A veces me pregunto qué hubiese escrito Roberto Fontanarrosa, rosarino, futbolero como pocos y fanático de Central, sobre el Fideo Di María. No sobre cualquier momento de Di María, sino sobre éste. Que es el de un jugador de 37 años que dejó los brillos de Europa para volver con la idea de retirarse en su club de origen. Y ya en Rosario, les pasa el trapo a todos.
Fontanarrosa contó algunas de las mejores historias futboleras, inventadas o no, y contó además al fútbol como pocos en su No te vayas campeón, librazo que la editorial Sudamericana publicó allá por los 2000 y que hoy es una suerte de ícono de la literatura futbolera argentina. En sus páginas escribía sobre los mejores equipos y jugadores que había visto. Su Central de los '70, el Newell’s dirigido por Marcelo Bielsa en los '80, el Huracán del '73… y de paso contaba sobre Maradona, Alonso, Bochini, el Burrito Ortega, Riquelme y tantos otros que le dieron las alegrías que sólo el fútbol puede dar.
No llegó a ver a Di María en su esplendor. Cuando murió, el 19 de julio de 2007, Di María llevaba apenas dos años en la Primera de Central. Pintaba como crack pero no era aún lo que es. Hoy, Di María, a la edad en la que los jugadores de fútbol piensan en el retiro, representa lo mejor de la liga argentina. Vino para cumplir con su corto adiós, pero cualquiera que ame el fútbol -ya no sólo el hincha de Central- supongo que desea que se quede un tiempo más. Lleva 8 partidos desde que volvió del Benfica. Hizo cuatro goles pero el de este domingo a Boca fue tremendo: un gol olímpico que nos hizo pensar que sí, que lo hizo de nuevo, que es el mejor de todos los que juegan hoy en Argentina, que el tiempo aún no hizo lo suyo. Que el tipo es un tocado por Dios y todos los santos o vaya uno a saber por qué o por quiénes.
Di María es un crack que no para de brillar. Un eterno vengador de su propia suerte. Un jugador flaco, desgarbado, por el que se jugaban los mejores entrenadores del mundo para llevar a los mejores equipos del mundo. Recorrió el planeta con su fútbol pero, al igual que en Messi, no terminaba de entrar en el corazón de todos los argentinos. Fue atacado con mala leche. Cada vez que se lesionaba se convertía en objeto de burlas. Hubo periodistas que pedían que lo echaran de la Selección. Hinchas que rozaban el odio. Pertenecía a la que llamaban generación de perdedores: cracks que la rompían en sus equipos pero que no podían ganar un título con la Selección. Que llegaban a las finales pero no las ganaban.
Hasta que una noche del 2021 -cuando aún estábamos encerrados por el Covid 19- le hizo un golazo a Brasil nada menos que en el Maracaná y la Selección ganó la Copa América. Fue el primer título después de 28 años de sequía. Y los que lo amaban lo amaron más que nunca; y quienes lo odiaban pasaron a darle crédito, al menos hasta el Mundial. Hasta entonces, el Fideo nunca había caído en odios ni revanchas. Estaba curtido: había pasado una infancia pobre a la que nunca le faltó el amor de su gente ni el rebusque por el mango. Lo suyo era una mezcla de prepotencia de trabajo con calidad. Y en el Mundial de Qatar fue tan importante como Messi, aunque tal vez menos simbólico porque, obvio, Messi es Messi. El Mundial fue como un resumen de su carrera deportiva: casi dos décadas en un mes. La rompió, se perdió goles, se lesionó, hizo goles. Y no habló. O habló en la cancha. Y al final, ganó.
Cuando volvió campeón y símbolo de una generación merecidamente dorada, Fideo se contuvo de escupir verborragia. La que habló fue su pareja, que tenía la lista de los periodistas que habían intentado destruirlo y que por esas horas post Mundial le rogaban notas. “Los tengo anotados a todos”, decía ella como quien disfruta de la hidalguía y la venganza a la vez. Todos sabemos quiénes son.
Después vino otra Copa América y, mientras, la seguía rompiendo en su Benfica, el club que tal vez más lo simboliza entre los europeos. Real Madrid, Manchester United, PSG, Juventus.
Hoy nadie habla mal de Di María. Los pibes lo aman, los futboleros de todas las edades se rinden ante su fútbol y sus críticos acérrimos se callan. El 14 de febrero cumplirá los 38. Ya dijo que a la Selección no vuelve: que su despedida de hace casi un año (el 5 de septiembre de 2024) en el Monumental, por las eliminatorias, ante Chile, fue eso: su the last dance. El fin de una época.
Fruto de la “fiebre Di María” del 2022 en adelante, el Fideo tiene documental exitoso pero no tiene libro: no hay aún una biografía sobre él. Se ha convertido a la vez en la Panini difícil de la última Copa América. Aún aguanta gran parte de los partidos. Cuando a la media hora de los segundos tiempos toma el sobrecito con glucosa que le tiran desde el banco de suplentes uno sospecha que se viene el cambio. Pero ahora mismo, ante Boca, antes del reemplazo, se lo ve correr como un pibe. Pide la pelota, la toca, se tira para sacársela al rival, no parece tener miedo de lesionarse, hace pases geniales y hace goles y hace, como este domingo, goles olímpicos que nos dejan con la boca abierta.
Si la suya fuese una historia de princesas Disney, él sería nuestro príncipe alguna vez mendigo. El rey, sabemos, es Messi. El Fideo es el tipo que le peleó a la pobreza y a las humillaciones pero que cuando ganó no se tomó revancha sino que disfrutó.
Hasta Fontanarrosa se hubiese sorprendido al escuchar los aplausos que le dedicaron los hinchas de Newell’s cuando el Fideo jugó en la despedida de Maxi Rodríguez, en el invierno de 2023, en el Marcelo Bielsa. Esa noche logró lo que nadie. Sólo en una ficción los hinchas de Newell’s aplaudirían a un jugador de Central. Y esa ficción el Negro Fontanarrosa la podría haber contado mejor que todos.
En las primeras páginas de su No te vayas campeón cuenta que no se trata de un libro enciclopédico si no de una sumatoria de recuerdos propios, tal vez con errores. Explica: “Son nombres, anécdotas y emociones que hemos escuchado de boca de nuestros padres, de nuestros abuelos, y que han adquirido colores propios”. Las próximas generaciones escucharán de sus padres, que hoy deben rondar los 15 o 20 años, el nombre de Ángel Di María. Les dirán que la rompió en la final del Mundial contra los franceses, la tarde en que millones de argentinos colmaron las calles para celebrar. No sé sabe si existirán los fideos o si comerán pastillas inventadas por la inteligencia artificial. Tampoco sabemos si habrá videos o qué, pero de alguna forma todos conocerán el golazo olímpico que el Fideo Di María hizo este domingo.