Atención: esta columna contiene spoilers sobre Star Wars - Los Ultimos Jedi.

En la saga de Star Wars hay dos líneas temporales paralelas que tejen un nudo emocional dentro y fuera de la pantalla. Por un lado, el tiempo de esa galaxia: qué Jedi vino primero, qué Estrella de la Muerte fue destruida después, la lógica interna de flashbacks, precuelas, secuelas y spinoffs. Y por otro lado, el tiempo de esta galaxia, donde la primera película fue filmada en 1977 y la más nuevita se estrenó en 2017. Esa segunda línea abarca redondos cuarenta años y supone para el espectador –y para el elenco– un “tiempo real”. Que le agrega al fanatismo un triste dramatismo, el del paso del tiempo. Porque conocimos a Luke Skywalker como un adolescente inocente y ahora lo vimos como un abuelo retirado. Porque vimos ese mismo trayecto en Mark Hamill, el actor que lo encarna. Y porque –la Fuerza es poderosa en la gran familia– también vivimos ese mismo arco temporal todos los que vimos la trilogía original cuando éramos chicos o adolescentes: esos chicos o adolescentes hoy tenemos 30 o 40 años más que cuando escuchamos por primera vez el instrumental sagrado de John Williams. Hay en la saga de Star Wars un viaje generacional paralelo, a escala humana, que genera una familiaridad que no tiene que ver con ese tiempo lejano y esa galaxia muy, muy lejana, sino –ay– con nuestro aquí y nuestro ahora. 

Si viste la trilogía original cuando eras un chico o un adolescente, tenías para elegir entre dos grandes ídolos, dos heroicos modelos masculinos a los que aspirar: Luke o Han Solo. Por su edad, Luke podía ser tu hermano mayor, el soñador, el elegido, el diferente, el diamante en bruto, el muchachito inocente que respetaba a las chicas y a los ancianos y que estaba predestinado a la gloria... Mientras que, por su edad, Han podía ser tu tío piola, chistoso y rápido, el piratón tuerca que jugaba y ganaba a las cartas, que se las sabía todas, que resultaba más cool que tu viejo y que se levantaba hasta a las princesas (a propósito de princesas, para las chicas, aquella trilogía era “más fácil”: durante las tres películas de 1977, 1980 y 1983, Leia era la única mujer en la galaxia, único modelo femenino en el que reflejarse, con la excepción de los cameos insignificantes de la burócrata Mon Monthma, de una tía vieja y de las bailarinas alienígenas del putañero Jabba). 

Si viste la trilogía original cuando eras un chico o un adolescente, tuviste que esperar, sin un puto spoiler, 32 años –desde El regreso del Jedi, de 1983, hasta El despertar de la Fuerza, en 2015– para saber qué pasó con esos ídolos. Y, por excitantes que hayan resultado las nuevas películas, los retornos de aquellos referentes galácticos dejan, entre otros sabores, uno inevitablemente agrio. Harrison Ford tiene más de 70 años y Han Solo se convirtió en un pendeviejo que perdió su matrimonio, no se habla con su hijo, no tiene casa propia, no se entusiasma ni con la nostalgia, sólo se entiende con su fiel y peludo wookie y sigue enamorado de su vehículo antiguo. Y Luke es un jubilado harapiento al que ya lo cagaron demasiadas veces, que hoy vive en la mugre, rodeado de animales, que todo le rompe las pelotas, que no quiere que lo visiten, ni que le hablen, ni que le den ni le pidan nada. Y encima, tan pronto como nos reencontramos, después de tanto tiempo real, con nuestros ídolos inmortales... los muy mortales van y se mueren. Primero lo clavan a Han, en un altercado –ah, la grieta– familiar. Después (periodismo mata spoiler) Luke se deja morir, casi de hartazgo y desencanto, casi de tristeza, casi como Discépolo. Y como si fuera poco, Leia/Carrie Fisher también se muere, pero en un hospital de California, después de filmar el Episodio VIII, cuando ya sabía perfectamente que sus dos viejos camaradas, Luke y Han, se habían muerto en cámara. Reíte del “tiempo real”... o no, no te rías.  

La princesa capitana, el cowboy espacial y el virginal elegido tenían todo por ganar y lo ganaron: cruzaron la cordillera, liberaron la galaxia, vencieron a los malos, fueron felices, repartieron medallas. Así y todo, tres o cuatro décadas más tarde, vimos que perdieron todo, envejecieron y murieron a oscuras. Poderoso e implacable el lado oscuro siempre es, a través de Darth Almanaque. 

Sabemos que la saga sigue, que la saga se abre camino, que la saga debe continuar. Llegaron los chicos y son adorables, graciosos, sensuales, llenos de energía; tienen robots tiernos, pizpiretos y recién fabricados. Con héroes como Rey, villanos como Kylo Ren y capocómicos como BB-8, hay equipo. Pero en paralelo a esa auspiciosa renovación, hay una alegoría en tiempo real, la de seguir con pasión una historia multi-generacional, “en vivo”, durante décadas. Los abuelos, los padres, los hijos. ¿Quién te llevó a ver El Imperio Contraataca al cine? ¿Y a quién invitaste al cine a ver Los últimos Jedi? La vida es más que la suma de sus jedis y esta saga, entre otras cosas, nos prepara –en tiempo real– para honrar a los viejos y para perder a los héroes.