Hoy el noble y el villano
El prohombre y el gusano
Bailan y se dan la mano (…).
Joan Manuel Serrat, "Fiesta".
Querido lector, quiero aprovechar que estamos en veda electoral para no hablar de política esta semana. Quizás usted dirá que en realidad no he estado hablando de política estos últimos meses, incluso estos últimos dos años. Es posible que tenga usted toda la razón, pero en todo caso esta vez puedo hacerlo, o mejor dicho no hacerlo, echándole toda la culpa a la veda.
Me retrucará usted que, dado que las elecciones de mañana son en la Provincia de Buenos Aires y no en la Ciudad Autista del Mismo Nombre, que es donde he fijado mi último domicilio conocido, mi excusa no es válida. Si hiciera usted tal cosa, estaría repitiendo expresiones ya pronunciadas por mis analistas, acreedores y futuras exparejas (que asumían ese cargo luego de esa frase). En cualquier caso, sea o no sea válida mi excusa, esta semana tampoco hablaremos de política.
Una vez pronunciada mi carta de intención, no puedo dejar de preguntarme: "¿Soy yo solo o somos todos y todas quienes hemos dejado de hablar de ese "arte de lo posible" que suele ser señalado como "un mal necesario", "la mejor de las opciones posibles", "el arte de la negociación", "la continuación de la guerra por otros medios", y tantos otros eufemismos que nos los puedo contar?
Mi profesión de humorista conlleva una ingenuidad inherente: vemos el mundo como lo ven los niños; percibimos el absurdo como tal, sin naturalizarlo como hace "la gente normal"; no entendemos nada de lo que pasa; hacemos de esa desorientación nuestra fuente de vida; tratamos de ser "adultos normales" pero nos sale mal; preguntamos lo que para otros es obvio, o lo que tienen miedo de preguntar para no quedar en offside; sabemos que somos ridículos –como también lo son los demás, pero nosotros lo asumimos–. Y yo, desde ese lugar "infantil", siempre creí en la política como un respetable debate de ideas, un duelo de palabras y hechos en los que no se mata sino que se convence al contendiente de que nuestra propuesta es mejor que la suya pues busca el bien común teniendo en cuenta los intereses singulares y grupales, y –permítanme el exabrupto– un lugar de cooperación práctica, cotidiana y de generación de proyectos en esos mismos sentidos.
Si usted vio algo de eso en estos últimos tiempos, lector, ¿me podría decir dónde? Ah, ¿no? ¿Y usted, otro lector? Ah, ¿tampoco? ¿Y usted, tampoco? ¿Tampoco usted, ni ustedes, ni ellas? ¡Qué lástima! Pero al mismo tiempo, ¡qué suerte, qué alivio, lector; pensé que era solamente yo!
Porque no puedo pensar que "política" sea insultar todo el tiempo a los adversarios al punto de tener que importar exabruptos porque se agotó la producción vernácula. Tampoco me suena que sea "política" manejar el Poder Judicial a piacere, provocando fallos en los que, más que sentar jurisprudencia, la acuestan para siempre. No puedo creer que "hacer política" sea comprar legisladores como si estuvieran en un shopping en medio de un Black Friday, o decirles a los gobernadores: "Che, se me acabaron mis legisladores, ¿me podés prestar los tuyos, que tengo que hacer aprobar una ley excesivamente injusta y antipática, pero para eso me votaron?".
Ni me suena que vivir del pasado sea "hacer política": al galán de ayer, hoy le toca hacer de "padre de la chica", y así. Tampoco es muy buena la campaña electoral que señale "somos malos, pero los demás son taaaan malos, que hasta podríamos parecer buenos". Sé que en los 70 el mismísimo general Perón decía algo de esto, pero digamos que lo decía como pregunta, no como certeza delirante.
Tampoco me suena que decretar la muerte de la política sea "hacer política". En todo caso, si se terminó una etapa, se podrá elaborar el duelo. Mirar para otro lado y usarlo como bandera tampoco suena muy político que digamos, aunque se usa a diestra, siniestra y ultradiestra. Apelar a las teorías está muy bien para una reunión de solos y solas, ya que suele producir acercamientos con alguna posibilidad de éxito sexual, pero no más que saber bailar, hablar esperanto o declarar que su abuelo peleó en la guerra de Troya; pero para la política concreta..., en fin.
Y finalmente –aunque no de postre porque provoca náuseas–, la "política de los imbéciles": generar identidad política y colectiva a través del odio a alguna raza, religión, idea política, nacionalidad, condición socioeconómica o zoológica, etc.
Bueno, lector, si nada de eso es "hacer política", caigo en la cuenta de que sería necesario hacer política, aunque sea un poquito o, como diría Leo Dan, "un ratito, ¿ah?, para no sentirnos tan solos". Pero esta semana no, lector, porque… ¡estamos en veda!
Sugiero acompañar esta columna con el video “Somos la prepaga de Mauricio”, monólogo de Rudy de 2017, que, si le cambiamos en nombre, tiene una lamentable actualidad: