Qué paciencia la de un paisaje, dice Denise Levertov en un poema que habla de un caballo y un arbusto, la lentitud y la espera. El poema de Denise es de versos amplios, entonces el paisaje natural allí transcurre extenso e inmóvil. Para ciertas poéticas que aprenden de la pintura, lo sabemos, un paisaje debe implicar, para aparecer en toda su dimensión, además de tiempo, cierto arte en la mirada, cierta distancia, el recogimiento de la contemplación.

Descubrir una forma para el poema es adoptar una forma de ver. Personas del paisaje, segundo libro de Lila Biscia que edita Bajo la luna, es un libro lacónico, de poemas cortos, algunos hiperbreves, donde el espacio de la página nos hace acordar a una pequeña abertura que parcela la mirada y estrecha los versos, que sí o sí tienen que estrujarse para ofrecer su máximo jugo, ya que, también sabemos, el amor no dura para siempre o, lo que es lo mismo: no tenemos todo el tiempo del mundo. Así es como las dos partes principales del libro, a las que se ingresa por la ventanilla de un tren o un auto en un caso, y por la ventana de un piso alto de departamento en el otro, proponen el recorte de un paisaje elíptico: la lluvia y el sol, o un pedacito de árbol o de nube o de ola de mar.

Todo amor tiene su paisaje, dice ahora Rebecca Solnit. Me pregunto cuál es el paisaje que arman los amantes en el libro de Lila, o bien qué paisaje aman los amantes en este libro de poemas de amor. Fragmentada por la distancia que modifica el tamaño de las cosas, la lírica parte, como en la sinécdoque, el todo, y atrapa solo un cachito de él: el mar es sustituido por ola o sal; el cielo por nube; el bosque por árbol; las aves por alas. La miniaturización, acortamiento y gigantismo generan un sismo, incluso en la posibilidad de ver el propio cuerpo o el cuerpo del otro que, entonces, se esfuma, desaparece del campo visual o auditivo, y hasta puede ser visitado o “germinado” por animales. Lejos del cliché y, aunque como canta un poema, “buscamos siempre / un accidente geográfico o el mar // un paisaje (…) que nos contenga”, el poema desacomoda el fondo del paisaje que contiene a las figuras o a las personas, para penetrarlas o subvertirlas, en una relación amorosa que les da identidad: los amantes se convierten en “refugio” aunque también en “bosque”, en “pájaros” y, atención pues esta palabra se repite, en “continentes”, o sea, en las grandes extensiones de tierra a cada lado del océano que los separa y, al mismo tiempo, en los cuerpos que contienen a otros cuerpos. Acá el paisaje vuelve a definirse por demasiada cercanía, como si no pudiera ser contemplado porque se despliega, desde una lógica imposible, en los intersticios: “entre los árboles” o “adentro de las olas”, incluso en los pequeñísimos lugares del cuerpo, como los dedos de la mano o entre los dedos de los pies.


Ponte a salvo, no mires atrás ni te detengas en parte alguna de esta llanura. ¿Reescribe muy caprichosamente Personas del paisaje el gesto nostálgico de darse vuelta de la mujer de Lot en el mito bíblico? Entre el primero y el último poema, en los que la sal es el pasaje de un estado al otro, de un tiempo a otro, del presente petrificado y helado en ausencia del amado, a la añoranza del viaje y el encuentro mullido de dos que ya están lejos otra vez, digo entre el primero (“quiero recordarme mirando / el mar desde la ventanilla”) y el último poema (“quiero pensar que tiran del anzuelo y dejan / que el tiempo se termine”), crece el follaje que quiere reconstruir los dos tiempos, remembranza y despedida de ese tiempo, en el presente final.

Ahora es Wislawa Szymborska la que finaliza: Estoy demasiado cerca para que él sueñe conmigo. En Personas del paisaje la distancia es crucial para el destino favorable de los amantes. El espacio de la separación cifrado en el océano, asegura que los cuerpos de los amantes continúen deseando, regresen al otro continente, se acerquen para tocarse una vez más.