Pilar, cuando lo dejó, se fue por las suyas a dar a luz a Enriquito. Al tiempo, ya al año me llamó para que arreglara una visita a Justo Antonio. Quería que mi hermano conociera a su hijo, antes de que se fueran… Lo convencí a él y un domingo vinieron. Me pone muy triste ver estas dos fotos. Pilar no quiso salir en ellas. Mi hermano ya no estaba bien. La foto donde está él y Enriquito, me pone muy mal… Él, la cama, camiseta blanca de mangas largas, sostiene a su hijito, respaldo de la cama, mesita de luz, empapelado, retratos, ellos mirando la nada… Cualquiera se da cuenta de la desolación de mi hermano, mirando el vacío… Sostiene a su hijito sin mirarlo, está ido, en su mundo… ¡Y Enriquito lo mismo!, también está desolado, como aburrido, sin saber con quién está… Los dos miran las cobijas de la cama…

Esta otra está algo mejor. Estamos cuatro hermanas y Chiquilín; en el centro, sentado, Justo Antonio envuelto en su bata sostiene a Enriquito chupándose el pulgar. Es una foto extraña porque estamos serios como momias, con las bocas cerradas, nadie sonríe salvo Justo Antonio, como que se ha dado cuenta de que tiene la obligación de sonreír; los dos miran a la cámara, él y Enriquito… Me angustia ver estas fotos… Después que Pilar trajo a Enriquito, se volvieron a París…. Ella quiso que su hijo conociera a su padre. Esa sola y única vez en la vida se alcanzaron a ver padre e hijo…

En El Gráfico, Frascara, el mismo Félix Daniel que yo había conocido muchacho cuando soñaba con ser periodista y ya ahora era gran admirador de Justo Antonio, escribió recordándolo:

“No supo de artimañas en el ring; no supo de maldades en la vida. Fue siempre bueno: en la humildad, en la opulencia, en la desgracia. Bueno cuando aún no era nada, cuando lo era todo y cuando volvió a ser nada. Padeció de una bondad incurable. El destino jugó con él, lo manejó a su antojo, pero él fue incapaz de pelear contra el destino”...

Ah, ésta sí que me gusta mucho, ¡esta foto la quiero un montón! La memoria es selectiva. Nos hacían la despedida… Fue días antes de que subamos al barco North Prince para hacer la primera gira a los Estados Unidos. Pepe sumaría al grupo a Enrique Sobral como entrenador. A su vez, Sobral traería a Magnelli como sparring, éste sería fundamental para Justo Antonio porque supo hacerlo crecer como boxeador; debí hablar más de él; y de tantos otros, sí… Podría ser otro libro… En esta foto se lo ve al enorme Firpo entregándole un pliego, en el que a Justo Antonio se lo premia por su trayectoria hasta ese momento. Él, mi querido hermano, se había ido muy bien vestido para el acto, estrenando un traje azul, cruzado, que lo hacía más elegante de lo que ya era de por sí; y con los zapatos bien lustrados. También habíamos probado varias corbatas. Preferí una azul-celeste. Hasta se había peinado con gomina. Quería estar lo más presentable y coqueto. No quedaba bien. Le dije que el pelo achatado a lo Gardel le cambiaba la cara, que era como peinar con gomina al león de la Metro. Se rio y volvió a peinarse sin nada, dejando los pelos libres. Nos perfumamos. Yo me pasé de la raya con el perfume, por no querer desentonar… El rostro de Pilar era de una felicidad única. Ese vestido de encaje, floral, de media manga y por debajo de la rodilla con cuello alto, llevado por ella, lo hacía sublime, incomparable. Nos pasó a buscar Pepe, con su auto. Tenía las manos muy bellas, el Pepe. No tuve que arreglarle la corbata, la tenía bien ajustada y sin pasar el cinturón, sólo tapando la hebilla como corresponde; el pasador de corbata con sus iniciales que yo le había regalado hacía tiempo y jamás lo había usado, ahora lo estaba tocando con sus dedos para advertirme, como si fuera una tonta; sí le quité unas pelusitas del saco, para que no se la llevara de arriba y creyera que se había liberado de mi control... Al llegar, ya había bastante público. Estaba la familia, todos, Sobral, Pathenay, todos, nadie había faltado. Me sentía muy dichosa al ver que mis hombres lucían mis regalos…, hasta Firpo... El alfiler con la perla que lucía en su corbata lo convertía en rey… Cuando me saludó con un beso, acariciando su corbata, riendo me dijo:

--Como verás, luzco tu distinción. Es preciosa como vos. Gracias, linda…

Para Justo Antonio fue muy emocionante aquel momento porque Firpo, partícipe del acto, dijo unas palabras muy amables y sentidas, dijo algo así como:

“Este gran deportista que alguna vez fue sólo promesa y hoy es una maravillosa realidad de nuestro boxeo, irá a medirse con los mejores del mundo. Yo no tengo dudas de que, en la meca de este deporte, hará brillar con fuerte esplendor a nuestra querida Argentina; y por ello, además de desearle la mejor de las suertes, le digo: gracias, querido Torito, por todo lo nos diste, para mí ya sos el campeón. Y que Dios apruebe lo que digo...”


Luego de los aplausos y de recibir la distinción, se esperaba que mi hermano respondiera, agradeciendo. Pero, inesperadamente, en aquel abrumador silencio se quedó sin voz, se quedó mirando el piso, como avergonzado… Y eso que ya habíamos ensayado lo que tenía que responder… Yo quise tirarle letra, pero tampoco me salían las palabras, me había quedado muda lo mismo que él…, encima le temblaban las manos, pobrecito…, ¡y ahí mismo, sonamos!..., el muy tonto se puso a llorar como un chico… Era tanto lo que Firpo, ese formidable deportista, significaba para él, tanto el respeto y el afecto, tanto el orgullo de que lo denominaran Torito como prolongación del Toro Salvaje, que nunca pudo llegar a comprender cómo él, una persona cualquiera, un simple mucanguero, tuviera el formidable privilegio de estar escuchando a su máximo ídolo, honrándolo a él, que no era nadie… No lo entendía, no; jamás lo entendió mi muchachito querido que no podía parar de llorar… Y fue en ese momento en que, temblándole los labios a punto del quiebre, Firpo fue más Firpo que nunca, se acercó y lo abrazó…