En el interior del campo bonaerense el cine encontró su lugar: la 7º edición del Festival Nacional de Cine Rural llega este jueves 11 a Ayacucho para, durante tres días, llevar a cabo un evento que fomenta la producción local y su puesta en diálogo con trabajos nacionales e internacionales. Emilio Quiroga, uno de los creadores y coordinadores del proyecto, dialogó con Buenos Aires/12 para hablar sobre la historia del Festival, que empezó a gestarse en 2015, cómo fue su transformación a lo largo de los años y cuáles son los detalles de esta nueva edición.
Quiroga estudió cine en la UNLP, y volvió a su ciudad natal con el deseo de acercar ese universo a los veinte mil habitantes de Ayacucho. Su interés, sin embargo, no era solamente “acercar el cine” (algo que podría haber hecho al programar distintas películas o ciclos), sino que también buscaba la producción de un relato cinematográfico propio, un cine que pudiera dar cuenta de las experiencias locales. Con el deseo de sembrar esta semilla, se comunicó con la Municipalidad y con ese apoyo diseñó los primeros pasos de la propuesta.
“Acerqué el proyecto a organizaciones barriales, a los artistas independientes del pueblo, pero donde más empezó a fluir fue en las escuelas, a través de los docentes. Ellos tomaban el espacio del festival como una herramienta pedagógica, entonces así se empezaron a producir cortos en las escuelas”, explica. Para esto, Quiroga diseñó un programa con herramientas de apoyo para quienes desearan hacer su primer corto, en donde se trabajaba sobre las etapas de preproducción, producción y edición. Además, el cineasta brindó talleres de guión, convocó a referentes locales del mundo del arte, y con el sostén de todas esas manos el espacio fue tomando forma.
En materia de cantidad de habitantes, Ayacucho es un pueblo chico. Sin embargo, su territorio es muy amplio, y posee veintiséis escuelas rurales distribuidas a lo largo y ancho de todo el partido. Emilio visitó cada una de ellas, entabló relación con los docentes, y de esa forma el Festival pasó a tener una pata muy fuerte en las escuelas rurales. Este trabajo se filtró en la programación y la estética buscada por el proyecto que, como anticipa su nombre, prioriza la temática agraria y se pregunta por sus incumbencias. ¿Qué es “lo rural”? ¿Se define en contraposición con lo urbano? ¿Cómo son las experiencias rurales en Ayacucho? ¿Y en el resto del país? ¿Y en el mundo?
A partir de estas preguntas (y el camino que supone intentar responderlas), llegaron las otras dos patas del Festival: la competencia de cortos nacionales y la programación internacional. “Siempre nos sorprende ver cómo se repite esta lógica de relación entre el campo y la ciudad, esto de cuidar las tradiciones y las costumbres rurales en distintas partes del mundo. Te encontrás con algo que pasa en nuestro pueblo y que también pasa a miles de kilómetros, en Europa, tal vez. En Argentina lo mismo: cambia la geografía, pero se repiten las costumbres y la relación entre lo urbano y lo rural”, explica.
La temática incluye muchas aristas: hay cortos sobre problemáticas medioambientales, sobre el trabajo de la mujer en el campo, historias de amor que transcurren en un entorno rural. “Hemos tenido desde pastores de ovejas en China hasta un corto de Iturralde, en España, donde pasa una autopista por el pueblo y los pocos habitantes que quedan intentan mantener, en ese nuevo contexto, la costumbre que lleva cientos de años de sembrar habas”. ¿Una constante? La oposición de fuerzas entre la naturaleza y las tradiciones de los pueblos contra el auge de la tecnología, el capitalismo y la modernidad.
La séptima edición
La nueva edición cuenta con competencia nacional de cortos, muestra internacional y la esperada programación local, que incluye treinta cortos íntegramente producidos en Ayacucho.
El jueves a las 21hs se realizará la apertura con un largometraje nacional, la comedia “Historias mínimas” de Carlos Sorín. Es una función pensada para un público general, no necesariamente acostumbrado a ver cortometrajes. “Tratamos de armar un perfil equilibrado: darle espacio a lo local, a los cortos para un público más cinéfilo, y una película más accesible para un público más amplio”, dice el coordinador.
El viernes tendrán lugar varios eventos: a la mañana y a la tarde, de 10:30 a 11:30 hs, y de 14.30 a 15.30 hs, habrá proyecciones para escuelas. Estas están pensadas para que los estudiantes puedan acercarse a ver cortos profesionales, algo que a la organización le parece importante. “Queremos difundir cine, mostrar otros lenguajes”, explica Quiroga. A las 20 hs tendrá lugar la competencia nacional de cortometrajes, y la muestra de cortos internacionales será la encargada de cerrar la jornada, a las 21 hs. Allí se proyectarán seis cortos de Venezuela y España: “Camino a Ítaca”, de Claudia Molina (Venezuela); “Donde se quejan los pinos”, de Ed Antoja (España); “Medusas”, de Iñaki Sánchez Arrieta (España); “Les imatges arribaren a temps”, de Jaume Carrió (España); “Todo dicho”, de Nel González (España) e “Iturralde”, de Jon Martija Leunda (España).
El sábado 13 tendrá lugar el evento más esperado: la proyección de cortos locales y su correspondiente premiación, a las 19 hs. La programación se divide en tres secciones: nivel primario, nivel secundario, y adultos. Se trata del día de mayor convocatoria, ya que a la sala se acercan los realizadores, estudiantes, profesores, familias y amigos. “El espacio tiene trescientas butacas y se llena. Es una fiesta. Ven los cortos que hicieron compañeros de otras escuelas y se genera una situación muy linda. Creo que eso es lo que mantiene vivo el festival: que sea local y que el público acompañe”, dice Quiroga entusiasmado.
El cineasta explica que hoy en día es difícil llevar gente a las salas, en gran parte por cómo las plataformas horadaron, de alguna manera, la costumbre de movilizarse para ir a la sala. “En Ayacucho no hay ningún cine, entonces es un hábito que no está. Por eso nos enfocamos mucho en la programación local”, señala. Después de la proyección se hace una premiación de los cortos, en donde se destacan aspectos como fotografía, sonido, guión y producción. “No queremos que sea muy competitivo, pero sí marcar logros técnicos y artísticos”, dice el coordinador.
Todas las actividades se realizan en la Casa de la Cultura de Ayacucho, que está ubicada sobre la calle principal de la ciudad (Yrigoyen 947), y cuenta con una sala con platea y primer piso. “Es una sala realmente hermosa, en su momento invitamos a los directores de los cortos nacionales, que se sorprendían de la cantidad de público. Eso ayudó a difundir el festival, porque se llevaban una buena impresión y lo comentaban, lo que agilizó el boca en boca”, recuerda.
Quiroga dice que más de una vez pensaron realizar el festival en espacios no convencionales, proyectar en algún campo, por ejemplo, o experimentar un poco con respecto a lo territorial. Lo espacial y las formas de espectar son una inquietud. Durante la pandemia hicieron una versión virtual del evento, y fue la edición en la que tuvieron más espectadores. Quiroga explica que ver gente de distintos puntos del país conectándose para ver la programación los sorprendió a todos. Gracias a esto, en un momento se barajó la posibilidad de hacer un streaming de las proyecciones, pero la idea se descartó. “Todavía los festivales mantienen el formato tradicional: vas a un lugar y ves películas. Habrá que ver qué pasa con las nuevas tecnologías y las formas de ver, es algo que nos interesa y frente a lo que estamos atentos”, dice al pensar en el futuro del espacio, que espera que crezca cada vez más.