un perfil muy propio a toda su evolución. Por otra parte, también por haber sido, si bien no lo digo explícitamente pero lo reconozco, la capital nacional del peronismo; decíamos eso en Rosario en los ’40, por la gran presencia de clase trabajadora industrial, que le dio ese perfil. Pero no acudí a fuentes de información secundaria ni a entrevistas con informantes calificados; por suerte tengo todavía buena memoria. Fui así marcando episodios. Hoy le comentaba a mi familia, por ejemplo, lo que era para nosotros, cuando éramos pibes, la llegada del verano. El verano en Rosario era una fiesta, una fiesta interminable para todos sus habitantes, cualquiera fuera su origen social. Y eso marcó mucha vida cotidiana, sobre todo desde el punto de vista de la convivencia, de la coexistencia de generaciones sucesivas, de orígenes muy diversos, en cuanto a costumbres, idiomas y gastronomías. La inmigración judía creó, pese a que fue modesta, un servicio médico gratuito propio; a este extremo llegó el traslado institucional del país emigrante a este país nuevo.

 

 

-En relatos así, parece asomar una ciudad dentro de la ciudad que uno conoce.

-Es cierto, porque Rosario no tiene parecido con ninguna otra gran ciudad. Sí con ciudades medianas, fruto sobre todo de la implantación de inmigrantes campesinos italianos en el sur de Santa Fe. Por ejemplo, escribí sobre el Grito de la Alcorta, la literatura sobre la Constitución de la Federación Agraria Argentina, y la lucha de los arrendatarios por condiciones mucho mejores de contratación de sus servicios. Los manifiestos fundamentales del Grito de Alcorta están escritos en italiano, a ese extremo ha llegado la migración, con muy fuertes raíces originarias en el centro de Europa, algo que permitía un poblamiento original sin historia previa.

-En relación a la comunidad judía, me llama siempre la atención la preocupación por dar testimonio de lo vivido y legarlo.

-Mire, hay un hecho que en el libro no está muy resaltado, pero el grueso de la comunidad era de profunda raíz laica. Iba un grupo muy importante a los servicios religiosos de las fiestas más significativas, como el Año Nuevo o el Día del Perdón, pero no había un sector importante vinculado al culto religioso en sí. Eso le permitió, a no pocos, intervenir en la vida cívica, pública, y en diversas instancias de actividades locales, sin tener esa carga religiosa que sí vino con muchos migrantes a la ciudad de Buenos Aires. Mi padre no pisó una sinagoga, pese a haber sido un dirigente muy importante de la vida cívica. Él siempre me decía: “Ni con los curas ni con los rabinos; no tengo nada que ver”. Abjuraba de toda la estructura religiosa, era un laico puro. Podía ser socio de la Asociación Cristiana de Jóvenes, era el único judío rosarino que lo era, al mismo tiempo que secretario de cultura de la comunidad. No chocaba una actividad con la otra, podían coexistir pacíficamente. O ser tesorero de Newell’s; fue delegado de la AFA, al mismo tiempo que organizó un club deportivo de la comunidad. Por eso, es muy paradójico en términos de la inserción comunitaria; y eso lo heredamos los tres hijos. Tuvimos toda una actividad cívica muy importante e institucional. Se tenía otro tipo de dedicaciones que no suponían rupturas con sus antepasados.

Dialogar con Alejandro Rofman implica una catarata luminosa de recuerdos, mientras surgen características y rasgos de una Rosario que aún persiste: laica y receptiva. “Cuando cumplí 90 años, se me ocurrió empezar a escribir este libro, y me pareció que era una experiencia que podía tener un cariz muy peculiar, porque desde fines de los ‘30 ya me convertí en preadolescente y podía decir muchas cosas de lo que sucedieron en todos esos años. Intento rendir homenaje, valorizar la vida urbana, y al mismo tiempo regocijarme con el recuerdo anecdotario, porque el libro está plagado de anécdotas de la vida urbana. Es muy interesante reconocer lo idiosincrático de Rosario, porque dio motivo a formas de vida y de organización social que no se replicaron en otras ciudades importantes del país”.